Si al político y al torero lo hacen el público y el ganado -dicho sea en sentido estricto, visto lo visto en el coso de la carrera de San Jerónimo-, no hay duda de que, despejando titubeos y espantando fantasmas, Alberto Núñez Feijóo se ha doctorado doblemente, aunque no obtenga ahora el empleo que anhelaba, pese a ser el claro vencedor el 23 de julio. Producido el previsto final y quedarse a cuatro escaños del objetivo frente a la alianza “noista” Frankenstein, muchos convendrán con Ortega y Gasset -gran filósofo y errado clínico- que “el esfuerzo inútil conduce a la melancolía”. Justo fue lo que concluyó un hombre metido en lecturas como el ministro García-Margallo, tras oír la perorata de Pedro Sánchez en su investidura fallida de 2016. Ni que decir tiene que, al poco, comprobó lo errado de su pronóstico, al igual que otros muchos que no vislumbraron el riesgo de Sánchez como antes el de Zapatero. Tanto Rajoy como Aznar los tomaron como seguros vitalicios sin reparar en que encerraban más peligro que un nublado al principiar ZP una mudanza de régimen que Sáncheztein remata ampliando el mismo género (clase y condición) de socios sin afectarles que no hay nación ni Estado que repelan una acometida separatista si la izquierda lo asume.
Refutando el aserto de Ortega, el filósofo Nuccio Ordine, fallecido unos meses antes de recoger el Princesa de Asturias de este año, defiende, por contra, “La utilidad de lo inútil”, título de su manifiesto en socorro de las humanidades, pero extrapolable al campo -nada humanista- de la política. Una paradoja la de “la utilidad de lo inútil” que no es tal y que el pensador calabrés desanuda con maña sobre la base de que “el cultivo de lo superfluo y de lo que no supone beneficio puede de todos modos ayudarnos a resistir, a mantener viva la esperanza, a entrever el rayo de la luz que nos permitirá recorrer un camino decoroso”.
Como botón de muestra sirva la investidura frustrada del líder del PP. Sabiendo que concurría a una partida con naipes marcados y con el desenlace fijado, éste ha aprovechado el envite para recuperar su mejor expresión de ganador nato en Galicia. Tras difuminarse en la recta final de la campaña y en las fechas subsiguientes a su amarga victoria, el “apóstol” Feijóo ha resucitado cual ave Fénix. Por mor de su Epifanía, militantes y votantes, pero también parte de esa opinión pública sin anteojeras de acémila, han reaccionado con alegría pareja a la de la Marina Real cuando se restituyó a Churchill en el Almirantazgo al invadir Alemania a Polonia. Aquel negro amanecer del 1 de septiembre del 39, el Reino Unido despertó abruptamente de la quimera de la “paz para nuestro tiempo” que Chamberlain soñó arrancar a Hitler. Desdeñó esa lección de Historia de que es estúpido tratar de contentar a los incontentables. A modo de cálida salutación a quien no presumía un paseo de rosas, los navíos recibieron este telegrama: “Winston ha vuelto con nosotros”.
Bastó pronunciar la palabra “amnistía” nada más abrir la boca para quebrar el silencio decretado por Sánchez y deshacer cualquier equívoco
Hasta el mediodía del martes, en el que abrió plaza en el ruedo de la carrera de San Jerónimo, aún persistían las suspicacias, pese a la innegable mejora de tono y discurso exhibido en la masiva cita del PP en Madrid del domingo anterior. ¿Sería ese político feble y templagaitas, siguiendo a Rajoy y su dejar estar, o se ataría los machos en esta hora crítica de una nación timoneada por Sáncheztein bajo la tutela de quienes demuelen el régimen constitucional y fracturan su unidad mientras auspicia amnistiar a golpistas catalanes y, por ende, a terroristas de ETA? Bastó pronunciar la palabra “amnistía” nada más abrir la boca para quebrar el silencio decretado por Sánchez y deshacer cualquier equívoco. De facto, demudó la cara en su escaño azul usado como burladero y con sus ojos fijos en la pantalla del móvil para no cruzar su mirada con la de quien le interpelaba con su catilinaria.
No era para menos la incomodidad de quien concibe esta autoamnistía -dador y receptor sacan tajada- tras el autoindulto -Tribunal Supremo dixit– como la ganzúa que franquea La Moncloa a un caco de la política y abre en canal la Constitución desatando procesos de autodeterminación en Cataluña y en el País Vasco por quienes, extinguiendo sus graves delitos, deslegitiman el Estado de Derecho y sus instituciones. Si Talleyrand opinaba que el lenguaje sirve para ocultar el pensamiento, el ominoso silencio de Sánchez hablaba por sí solo. Su ensordecedor mutismo refrendaba que, callando, otorga lo que rebatía ante las urnas.
Sánchez estima que “París bien vale una misa” como el hugonote Enrique IV al abjurar del protestantismo para acceder al trono de Francia
Dada la podemización del PSOE por el aventurismo de Sánchez, éste adopta el axioma de Pablo Iglesias en su debut como secretario general de Podemos en 2014 cuando proclamó que su propósito era desatar “un proceso constituyente para abrir el candado del 78 y por el derecho a decidir”. En junio de 2013, en una herriko taberna de Pamplona, ya había referido que ETA había sido la primera en percatarse. El ayer y hoy mandamás del PSOE respondió como jefe de la oposición con un escueto: “Se olvidan de lo bueno”. Como él hace hoy, borrando la Transición, con quienes buscan demolerla y edificar una Babelia. Sánchez estima que “París bien vale una misa” como el hugonote Enrique IV al abjurar del protestantismo para acceder al trono de Francia.
No queda ahí la transfiguración de un Sánchez que se arroga también el lenguaje, así como los modos de sus sindicados tras padecerlos en carnes propias o cercanas. Acaeció con su otrora ministro Borrell, al que el portavoz de ERC, Gabriel Rufián, le tachó de ser “el más indigno de la democracia” y su conmilitón Salvador le lanzó un escupitajo. Pero incluso Sánchez, en su primera tentativa de investidura, hubo de tragar saliva, sin decir esta boca es mía, cuando Iglesias le restregó por la cara “el pasado manchado de cal viva” de González. Ahora son los sanchistas quienes lanzan tales venablos para silenciar a González. Con buen ojo de ciego, Borges ya advertía que hay que saber bien elegir a los enemigos porque a menudo acabamos pareciéndonos a ellos.
Bajo la utilidad de las cosas aparentemente inútiles, Feijóo sentó cátedra y puso en fuga a quien demostró su falta de decoro. Por primera vez, un jefe de filas declina darle réplica a un designado por el Rey en una mezcla de desprecio y soberbia que nadie empleó con él en sus pifiadas proclamaciones de 2016 y 2019 ni luego tampoco. Pero él, declinando de su deber como maestro de lidia socialista, pegó la espantada y cedió la franela a un peón de brega bronquista que parecía traído de los bajos fondos. Fue la constatación de que Sánchez no encabeza un partido, sino una banda a su imagen y semejanza en la que, como capo, puede dictar a un Óscar cualquiera que se arroje por un Puente a modo de prueba de sangre y, acatada la orden, arrojarle luego un hueso para que lo roa dichoso como el exalcalde de Valladolid. ¡Cómo para pedir a estos cánidos que voten en conciencia y con la dignidad de no estar dispuestos a gritar: “¡Vivan las cadenas!”!
Al tratar de reventar un acto clave en una democracia y usar las Cortes como un corral vacas, hay que colegir, aplicando la sentencia de Antonio Machado en su “Juan de Mairena”, que Sánchez se retrató como un porquero y alzó a su rival a la calidad de un Agamenón
Por esa senda de encanallamiento, en horas veinticuatro, se pasa de dar bofetadas sin mano a Feijóo a estamparlas en la cara del alcalde de Madrid como ese edil del PSOE a quien no hace tanto su amigo Sánchez jaleaba con un explícito: “¡Viondi, dales fuerte, my friend!”. Cuando se encizaña la vida pública, se pudre la convivencia y la violencia verbal deriva en violencia física al menguar los prestos a poner la otra mejilla. Ni siquiera el Papa de Roma, como aclaró en 2015 rumbo a Filipinas. Al tratar de reventar un acto clave en una democracia y usar las Cortes como un corral vacas, hay que colegir, aplicando la sentencia de Antonio Machado en su Juan de Mairena, que Sánchez se retrató como un porquero y alzó a su rival a la calidad de un Agamenón. Más cuando Feijóo, después de acusar la subitánea aparición del espontáneo Puente, no perdió la compostura y supo llevar la lidia allí donde le convenía pese al energumenismo de quien tuvo un actuar más degenerado que aquel banderillero de Juan Belmonte que terminó de gobernador en Huelva.
Pese a ese contratiempo, Feijóo atestiguó su enjundia y cuajo en esta intrincada coyuntura en la que el sanchismo se trasluce en enfermedad moral de un PSOE metamorfoseado en partido gamberro que hace de la antipolítica su manual de resistencia manejado por quien no observa límites ni tiene escrúpulos. Bajo esa dirección, el PSOE recae en el guerracivilismo que González quiso vacunar sin dosis refuerzo. Así se lo transmitió a su primer Consejo de Ministros tras su aplastante triunfo de 1982: “Que no nos pase como en la II República”. A Sánchez, como al adanista Zapatero, no le importa sacrificar la Transición y la Constitución en el ara separatista, pese a sus aspavientos y cortinas de humo.
Debe avanzar con paso firme por ese proyecto de fortalecimiento de nación y regeneración institucional sin dar oídos a los cantos de sirena de esas elites idiotizadas que le encomiendan que se abstenga en la investidura de Sánchez
Como asevera un personaje del gran escritor norteamericano Paul Auster, “lo que importa no es tanto la capacidad para evitar los problemas, sino la manera en que uno se enfrenta a ellos cuando se presentan”, y Feijóo dio la impresión de saberlo en su primera gran cita en las Cortes. Puesta esta pica en Flandes y desplegando con inteligencia sus mesnadas en ayuntamientos, diputaciones y autonomías, junto a su mayoría absoluta en el Senado, debe avanzar con paso firme por ese proyecto de fortalecimiento de nación y regeneración institucional sin dar oídos a los cantos de sirena de esas elites idiotizadas que le encomiendan que se abstenga en la investidura de Sánchez. Ello dejaría a España sin oposición y sin alternativa con posibilidades reales de gobierno en pleno cambio de régimen, de forma que ésta quede en manos de Vox para que los de Abascal hagan el papel que el conglomerado Frankenstein le tiene asignado. Éste no es diferente que aquel con el que Mitterrand, para escándalo de los suyos, distinguió a Le Pen padre para eternizarse en el poder y dejar al centro derecha extramuros del Palacio del Eliseo. De esa guisa, Sánchez dispondría como colaborador indispensable a Vox para polarizar la sociedad y para volar una alternativa, a la par que le ayudaría a diluir su radicalidad y la de sus sosias. Si González tenía un seguro de vida con Fraga como jefe de la oposición pese a perpetrar desmanes y fechorías en el campo de la corrupción y los crímenes de Estado, Sánchez jugaría la misma carta con Abascal.
Hay quienes se empecinan en no conocer a Sánchez y otros en aplanarle el terreno con el trampantojo de una “abstención sanadora” de Feijóo con la pluma y tinta con que se escribió a cuatro manos el “editorial único” de 2009 de toda la prensa catalana para que el Tribunal Constitucional se inhibiera de aplicar la Carta Magna y validara el Estatut-Constitución de 2006, así como con la añagaza de que alzándolo como presidente el PP supeditaría el gobierno y sus leyes. Como si el escorpión Sánchez fuera a respetar a la rana tras ayudarle a vadear el río y no hubiera atravesado el Rubicón de su imposible retorno de allí donde quiso ir con comunistas, supremacistas y bilduetarras. Por eso, pasma que la expresidenta madrileña Aguirre invite a Feijóo a repetir la oferta que ella hizo al socialista Carmona para que Carmena no fuera regidora. Ni Sánchez es Carmona ni este PSOE es aquel, apartado del constitucionalismo desde su investidura Frankenstein en 2018. Va a tener que entrar en escena, como en Luces de Bohemia, un invidente como de Max Estrella para hacer ver a muchos que “son más ciegos que los que andamos a oscuras”.
Tras malograr un cómodo éxito que se daba por descontado, no se sabe si Feijóo ha llegado tarde a la investidura, pero su advenimiento se hace muy necesario después de estos “años bobos” en que España y su democracia han sido desarboladas. Ante lo embarazoso del momento y el perceptible malestar, urgen gobernantes que hagan gala de lo que Orwell llamaba “decencia común”, esto es, “una mezcla de honradez y sentido común, desconfianza hacia las grandes palabras y respeto a la palabra dada, apreciación realista de la realidad y atención al prójimo”. No es tiempo de templar gaitas, sino de afinarlas cuando los bárbaros, como en el poema de Kavafis, se enseñorean de esta Barbaria en ciernes, una vez le ha abierto el portillo a quien se hace tributario del separatismo para preservar su taifa monclovita. No cabe achacar la responsabilidad al soberanismo sino a una izquierda que pasó de denunciar que “el nacionalismo es la guerra” -como sintetizó Mitterrand– a aliarse con él contra la libertad e igualdad de “esta España tan noble como desgraciada”, como significó Amadeo de Saboya en su adiós, en el que los enemigos no eran extranjeros sino españoles. Empeñada en autodestruirse, no durará eternamente.