Ignacio Varela-El Confidencial
- Hacía tiempo que no escuchaba a un político en activo más pendiente de la cosa que del adorno. Se agradece, qué quieren que les diga
Tiene razón Rubén Amón cuando detecta que Pedro Sánchez siempre estará más a gusto ante una oposición vociferante, pirotécnica y desnortada. Entre otros motivos, porque vociferante, pirotécnica y desnortada es la cultura política que él mismo impuso desde que conquistó el poder en el antiguo Partido Socialista y más aún en el Gobierno; y, jugando en ese campo, a veces embarrado y a veces resbaladizo, pero casi nunca sembrado con pulcritud, ha demostrado ser superior a todos. Es cierto que un político tan poco dado a los fuegos artificiales como el nuevo líder del PP le planteará un problema a este presidente acostumbrado a llevarse el gato al agua a base de majezas y faroleos, órdagos y señas falsas, como casi todos los componentes de su generación política.
El problema consiste en que se trata de dos personajes que manejan códigos vitales opuestos desde la raíz; y, para desgracia de Sánchez, todo en el ambiente hace sospechar que el viento social está cambiando de dirección y en la próxima temporada va a cotizar más lo ‘vintage’, pero auténtico, que las falsificaciones aparatosas de marcas de lujo. Ese contraste es lo que puede desconcertar al chispero ventajista que habita la Moncloa. Es notable que, tras clavar el análisis (como de costumbre), mi amigo se decepcione cuando, en su primera aparición mediática como retropresidente del Partido Popular, Feijóo ejerce cabalmente de Feijóo.
Tras casi media hora de entrevista con Alsina (primer buen síntoma: reaparecer en Las Ventas), contemplo mi libreta y encuentro repleta la columna de los sustantivos y vacías la de los adjetivos y la de los adverbios del tipo “absolutamente, totalmente, radicalmente, tajantemente” y todos los pertenecientes a la misma familia, de los que el vocabulario político está estragado. Coño, me dije al escucharla, hacía tiempo que no escuchaba a un político en activo más pendiente de la cosa que del adorno. Se agradece, qué quieren que les diga. Eso sí, el tipo no dio ni un puñetero titular. Si no se le recuerda ninguno en 12 años como presidente de Galicia, pasando por cuatro campañas electorales, no va a empezar ahora a darle al ‘sound bite’.
El primer sustantivo fue ‘protocolario’, solo para enterados: si te convocan el jefe del Estado y el del Gobierno, primero vas a la Zarzuela y después a la Moncloa. Ese y no otro es el motivo de que la entrevista con Sánchez se haga el jueves y no el martes, como pretendió el presidente. Como decía un viejo amigo, “son detalles nimios, pero que hacen señor”. Una de las cosas que tendrá que aprender el monclovita —al menos en su relación con este líder de la oposición— es a tener en cuenta esa extraña manía de los políticos ‘vintage’ de cuidar las formas y respetar las normas.
Por lo demás, con las precauciones del caso (la entrevista con el presidente del Gobierno es mañana, no ayer), Feijóo fue marcando el territorio para quien quisiera fijarse:
Primero, ya sé que lo primero que me encontraré será un mandato conminatorio para que acceda inmediatamente a renovar el Consejo General del Poder Judicial en los términos que me dicten, pero todo por su orden: en este momento, la prioridad de las prioridades es la política económica; y, dentro de ella, específicamente, la inflación. Doblemente lógico: porque ciertamente esa es la prioridad de la sociedad en este instante y, además, porque sobre ese terreno pretende el Partido Popular construir su futura mayoría electoral. ¿Sobre cuál otro podría hacerlo? Arrumbada por la realidad la fantasía de un glorioso final de legislatura de crecimiento disparado, reparto de fondos europeos a tutiplén y dispendios sin tasa, toca tomarse en serio lo de la cesta de la compra.
Con carácter inmediato, si el Gobierno quiere que el PP convalide su decreto-ley de medidas económicas, tendrá que transformarlo en proyecto de ley, aceptar enmiendas de la oposición y atenerse a su compromiso de la Conferencia de Presidentes en cuanto a los impuestos. Recordatorio oportuno: pueden bajarse los impuestos sin merma de la recaudación porque la subida de los precios, en sí misma, ya es un poderoso factor recaudatorio para el Estado.
La segunda prioridad (el gallego Feijóo dijo desconocer la agenda de la reunión, pero la dictó de arriba abajo) es, para él, la política internacional: la guerra de Ucrania y el quilombo del Sáhara. Cierre de filas en lo primero y demanda de explicaciones (no de explicaderas) en lo segundo. Cinco décadas de consenso en esa materia no se echan a volar así. Y otro recordatorio: “La política exterior de un país no puede ser la de un solo hombre”.
En cuanto al CGPJ: se hará, claro. Lo de Casado era insostenible con la Constitución en la mano. Pero, entretanto, estaría bien que el Gobierno lo liberara del secuestro que tiene colapsado, entre otros, al Tribunal Supremo, y permitiera al Consejo volver a ejercer sus funciones.
Salió, naturalmente, lo de Vox. Aquí fue donde más brilló la férrea austeridad de Feijóo en materia de adjetivos. Se aferró, casi desesperadamente, a los sustantivos: nosotros (el PP) creemos en la causa europea y en el Estado de las Autonomías, y ellos no. Eso nos aleja sideralmente. Por lo demás, añadió, mi ocupación no será pactar o dejar de pactar gobiernos con Vox, sino persuadir a los millones de votantes del PP que lo nutrieron de que regresen. Se dirá, con razón, que es una forma de eludir una cuestión espinosa: pero también es la única forma inteligente de abordar el problema. Como de pasada, dejó caer de nuevo su conocida tesis sobre la conveniencia de permitir gobernar al partido más votado para no depender de los flancos extremos.
Por último, al fin, un concepto que, además de ser atractivo, lo parece: “el bilingüismo cordial”. Y una posición tajante, aquí sí: la inmersión, como su propio nombre indica, no tiene nada de cordialidad y mucho de imposición. Realmente, añado yo, quien se inventó la palabra para definir una política educativa le hizo un flaco favor a la lengua catalana.
En su primera reunión oficial como líder de la oposición, Feijóo probará la medicina favorita del sanchismo: la inversión sistemática de la carga de la prueba. Consiste en que jamás es él quien debe demostrar su voluntad de acuerdo —pese a que su historial en la materia es desolador—, sino el otro. Se resume en un intercambio de esta naturaleza:
—Aquí te traigo esto para que lo firmes.
—Ya, pero es que me he enterado por la prensa. Deberíamos haberlo hablado antes, o lo hablamos ahora si prefieres.
—¡A arrimar el hombro, he dicho!
—Pues, mira, de esta manera va a ser que no.
—Lo de siempre. Ultraderecha, fascista.
Conviene no menospreciar el recurso: por basto que sea, lleva cuatro años funcionándole. Ahora bien, también hay que comprobar, si es que Feijóo persiste en su actitud inicial, qué tal le sienta a Sánchez una dosis sostenida de sustantivos.