- Aunque una parte del PP no lo entienda, tiene todo el sentido que Feijóo no renuncie a dialogar con el PNV y con Junts, al igual que con Vox
Se ha puesto como una moto Alejandro Fernández, el líder del PP catalán, por la disposición de Alberto Núñez Feijóo a dialogar con Junts, el partido de Puigdemont. Churchill decía que el coraje consiste en saber hablar de pie y escuchar sentado, dos actitudes que no presuponen acuerdo pero sí disposición a hablar de todo. Incluso con el diablo.
Es lógico que a Fernández, que es un espléndido político con gracia, talento y valor, le disguste la decisión de su jefe, que tampoco ha gustado a egregios comunicadores y no pocos dirigentes instalados en la pureza: todos pueden argumentar que dialogar con quien no puedes pactar, por la naturaleza de sus exigencias, conduce al fracaso propio y a la legitimación ajena. Y facilita un poco los acuerdos posteriores con quienes, como Sánchez, tienen unas formidables tragaderas.
Es un punto de vista, muy válido y argumentable, pero no el único. Porque en una España sin mayorías absolutas, que no termina de volver al bipartidismo y con un PSOE echado al monte, la derecha debe plantearse sondear nuevos caminos para evitar el plan real de Sánchez. Que es abolir de facto la alternancia democrática.
Aunque el primer paso sea su investidura, el precio a pagar para lograrla ofrece una pista de la verdadera intención de quien ha sido y seguirá siendo, si logra reeditar el cargo, el presidente con menos escaños propios de la democracia: eternizarse en la Presidencia por el doble método de blanquear sus alianzas y evitar o criminalizar las que pudiera plantearse el PP.
Porque si Feijóo no puede entenderse con Vox, estigmatizado burdamente por el sanchismo como un partido de ultraderecha; no puede contar con un diálogo razonable con el PSOE, empadronado ya para siempre en la trinchera; y no tiene nada que negociar con el PNV y Junts, ideológicamente más cercanos, la conclusión es bien sencilla: nunca podrá gobernar.
Explorar hasta dónde puede llegar con los tres únicos partidos que, ante el boicot del PSOE a las reglas del juego tradicionales, resumidas en la resistencia de Sánchez a felicitar al ganador y su presión al Rey para que le impida intentarlo; no es una opción: es la única manera de poder gobernar alguna vez y de frenar las ansias de perpetuidad predemocrática de un líder socialista sin líneas rojas.
Y encontrar la fórmula para derribar esa trampa sin suscribir lo peor del sanchismo es el gran reto: no se trata de participar en la misma subasta obscena de Sánchez, sino de hacerle ver al nacionalismo conservador que, si decae la fiesta de las canonjías sanchistas por la imposibilidad (que no la falta de ganas) de atender todas las exigencias; allá habrá un PP dispuesto a un entendimiento razonable con formaciones razonables que, más allá de la burbuja separatista que une temporalmente al agua con el aceite, tienen poco que ver con la amalgama de populistas, neocomunistas y abertzales que los tienen ahora mismo secuestrados.
Feijóo parece estar pensando más en las próximas Elecciones Generales, a comienzos de 2024, que en su investidura o la de Sánchez. Y eso solo puede ser porque Puigdemont está en lo mismo, pero en Cataluña: falta por conocerse hasta dónde está dispuesto a rendirse el PSOE para evitar lo que, en las actuales circunstancias, debería ser inevitable. Volver a votar en enero.