- Después de este fin de semana, quien quiera engañarse y pensar que Feijóo es un taimado comunista o Sánchez un estadista honrado, lo hará porque le da la gana.
Los minutos de la basura de esta legislatura pueden durar dos meses o dos años, pero nada de lo que ocurra a partir de ahora hará que se transformen en algo diferente. Desde luego, no en nada remotamente útil para los españoles o siquiera intrascendente, que sería la menos mala de las posibilidades. La opción más probable es que todo empeore un poco más antes de estallar.
Este fin de semana, Sánchez y Feijóo han puesto sus cartas sobre la mesa.
La situación es similar a 2023, cuando el votante sanchista fingió ignorar que Sánchez iba a hacer precisamente aquello que había jurado no hacer. Pero ahora todo está, si cabe, más claro.
El comité federal del PSOE de este sábado fue la prueba, por si quedaba alguna duda, de que Sánchez ha decidido suicidar al partido con él. Con la aquiescencia del propio PSOE, lo que lo hace todo un poco menos dramático. Usualmente, así es como mueren los partidos: entre el ensordecedor aplauso de sus propios militantes. Nada concita más unanimidades en el sanchismo que el precipicio.
De hecho, la inquina contra Page sólo se explica por el convencimiento de sus detractores de que tiene razón. Porque si Page fuera sólo un excéntrico, el pirado que vegeta en todos los partidos y que exige a gritos la vuelta de la peseta, declararle la guerra a los Estados Unidos o la expropiación de toda la riqueza nacional, nadie le haría caso. Pero no le soportan porque saben que dice la verdad.
Cazado en sus mentiras, viendo cómo su nuevo secretario de Organización (Rebeca Torró es sólo un florero) debía renunciar a su nombramiento por las denuncias de acoso sexual, Sánchez le prometió este sábado a su partido más engaños.
Y su partido respondió «todos los que necesites, Pedro». El PSOE de hoy permite comprender el mecanismo psicológico de las sectas.
El viernes por la noche, Sánchez había escenificado una astracanada de veneración al macho alfa de la manada que habría horrorizado al mismísimo Torrente. Juan Soto Ivars dio en el clavo cuando escribió que Sánchez puso el viernes a las mujeres de su partido a limpiar.
A limpiar su corrupción con la esperanza de que esa foto de él rodeado de un par de docenas de jaleadoras le sirviera para recuperar el voto femenino que, de acuerdo a los últimos sondeos, está huyendo a toda velocidad del PSOE.
Sánchez sabe ya, en fin, que todos los españoles sabemos ya que es un vendedor de crecepelo político, además de un mal gobernante que ha llevado a España de cabeza al segundomundismo. Incluidos en ese «todos» aquellos en su propio partido que han decidido incinerarse con su líder, como las viudas con su marido en la India, en una suerte de ritual sati castizo. Pero a él le da igual.
Le da igual, pero tampoco tiene otra opción. Sánchez, dicen algunos en el PP, ve mucho más cerca la cárcel de lo que la ven muchos de esos que la desean cada día para él. Yo creo que la posibilidad de que un presidente del Gobierno español, Sánchez o cualquier otro, acabe algún día en prisión es pura ciencia ficción. Pero entiendo que su perspectiva, la de Sánchez, debe de ser diferente.
La política de nuestro país, en fin, rebosa casos de contumacia en la mentira incluso frente a las pruebas flagrantes del delito. Sánchez llegó al poder gracias al «no es no» y su respuesta frente a la corrupción será también hasta el último minuto, e incluso después de él, «no es no».
En el PP, el ambiente es muy distinto.
«Contamos con vosotros» me decía un alto cargo popular este fin de semana en su 21º Congreso. «Más no podemos hacer» le contesté yo.
Creen muchos en el PP que a medida que los medios vayamos publicando más y más noticias sobre la corrupción del sanchismo el muro se irá agrietando cada vez más hasta que un día caiga.
Yo lo dudo. ¿Qué noticia podría hacer que Sánchez perdiera el apoyo de unos socios parlamentarios que reconocen ya, prácticamente de forma explícita, que mantendrán su apoyo al presidente porque a él se le chantajea mejor?
¿Y qué presunto escándalo de corrupción podrá hacer que los votantes del PSOE que todavía quedan a bordo del barco sanchista salten por la borda?
Si eso no ha ocurrido ya, es altamente improbable que ocurra en el futuro.
Por eso Feijóo, sabiendo la legislatura concluida (aunque con España entera en vilo a la espera de las represalias de Sánchez contra el Poder Judicial, las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y la prensa libre), puso este fin de semana todas sus cartas sobre la mesa.
No habrá coalición de Gobierno con Vox, aunque sí acuerdos puntuales en el Congreso de los Diputados. El cordón sanitario, sólo a EH Bildu. Para el PSOE, el beneficio de la duda. No hay nada que negociar con el sanchismo, pero quizá sí con quien le suceda, si trae de vuelta al partido a la democracia liberal y el Estado de derecho. Con los nacionalistas, nada fuera de la Constitución, interpretada de forma recta y no al modo creativo del Tribunal Constitucional de Conde Pumpido.
Un apunte final. Aunque no soy militante del PP, me he leído las cincuenta y dos páginas de su ponencia política, como pedía este sábado Feijóo a las 3.600 personas que le escuchaban. Una ponencia no es un programa electoral, pero sí es su armazón.
Aquí lo tiene quien quiera leerlo.
¿Mi opinión? Es un programa de sentido común. En términos ideológicos, de centroderecha liberal. En términos de posicionamiento político, de centro, en el sentido (lo expliqué en mi columna de ayer domingo) de coincidente con la opinión mayoritaria de los españoles sobre temas como los impuestos, la inmigración ilegal, la okupación, la familia, la vivienda, la competitividad, la educación y la libertad.
A partir de aquí, a partir de este fin de semana, quien quiera engañarse pensando que Feijóo es un taimado comunista o que Sánchez es un estadista honrado, lo hará porque le da la gana.
Porque le da la gana o porque tiene algo que trincar fingiendo creérselo, claro.