Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 6/11/11
El gran protagonismo del expresidente Felipe González en los últimos compases de la precampaña socialista y el que está previsto para los quince días de campaña resultan, ciertamente, llamativos en alguien que hace nada proclamaba que era militante pero que se sentía, en realidad, poco simpatizante del PSOE; y en quien, además, ha criticado con dureza durante años, no solo en privado sino en público, la ejecutoria del Gobierno en el que Rubalcaba fue ministro y vicepresidente.
No hay que saber mucho, sin embargo, del bien llamado patriotismo de partido para entender la fulgurante vuelta de Felipe. Por tanto, lejos de mí cualquier tentación de negar el derecho que asiste al exdirigente socialista para pasearse por España pidiendo el voto para el PSOE; o de afearle la conducta por olvidarse de la noche a la mañana de todo lo que de aquel, al parecer, le separaba. No es González, ni de lejos, el primer político que se comporta de ese modo, y, con toda seguridad, no será el último.
Ese respeto a su actitud, en mi caso sin reservas, resulta, no obstante compatible con la expresión de la extrañeza e incluso la irritación que a muchos nos produce ver al González actual, que no es el de los años ochenta ni noventa, jalear tan campante la idea motriz de la campaña del PSOE: la de pobres contra ricos. Y es que ese González -el que se pasea en yates con la jet, asesora al mayor potentado del planeta y se dedica a hacer negocios de los que, según es público, obtiene pingües beneficios- milita de modo destacado en el grupo de los ricos.
Entiéndaseme bien: no estoy discutiendo el derecho de González a ganar todo el dinero que honradamente pueda y a vivir como ahora vive: ¡hasta ahí podíamos llegar! No critico siquiera la discutible coherencia que supone moverse entre la gente guapa y militar en el PSOE, lo que queda a su conciencia. No, lo que me parece poco presentable es que quien ha decidido hacer una y otra cosa se monte, como si nada, en el caballo de ese discurso antiguo de clase contra clase. Y es que la actual forma de vida de González afecta, como es obvio, a la credibilidad de sus palabras y pone de relieve la escasa legitimidad que tiene siempre un hombre público para ir proclamando por ahí lo que luego no sostiene con sus actos.
Llamar la atención sobre la necesidad de que nadie en el Gobierno central o en los Gobiernos autonómicos vaya a deteriorar los servicios públicos que hoy garantizan la igualdad (la sanidad y la educación, de forma primordial) es parte fundamental de cualquier política socialdemócrata digna de tal nombre, pero hacerlo denigrando, a través de un vídeo electoral de gusto muy dudoso, a quienes envían a sus hijos a un colegio privado cuando es sabido que así se comportan destacados dirigentes socialistas constituye un acto descarado de cinismo.
Quien hace causa pública de la defensa de una ley que prohíbe construir a quinientos metros de la costa no debiera comprarse un apartamento situado literalmente encima de la arena de una playa. Y quien, con razón, exige a sus adversarios que dimitan cuando se ven envueltos en escándalos de corrupción, debería aplicarse el cuento por mucho que le duela. Esas, y no otras, son las reglas.
Roberto Blanco Valdés, LA VOZ DE GALICIA, 6/11/11