Felipe González intervino ayer en Antena-3, animando al Gobierno a corregir la Ley Sisí, porque está mal hecha.  Ha vuelto a invocar una sentencia que yo le había oído en mayo de 2010: “Rectificar es de sabios, pero es de necios tener que hacerlo a diario”. Era por aquella rectificación de Zapatero después de las llamadas de Obama, Merkel, y, sobre todo, la de Hu Jintao, que le conminó a adoptar medidas de austeridad “por su propio bien”. Felipe debió precisar que rectificar es de sabios que se equivocan, no de los que aciertan.

Ahora ha vuelto a decirlo, aunque con menos éxito. Quizá habría que matizar que el éxito era el mismo, porque la alusión a ZP solo se produjo después de que el orgullo de León humillase tras las advertencias del líder chino. Tal vez una señal de la degradación que está alcanzando la vida política española es que los votantes del PSOE y eso que ampulosamente llaman ‘militancia’ y que no pasa de ser la afiliación, no ven en Felipe González una autoridad política, -ni siquiera en el plano moral-, que sea superior a la de Pedro Sánchez, un chico que había cumplido diez años aquel 1982 en que el PSOE se alzó con la mayor representación parlamentaria que haya obtenido jamás nadie en el Congreso de los Diputados: 202 escaños.

Hemos celebrado no hace todavía un mes el cuadragésimo aniversario de aquel 28 de octubre y todos pudimos ver cómo Pedro Sánchez se apropiaba de la gesta  y se hacía acompañar por Felipe González  en el triste papel del telonero que precede en los mítines al líder máximo, que según confesión propia está llamado a llamado a pasar a la Historia por su actividad de ‘muevecadáveres’.

Hay un factor que agrava esto. El hecho de que alguien como Felipe González haya acabado como un figurante en una cabalgata cuyo principal actor es un mindundi como Pedro Sánchez no es relevante frente al hecho de que todo un presidente del Gobierno tenga que claudicar frente a una ministra de capacidades intelectuales, políticas y morales tan tasadas como Irene Montero. Su nombramiento, por otra parte, le ha venido impuesto y no tiene capacidad alguna para destituirla, porque con ella se iría su anclaje a lo que más aprecia en este mundo, que es su permanencia en La Moncloa.

Decía Sánchez la semana pasada que era obligado esperar a que se pronuncie el Supremo para unificar doctrina y garantizar entre todos la seguridad de las mujeres. Mentira, y las mentiras de Sánchez cada vez chocan más con el corto plazo. El Tribunal Supremo ya se ha pronunciado con un resultado que abona los óptimos resultados que para los violadores está teniendo la Ley Sisí: 46 reducciones de condena y 13 excarcelaciones. Y creciendo. Felipe dice que no le suena bien la milonga de la Memoria Democrática. Cómo le iba a sonar bien si los amigos de los terroristas, por mucho que le pese a Gómez de Celis han impuesto al Gobierno Sánchez la consideración de que la represión dura hasta un año después de que él accediera a la Presidencia del Gobierno. Felipe ha descalificado el argumento de la homologación con Europa para desarmar al Estado frente al golpismo. Las democracias europeas no califican a la sedición como desórdenes públicos, sino como alta traición. Lo habíamos escrito muchos. Se pregunta Felipe por qué no rectifican, lo que viene a subrayar el estado de la cuestión: ya no sabe lo que pasa ni quien manda aquí.