Rubén Amón-El Confidencial

Unidas Podemos y Esquerra son dos partidos confesionalmente republicanos. Abjuran ambos de la monarquía parlamentaria porque la identifican con el pecado original del franquismo

Ahora que empiezan las rondas de contactos en la Zarzuela, Felipe VI debe sentirse delante de Pablo Iglesias -Gabriel Rufián ni siquiera comparece- igual que se sintió Luis XVI cuando autorizó el procedimiento de la guillotina en presencia del doctor Guillotin y del verdugo Henri Sanson.

No sospechaba entonces el monarca francés -primavera de 1791- que iba a convertirse en la cobaya más ilustre de la invención. Ni que la aprobación de una técnica sumaria más aséptica y civilizada de cuanto eran las hachas y las espadas terminaría repercutiendo en el cuello de esposa, María Antonieta. Sanson hubo de ocuparse de ambos en el cadalso, igual que hizo con otras 2.916 personas condenadas a muerte en los años del terror.

Era su trabajo. Lo había heredado de su abuelo y de su padre. Y tenía muy buena reputación en París, de forma que Luis XVI consideró oportuno convocarlo a las reuniones que oficiaba el doctor Guillotin. El tercer invitado era un constructor de artilugios musicales, Tobias Schmidt, y el verdadero autor de la siniestra patente. Luis XVI la bendijo sin imaginar entonces que Sanson lo ejecutaría el 21 de enero de 1793 en la plaza de la Revolución.

Viene a cuento la evocación del magnicidio no solo porque Felipe VI pertenezca a la misma dinastía que el monarca francés -Borbón y cuenta nueva-, sino porque las pulsiones regicidas de Pablo Iglesias y de Fray Junqueras debilitan la jefatura del Estado y predisponen una anomalía en la comuna que Sánchez está organizando en la Moncloa.

Los partidos soberanistas se han ausentado de la fiesta conmemorativa de la Constitución como van a hacerlo de las rondas de contactos

Unidas Podemos y Esquerra son dos partidos confesionalmente republicanos. Abjuran ambos de la monarquía parlamentaria porque la identifican con el pecado original del franquismo y la trivializan como un anacronismo amparado en el régimen del 78. Simbólica y conceptualmente, UP y ERC quieren la cabeza de Felipe VI. No solo porque lo confunden absurdamente con una figura absolutista, sino porque le reprochan su comportamiento en Cataluña. El discurso del “3 de octubre” se ha instalado en el imaginario soberanista como una afrenta inaceptable. Y como un ejercicio de hostilidad que los Comunes, Ada Colau y los ‘indepes’ purgan cada vez que el Rey aparece en Barcelona, hasta el extremo de considerarlo un invasor extranjero y de forzarlo a un régimen de disciplina clandestina.

Los partidos ‘soberatas’ se han ausentado de la fiesta conmemorativa de la Constitución como van a hacerlo de las rondas de contactos que inicia Felipe VI esta semana. Quiere decirse que el Rey podría encargar gobierno a Pedro Sánchez consciente de que su aliado explícito -Unidas Podemos- y su aliado implícito -ERC- aspiran a derrocar la monarquía misma. No este año, ni el que viene, pero los elogios de Iglesias a la princesa Leonor representan un mensaje de tranquilidad cínico y perverso. Es preferible la honestidad de Esquerra. Y su rechazo categórico al régimen de los Borbones. Leonor es para ellos la niña del Exorcista, no digamos cuando incorpora al don de lenguas el dominio del catalán: leído y escrito.

Corresponde a Sánchez moderar a sus socios de legislatura, inculcarles el criterio de la monarquía como eje gravitatorio de la unidad territorial, pero las veleidades del líder socialista en la emergencia del poder aportan más incertidumbre que garantías y responsabilidad. De otro modo no hubiera suscitado tanta inquietud la lozanía con que el líder socialista aclaraba que el eventual pacto ERC se concebiría respetándose la ley y la Constitución. ¿Era necesario hacerlo? ¿No significaría delinquir hacer lo contrario?

No se reconocen Iglesias ni ERC en la Carta Magna. Aspiran a modificarla con ambiciones traumáticas. Y no acepta Junqueras el marco constitucional. Es la razón por la que las negociaciones con el PSOE estimulan la ambigüedad del “orden jurídico”. Y es el motivo por el que el abrazo de Iglesias a Sánchez aprieta el cuello de Felipe VI en una siniestra carambola. No están maduros los tiempos para que la cabeza del Rey termine en el cesto. La protegen el sistema, la madurez democrática, el orden institucional, la reputación de la monarquía misma, la expectativa sucesoria de una princesa que ha cumplido 14 años, pero el acuerdo de Sánchez con Iglesias y Junqueras evoca las reuniones de Luis XVI con Guillotin, Sanson y Schmidt. Muy amigables, muy civilizadas, pero precursoras de un magnicidio.