TONIA ETXARRI-EL CORREO

Todo ha cambiado en la España que el rey emérito condujo de la dictadura a la democracia. No es la nación que conoció Don Juan Carlos gobernada por una izquierda republicana coaligada con el populismo comunista. Tampoco el PSOE es ya el que fue en la Transición. Con el sentido de Estado suficiente como para arropar a la Corona como sistema de unidad y arbitraje. A nadie se le escapa que la decisión de Don Juan Carlos de abandonar el país fue forzada por la presión, incluso explícita, del Gobierno. No es que Moncloa estuviera esperando un gesto contundente de Zarzuela. Es que lo propició con su presión hasta que el rey emérito cedió.

Que Pedro Sánchez haya dicho que el pacto constitucional sigue vigente es una obviedad. Levantó acta. Entre otras cosas porque la correlación de mayorías en el Congreso no son favorables para darle la vuelta a la Constitución y cambiar de régimen. En su comparecencia defendió al rey emérito por haberse quitado de en medio. Gracias. Separó a la persona de la institución. Pero no hizo ninguna referencia a su legado político.

Aun así caló su mensaje en buena parte de la opinión publicada. Como el bueno del Gobierno frente a los desestabilizadores de Podemos. Los socialistas marcan distancias de sus socios. Pero no los ponen en su sitio. Podemos habló de «huida indigna», cuando todo el mundo sabe que Don Juan Carlos dará explicaciones, y rendirá cuentas si la Justicia le requiere. Que no es un prófugo como un Puigdemont de turno. Pero eso será cuando le investiguen. De momento está bajo sospecha por las conversaciones de un comisario corrupto y una comisionista resentida. No está inmerso en ninguna causa. Lo recuerda Carmen Calvo.

Pero la clave está en el aislamiento institucional en el que ha quedado Felipe VI. Sánchez le aplaude por las decisiones drásticas que ha ido adoptando con su padre. Pero no defiende su papel. El Rey está cada vez más solo. El calor que le demuestran en la calle es otro termómetro. Pero no tiene el apoyo institucional. Con un Gobierno integrado por ‘sanchistas’ y por una fuerza antisistema cuyo líder es un admirador declarado de Robespierre, el apoyo a la Corona se evapora. En la trastienda reposa un plan contra la monarquía y la Constitución que sólo espera su momento. Felipe VI ahora necesita algo más que su propia fortaleza. La que demostró con su discurso del 3 de octubre de 2017 cuando el Gobierno de Rajoy se quedó ‘noqueado’ con el desafío secesionista catalán. Necesita más apoyo institucional y civil ante el plan de demolición constitucional. Ese es su reto, en plena soledad. Populistas y secesionistas no se dan por satisfechos con el abandono de su padre. Sería ingenuo creer que se van a apaciguar los revanchismos. Dadas las circunstancias de embestidas desestabilizadoras, ¿el poder arbitral que la Constitución otorga a la Corona no habría que defenderlo con mayor énfasis?

El PP le pide a Sánchez que eche a Podemos del Gobierno y refuerce la unidad constitucional. Mientras los necesite, no ocurrirá.