Pasase lo que pasase, él era fiel a su lema: «Yo sigo»
CON solo catorce años, el bonaerense Jorge Alberto Rípoli ya tanteaba el mundo del espectáculo, aunque de la manera más humilde: plegando y desplegando sillas en un circo. Era un muchacho de ojos saltones, dientes de conejo y flequillo de gañán, dueño de una cara que hacía reír casi sin querer. Pronto se hizo comediante, con un humor blanco, basado en las muecas y en soltar disparates atropelladamente. A comienzos de los años setenta, Jorge Alberto se instaló en España junto a su mujer, ya bajo el nombre artístico de Joe Rígoli. Contra todo pronóstico alcanzó una inmensa popularidad en la España de la Transición. En 1977, Ibáñez Serrador lo fichó para el concurso «Un, dos, tres», en una época en la que aparecer en la única televisión existente te introducía en la sopa de 30 millones de hogares. El personaje de Rígoli se llamaba Felipito Tacatún. Su gracia, según recuerdo difusamente de mi niñez, estribaba en que se mostraba totalmente inasequible al desaliento. Tenía más moral que el Alcoyano y remataba todas sus actuaciones con una mueca imposible y la siguiente proclama: «¡Yo sigo!». La voluntariosa expresión de Felipito Tacatún llegó a convertirse en una coletilla de moda entre los españoles, que la repetían en bares, tertulias y oficinas. Lo que hacía reír al respetable era que la tenacidad a prueba de bombas de Tacatún, y su exagerada autoestima, contrastaban de manera ridícula con su patente incompetencia.
El espíritu de Felipito Tacatún vaga hoy por La Moncloa. «Yo sigo»… aun siendo incapaz de aprobar ni una reforma de peso, porque en realidad solo dispongo de un cuarto de los diputados del Parlamento. «Yo sigo»… aunque no puedo ni sacar adelante los presupuestos, herramienta básica de todo Gobierno, y voy a tener que pandar con los de Mariano, que me pasé dos años despellejando. «Yo sigo»… aunque el tipo que me sostiene en el poder, un supremacista que es un enemigo declarado de España, me humilla cada semana. «Yo sigo»… aunque me han pillado mintiendo a la Cámara sobre mi tesis y negando las evidencias del plagio en ella y en mi libro. «Yo sigo»… aunque cuando suenan sirenas de frenazo en la economía no se me ha ocurrido nada mejor que intentar subir los impuestos para trabarla más. «Yo sigo», pase lo que pase y cueste lo que cueste, porque los españoles nunca me han hecho ganador de unas elecciones y ser presidente es una chiripa increíble. «Yo sigo», aunque me traten de sacar de la poltrona con fórceps, porque me encanta el helicóptero, y el avión oficial, y verme en la tele y llamarme a mí mismo «presidente» cada vez que abro la boca. «Yo sigo», aunque me he convertido en un problema y un lastre para España.
Joe Rígoli se volvió a Argentina. Allí dilapidó todo el capital que había acumulado en España. Murió en 2015, a los 78 años, solo y olvidado en un asilo para actores fracasados, la Casa del Teatro. Transitando por sus pasillos, a veces todavía repetía su gran mantra: «Yo sigo».