Rebeca Argudo-La Razón
Félix Ovejero es doctor en Ciencias Económicas y profesor de Filosofía Política y Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona, escritor, articulista, brillante conversador. De todo ello se nutre su último libro, “La razón en marcha”, que publica junto al periodista Julio Valdeón y que recoge, en sus propias palabras, el pensar y el vivir de un hombre valiente, honesto y necesario, el primero, hilvanado por el saber preguntar y saber escuchar del segundo. Un retrato íntimo e intelectual imprescindible.
Eres abiertamente crítico desde la izquierda, lo hemos visto en tus ensayos y artículos y ahora en “La razón en marcha”, con, parafraseo uno de tus títulos, la deriva reaccionaria de la izquierda. ¿Qué es lo que le pasa?
Hoy en la izquierda hay un hueco, y es el de que alguien reivindique, sin metafísicas ni especulación, la idea de una ciudadanía de libres e iguales. Eso salta por los aires desde el momento que hay una alianza con los que están rompiendo el ideal de igualdad. Esta izquierda se ha olvidado de los principios de igualdad y ha establecido unos criterios etnicistas que, además y dada la composición social en España, se corresponden con criterios de clase: los ricos en el País Vasco son los vascos, y los ricos en Cataluña son los catalanes. Y hay un relato, del cual está presa toda la política española, según el cual España está en una deuda con Cataluña. Parece que el problema sea que hay una manifestación patológica, que es el extremismo, pero que la causa es justa. Algo así como la mujer que roba fruta para dar de comer a un hijo hambriento. Y no es así: el nacionalismo es mentiroso en su historia, patológico en sus principios y, además, en sus procedimientos se ha saltado la ley. Y esos son los aliados de Sánchez.
Por algo como eso, la más mínima discrepancia, hoy en día cualquiera es acusado de fascista o de ultraderechista.
En España no hay ultraderecha. Cuando hubo el atentado de Atocha, recordémoslo, nadie salió a las calles a perseguir árabes, como sí ocurrió en Londres poco tiempo después. ¿Hay votantes racistas? Pues probablemente habrá alguno, pero eso no nos convierte en un país racista.
¿Vox no es extrema derecha?
No. Vox a lo que más se parecería es a la vieja democracia cristiana. En ningún momento ha intentado saltarse o violentar la ley y nunca ha recurrido a nada parecido a lo que clásicamente recurre la extrema derecha. Vox no tiene las manos manchadas de sangre y entre sus filas cuenta con individuos que sí han sido perseguidos por terroristas.
«Vox no es extrema derecha. No ha intentado violentar la ley ni tiene las manos manchadas de sangre»
Pero el miedo a un avance de la ultraderecha sí ha calado en una parte de la ciudadanía.
La izquierda parece haber olvidado que consiguió instalar un paisaje cultural y político: la reivindicación del sufragio universal, la jornada de 40 horas, la eliminación del trabajo infantil, los derechos sociales… Todo eso, que acaba conquistando la izquierda, hoy en día nadie lo discute, afortunadamente. No lo discute la derecha. Esta ya no invoca la tradición ni la religión. Entrará en el debate y podrá no defender consecuentemente la igualdad o la libertad, pero desde luego sí invoca esos principios. Entonces el debate es posible. Pero ahora la izquierda se inventa un enemigo que no existe. Está describiendo a una derecha como si estuviésemos en la Europa de los años veinte, cuando los camisas pardas salían a las calles a pegar palizas y evitar que cualquiera pudiera ejercer su libertad de expresión. Y eso está enloqueciendo el debate. Están deslegitimando el voto a la derecha asociándolo a una alarma fascista inexistente. Y lo que me parece particularmente inquietante es que, mientras hablan de fascismo y xenofobia, esa izquierda se apoya en dos partidos (EH Bildu y Esquerra Republicana) que directamente quieren privar de derechos ciudadanos a una parte de los españoles en nombre de una etnia.
¿Cómo has visto la campaña electoral?
Lo asombroso de la campaña es que se ha establecido un marco de debate, a partir de los pactos en Extremadura, que se presentan como lo peor del mundo y con un partido al que califican de fascista. Pero en cualquiera de los factores que se manejan, desde el trato a las minorías identitarias al nivel de xenofobia, puntuaba infinitamente mejor que buena parte de los partidos que han sostenido de facto al gobierno. Partidos que tenían como objetivo destruir el Estado formaban parte de un marco legítimo. Esto supone un desplazamiento profundamente corruptor, no solo para el PSOE, que está podrido hasta las entrañas, sino para sus votantes, que han aceptado lo que antes parecería inaceptable a cualquiera: pactar con partidos que son racistas y que demuestran una consideración estrictamente de desprecio al conjunto de los ciudadanos.
¿Cómo valoras los resultados?
Ahora mismo estamos decidiendo el gobierno de España con individuos que quieren destruir, no ya el Gobierno, sino el Estado. Que son delincuentes. Hasta ahora, los votantes del PSOE podían decir que les engañaron. Pero ahora ya no: lo han votado a sabiendas.