- «Una de las grandes conquistas de la izquierda ha consistido en que la derecha no invoque hoy ni la tradición ni la religión, sino que invoque la libertad o la igualdad»
Hace un par de semanas dábamos cuenta de la reciente publicación de un interesante y valioso libro, La razón en marcha (Alianza Editorial), conjunto de conversaciones entre Félix Ovejero y el escritor Julio Valdeón. Libro de fácil lectura en el que Ovejero, que está entre lo mejor de la izquierda ilustrada de España, nos describe su pensamiento político y su percepción del curso de España y de Europa en las últimas décadas. Además de su trayectoria vital situada en Barcelona y con excelentes relaciones en toda España.
Vale la pena seguir la lectura de ese libro, que denuncia la mutación de la izquierda española que lleva años pactando de manera insensata con fuerzas dislocadas. Ya sea con populistas de extrema izquierda, o con nacionalistas que saltan a la vista como integristas y reaccionarios, todos ellos enemigos de nuestra Constitución de 1978. Y así hasta hacer irreconocible la actual dirección del Partido Socialista.
Dice Ovejero frente a las ideas desfasadas del antiguo régimen español, adicto al carlismo y sus conflictos legitimistas desde hace dos siglos: “Frente a la idea anterior, premoderna, que concebía el territorio político como una propiedad del rey, el territorio político que nace con las revoluciones democráticas es un proindiviso: todo es de todos sin que nadie sea dueño de parte alguna. No por casualidad el artículo 2 de la Constitución de 1812 afirmaba que “La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona”. La nación será una casa común de la que no cabe excluir a nadie. Somos ciudadanos iguales en cualquier parte de la nación. Barcelona no es de los barceloneses. Ese paisaje, la propiedad colectiva, es la condición de posibilidad de nuestras propiedades personales. Y de sus límites. Caemos entonces en las patologías de la izquierda reaccionaria, apelando a la identidad”.
La izquierda, abonada a sus dislates, a la basura segregada por Derrida, Foucault y el resto, comenzará entonces a distanciarse de la racionalidad, incluso de la realidad, para abrazar la antipolítica
Es esa izquierda reaccionaria, tan boyante en la actualidad, que apela a las identidades y no a la comunidad de ciudadanos, la que describe Julio Valdeón en su introducción al capítulo XVI del libro. Se despacha a propósito de esas conductas inquietantes en el seno de la izquierda que han contaminado y atormentado desde hace tiempo a varios partidos socialistas de Europa. Dice así: “La deriva reaccionaria de la izquierda, que iba a certificar todas las patologías que la aquejan. Un éxito editorial que devolvió el realismo a un patio estragado de mala literatura. Los males de la izquierda, hoy comatosa, arrancan del 68, cuando la efervescencia de la juventud sustituye al viejo tablón de las clases sociales mientras las ocurrencias ocupaban el lugar de las ideas. Arranca entonces una deriva oscurantista, abonada por unos filósofos expertos en cháchara, cuentistas profesionales que resultan directamente banales cuando uno puede entenderles y, casi siempre, ininteligibles. Puros hacedores de hermenéutica oscurantista. La izquierda, abonada a sus dislates, a la basura segregada por Derrida, Foucault y el resto, comenzará entonces a distanciarse de la racionalidad, incluso de la realidad, para abrazar la antipolítica, el triunfo de la sentimentalidad y la entronización del identitarismo. En un proceso imparable, la izquierda, y así lo certifica el autor, abandonó los postulados de la Ilustración y ha terminado por recalar en no pocos lugares comunes del pensamiento conservador, cuando no directamente reaccionario.
Si añadimos al brebaje el “desplazamiento del eje del discurso desde la igualdad a la diferencia, donde cada ciudadano quedaría adscrito a un colectivo en virtud de un rasgo de su identidad que explicaría su vida entera y que justificaría un trato diferencial”, obtendremos una izquierda adolescente. Entregada a la palabrería. Incapaz de precisar conceptos. Empeñada en destruir la comunidad política o, si acaso, en convertirla en una macedonia que agrega a las distintas tribus. Enemistada con el internacionalismo. Acientífica. Proclive a tontear con la censura y los esencialismos, que en el caso español son todos esos nacionalismos a los que la izquierda patria, en un claro ejercicio de trastorno conceptual y conductual, extendió aberrantes certificados de normalidad democrática”.
Sí, ahí está, una izquierda comatosa y adolescente, cursi e irreal, entregada a la palabrería y empeñada en destruir la ciudadanía y convertirla en una suma infinita de identidades y tribus. Como dice Félix Ovejero: “De hecho, una de las grandes conquistas de la izquierda ha consistido en que la derecha no invoque hoy ni la tradición ni la religión, sino que invoque la libertad o la igualdad. Eso es un genuino terreno compartido. Entonces, en lugar de celebrarlo, la izquierda ha preferido refugiarse en la empatía o la perspectiva de género, o en que no se pueden comunicar las vivencias personales ni tampoco hacer universal un razonamiento”.
Hará falta mucho tiempo para drenar tanta prosa de sonajero, para restaurar la dignidad de palabras maltratadas en este tiempo: democracia, libertad
La limitación de espacio de este artículo obliga a señalar sólo aspectos fundamentales del pensamiento de Félix Ovejero. Su libro concluye con el discurso que pronunció en Barcelona en la última gran manifestación constitucionalista del 29 de octubre de 2017, en respuesta al golpe secesionista del 1 de octubre de aquel año. Dijo allí: “Nos une algo muy sencillo, bien fácil de resumir: el compromiso compartido de defender nuestros derechos y libertades. Son pocas palabras, pero bien precisas, desprovistas de ampulosidad. Hará falta mucho tiempo para drenar tanta prosa de sonajero, para restaurar la dignidad de palabras maltratadas en este tiempo: democracia, libertad. De momento me basta con concretar ese compromiso. Me cabe aquí, en el bolsillo: aquí la tienen, nuestra Constitución. Esos 169 artículos que nos hacen ciudadanos libres e iguales. Nunca hay que olvidarlo y menos que nunca en estas horas: la ley es el poder de los excluidos del poder, de los sin poder, nuestra garantía contra el despotismo. La civilización”.
Y más tarde añade: “Ante eso sólo nos queda reivindicar nuestro mestizaje, sí, somos mestizos de pura cepa. No importa dónde nacimos, vengamos de donde vengamos, todos somos ciudadanos (…). Nadie es más que nadie ni nadie es dueño de un territorio que, por ser de todos, no es patrimonio de nadie. Esa es la impresionante conquista de las revoluciones democráticas, la nuestra, también, como ciudadanos españoles, la que nos han querido desbaratar. Esa es nuestra realidad más inmediata”.
Es difícil decirlo mejor con menos palabras. Los 169 artículos de la Constitución nos hacen ciudadanos libres e iguales. La ley es nuestra garantía contra el despotismo. Esa es nuestra impresionante conquista como ciudadanos españoles, que no podemos permitir que nadie desbarate.
Sí, reiteramos que hay que leer ese libro. En tiempos de degradación política, Félix Ovejero da una magnífica lección sobre lo que es la democracia, sobre nuestra obligación de defenderla frente a quienes se empeñan en quebrar nuestra comunidad de ciudadanos.