La noche del viernes se celebró en el hotel Hesperia de Bilbao la fiesta de cumpleaños de Agustín y Mariluz Ibarrola. El comité organizador del acto me pidió que fuese uno de los intervinientes en el acto. Éste es el texto de mi intervención.
Buenas noches a todos. Y también a todas, amigos y amigas, vascos y vascas de uno y otro sexo. Uy, perdón, quería decir género. O génera. Hemos sido congregados esta noche en torno a un acontecimiento singular. Nuestros amigos, Agustín y Mariluz, han cumplido años el pasado 18 de agosto. Los dos el mismo día.
Mi desorden personal me impide tener anotados en alguna parte los cumpleaños de mis amigos. Lo cual no suele ser grave inconveniente, porque Chelo Aparicio sí los tiene y nunca deja de llamar para dar el queo y ahorrarnos la condición de malqueda. De todas formas, el pasado 18 de agosto no hizo falta. La razón de ello es que El Correo dedicaba toda su portada al octogésimo cumpleaños de Agustín Ibarrola.
“Retrato del artista octogenario” era el titular, sobre una gran foto de Agustín sentado en su taller de Oma, entre su cuadros. Y la alusión a la novela de Joyce, ‘Retrato del artista adolescente’, me pareció sugerente, aunque tal vez no habría hecho falta la paráfrasis, porque Ibarrola sigue siendo un artista adolescente, con el vigor y el empuje de los años más mozos y, lo que es más significativo, con la ilusión y la vitalidad intactas.
Debo confesar que aquella primera de El Correo supuso para mí una pequeña alegría porque era una señal de que, por fin, nuestro amigo era profeta en su tierra.
No sé si habéis oído hablar de Samuel Maverick, un abogado texano que en el siglo XIX recibió en herencia una punta de ganado al que no podía atender adecuadamente. Las vacas rompieron la cerca y se desperdigaron por los alrededores, asilvestrándose. Desde entonces se emplea el término ‘maverick’ para llamar a las gentes que van por libre, sin atender a consignas ni hacer caso del rebaño. Agustín es una de esas personas, lo que en no pocas ocasiones le ha traído consecuencias desagradables, aunque ninguna tanto que fuese capaz de domarlo.
No pudo el franquismo, a pesar del consejo de guerra sumarísimo que en 1962 le instruyó el coronel Eymar, junto a su hermano José María, Ramón Ormazábal, Enrique Múgica, Vidal de Nicolás, Antonio Pericás, María Dapena y otros. Fue condenado a 9 años de cárcel, pero eso no bastó para doblegarle.
Pasó el tiempo y el dictador a mejor vida, pero la llegada de las libertades no le trajo la paz ni el reconocimiento universal. Sus exposiciones eran a veces atacadas por militantes de la extrema derecha. Fue especialmente surrealista el asalto contra una muestra de su obra en Zaragoza, cuyo alcalde, el socialista Ramón Sáinz de Varanda cortó por lo sano, prohibiendo la exposición.
Entonces pensé que Agustín era uno de esos artistas que parecían haber nacido malditos, como si llevaran tatuada en el hombro a fuego la flor de lis, la marca infamante de las putas en la Francia anterior a la Revolución.
Después hubo reconocimientos, también con Gobiernos socialistas, pero nunca por parte del soberanismo vasco. Nunca fue un artista del gusto del nacionalismo gobernante, la mayoría de cuyos dirigentes no se privaron de mostrar su desapego, cada vez que hubo ocasión. La expresión nacionalista próxima al terrorismo atacó su obra y su casa sin que él dejara de militar contra la sinrazón, el totalitarismo y por la libertad en los movimientos cívicos que se han creado en Euskadi durante los últimos quince años, muy especialmente en el Foro Ermua, Basta Ya y en la Fundación para la Libertad.
Uno de esos años malos, de los asaltos al Bosque Pintado de Oma o a su casa, fue 2000. Las buenas personas expresaban su solidaridad al artista en cartas al director, no sin dejar claro en el primer párrafo que son muchas las cosas que me separan ideológicamente de Ibarrola, pero ante el ataque sufrido, etc, etc. Para exponer en público su sentido de la solidaridad, virtud socialdemócrata que antepone la exhibición de los buenos sentimientos propios a cualquier otra consideración.
En aquel año, Manuel Vázquez Montalbán hizo un retrato de Agustín que me pareció muy pertinente:
“Ibarrola pintaba o modificaba maderas vivas y muertas, bosques y traviesas de trenes tratando de eternizar el reclamo del tótem. Agustín me prestó hospitalidad, conversación y su bosque cuando yo estaba escribiendo Galíndez, y seguía siendo la democracia con chapela y una tolerancia educada en el rechazo de todas las intolerancias padecidas. Contemplo ahora su casa violada por la barbarie talibana local y a él bajo la chapela, con los brazos abiertos, como tratando de abarcar tanto absurdo.”
Es una instantánea perfecta, el retrato de carácterde un hombre profundamente bueno que sólo es capaz de extender los brazos para mostrar su incomprensión con un gesto. Aproximadamente de la misma época es una entrevista con Agustín de la me vais a permitir leer dos párrafos significativos. El primero es sobre la determinación de no ceder, ese empecinamiento cívico en la defensa de los valores que lo han alimentado toda la vida:
uno se ha dejado parte de su vida, de su libertad, de su familia, de la libertad de su familia, en las cárceles, y que esa lucha por la libertad, por poder expresarse y votar, en definitiva, le obliga a uno a ser riguroso y crítico con el tipo de libertades democráticas en general que hay en España, y, con la ausencia real de democracia y de libertad que tenemos en Euskadi.
El segundo, es sobre su mujer:
Mariluz, mi mujer, sí que es una soñadora. Ella también fue artista. De vez en cuando me dice: «baja de la higuera». Yo creo que piso la tierra firme que no han pisado otros. Hay tierra firme dentro de mi pensamiento y de mi creatividad. El amor es muy importante para vivir, para ser persona. Yo he tenido la suerte de conocer a Mariluz. A los dieciocho años nos conocimos y ese amor se ha afirmado en esa profundidad a lo largo de la vida. Nos ha tocado luchar mucho para sobrevivir. Cuando yo he estado preso, o en la clandestinidad, a ella le ha tocado sacar la familia adelante y mi obra. Mariluz no ha permitido jamás que mi obra se clandestinice o permanezca escondida. Ella me decía: tú eres un artista, un hombre público, pues a la calle.
Me parece que estas palabras de Agustín reflejan con absoluta precisión el estado del arte. Y la dependencia que este genio tiene de una mujer extraordinaria. Aunque les conocía de antes, yo empecé a tratar a Mariluz hace unos treinta años cuando era un joven columnista de una periódico de vida efímera que se llamó ‘Tribuna Vasca’. Me cupo el honor de que mis columnas iban acompañadas, no diré que ilustradas para no ofenderle, por dibujos de su hijo José. Una mañana que me encontré con ella y tomamos un café en el Iruña y me dijo algo que aún hoy me parece el homenaje más hemoso que me han hecho: “Siempre te leo. Tú eres para mí como un hijo más”. Como yo siempre he sido de natural agradecido y cumplidor, en aquel mismo momento decidí que los Ibarrola iban a ser ya para siempre mi familia adoptiva.
Mariluz es el contacto, el filtro y la valla protectora entre Agustín y la realidad. Ese “baja de la higuera” es una divisa que merecería figurar en un escudo heráldico y que a mí me ha hecho recordar una anécdota que lo justifica sobradamente.
Hace ya bastantes años oí contar a uno de los nuestros, el inolvidable Pedro López Merino que recibió una llamada de Mariluz para avisarle de que los niños, José e Irrintzi, tenían fiebre. Pedro, que no es que fuera un médico de familia, sino un médico como de la familia, llegó de noche y Mariluz le invitó a cenar. Se sentó y empezó a hablar de Política con Agustín. Un par de horas más tarde se levantó y se disponía a marcharse cuando Mariluz cantó el ‘baja de la higuera’ y le dijo: “Pero Pedro, ¿es que no me vas a recetar nada para los niños?”
Hoy celebramos el cumpleaños de estos dos queridos amigos y un misterio gozoso: el hecho de que el artista adolescente haya alcanzado la madurez sin abaandonar la juventud. Mariluz, Agustín: Muchas felicidades.
Santiago González en su blog, 12/9/2010