Eduardo Uriarte-Editores

La obsesión de Sánchez por Franco -que destila una admiración subconsciente por el dictador- nos promete todo un año nuevo cuajado de eventos recordatorios del Caudillo. Este hecho resulta criminalmente irresponsable en una sociedad que había superado gracias a la amnistía del 77 y la Constitución el foso que el franquismo sostuvo de las dos Españas, la nacional-católica y la “antiEspaña” -hoy, la del “progreso” y la de la “fachosfera”-. Una maniobra para devolvernos al cainismo español, producto de la secular perversión de dirigentes que provocan el enfrentamiento civil como plataforma para detentar el poder, enfrentamiento que conlleva el abandono del espacio democrático y justifica el uso de cualquier medio contra el enemigo, empezando por la mentira y siguiendo por las maquinaciones gansteriles.

Es evidente, también, que el empeño de levantar su anunciado muro para excluir a los desafectos arrastra a la política a la miseria reaccionaria de romper la ciudadanía, destruyendo la nación. Es decir, llevándonos a un manifiesto guerracivilismo que desembocará inevitablemente en una descarada autocracia. Esta vuelta atrás le garantizaría al líder el afecto incondicional y fervoroso, cual lo tuvo Franco, de sus partidarios. A los ancianos del lugar nos resultan las intervenciones serviles de sus ministros y allegados muy parecidas a la de los jefes del Movimiento Nacional. Siendo claros, estamos siendo testigos de la victoria de la revolución de Asturias, versión woke, desde la Moncloa, similar a lo realizado en su día por el chavismo, por eso necesita enfrente a Franco.

Es posible que la semilla del revanchismo y guerracivilismo estuviera dormida en el seno del PSOE -que pasó cuarenta años de vacaciones, salvo honrosas excepciones- sesteando. Pero vino a despertarlo de su sosegada socialdemocracia felipista las nuevas ideologías woke e identitarias, radicales todas ellas, y sobre todo la irresponsabilidad de ZP que alcanza su apoteosis con Sánchez. De hecho, el antifranquismo radical sobrevenido, falso, emocional y radical como el de los cenetistas de última hora en el 36, no va contra lo que supuso el cadáver recién desenterrado, sino contra todo aquel que no comulgue con el sanchismo. Todos los demás, yo el primero, franquistas.

Poco antes de morir me confesaba mi amigo y compañero de presidio Onaindia su disgusto y amarga discusión en una agrupación socialista de Valladolid durante una conferencia que fue a dar sobre el republicanismo patriótico, muy influenciado en esos momentos por Habermas. Su mensaje hacia el constitucionalismo en la izquierda se vio interrumpido por numerosas intervenciones que partiendo de un inusitado número de menciones al abuelo fusilado abogaban por la ruptura política. Desde el plano emocional se echaba abajo la convivencia política, lo que le escandalizó, llevándole a exclamar que ya estaba ben con los abuelos fusilados, que a él mismo le quisieron fusilar, y que lo importante era que esas situaciones no volvieran a repetirse… No vivió el suficiente tiempo para padecer el Sanchismo.

El 2024 gente como yo perdimos toda esperanza. No porque viéramos lo que el sanchismo iba destrozando, previsible en mi caso desde que salió del chiquero con su aberrante No es No, importándole un pito paralizar políticamente el país y convertir a la derecha en enemigo intratable, sino en la dolorosa observación de muchos amigos de izquierdas, no todos, embobados en un gregarismo acrítico seducidos por las mentiras del Santo Oficio, o el ministerio de Información, del sanchismo. El servilismo y la pérdida de la capacidad crítica en el seno de la izquierda, dominada por el guerracivilismo, es el elemento fundamental para el abandono de la esperanza.

Como no es la primera vez que medito en fechas tan entrañables como las navidades, en las del 70 medité profundamente ante dos penas de muerte, os animo a recibir el futuro año a los sones de “Always look on the bright side of life…”. Lo mejor que se ha hecho sobre la estupidez de la izquierda es la Vida de Brian. Le encantaba a Onaindia, lo testificó Tonia Etxarri en un artículo que me hizo sonreír.