FERNANDO SAVATER-EL PAÍS
- Teresa Giménez Barbat ha escrito un libro a contracorriente, es decir, ilustrado, en el que repasa los principales dogmas de la ideología feminista
Nada contribuye más a la claridad y firmeza de las ideas que la ignorancia. El escepticismo y las dudas no vienen con la edad o el elitismo contrariado, sino con el estudio o la experiencia. Lo que el devoto llama “traición” es sólo el derecho a ser hoy menos tonto que ayer. El feligrés, en cambio, se enorgullece de no aprender jamás. Teresa Giménez Barbat ha escrito un libro a contracorriente, es decir, ilustrado: Contra el feminismo (Pinolia). Si alguien podría proclamarse sin disputa feminista es ella, antropóloga, escritora, cofundadora de Ciudadanos y eurodiputada. Su preocupación siempre ha sido la sinergia entre humanismo y ciencia: durante su estancia en Bruselas organizó seminarios muy interesantes en esa línea. Ha leído todo lo imaginable y elige bien sus maestros, como el gran Thomas Sowell (si les gustan las paparruchas denle fuerte a Judith Butler y Paul B. Preciado, pero si prefieren aprender lean a Sowell, que hasta es negro y todo).
Giménez Barbat repasa los principales dogmas de la ideología feminista, como el heteropatriarcado, la victimización sempiterna de las mujeres, la violencia de género, el movimiento queer y sus exigencias, la brecha salarial y laboral, la realidad y el porqué del dimorfismo sexual, etc… Su aproximación a estas cuestiones es una sabia combinación de nociones científicas básicas (no hallazgos especulativos), sólido sentido común (que ya sabemos que es reaccionario pero funciona mejor que el delirio) y ciertos toques de humor. El resultado no es otra colección de dogmas para sustituir a los descartados, sino una valoración conjunta de tradición y novedad social que permite quedarse con lo preferible de ambas esferas. Un libro combativo pero útil, sin estridencias innecesarias. Ojalá tuviésemos algo parecido sobre el cambio climático y sus remedios. Podría animarse a escribirlo el Nobel John Clauser o Sultán al Jaber, cualquiera menos Antonio Guterres…