Tonia Etxarri-El Correo

Hoy se hará efectivo el cese de la mano derecha de Francisco Salazar en el Consejo de Ministros, en un intento de Pedro Sánchez de restañar la herida provocada por las dos denuncias de acoso sexual contra quien vio truncada su carrera hacia el relevo de Santos Cerdán, en cuestión de minutos, hace más de cinco meses. Antonio Hernández, señalado por las víctimas por tapar los desmanes de su jefe, mencionado como cómplice y encubridor de los supuestos casos de persecución, ha pagado los platos rotos de una vajilla que ya apenas se sostiene en las estanterías de la Moncloa.

El malestar interno, entre las mujeres feministas del partido cuya cabeza más visible es Adriana Lastra, va ‘in crescendo’. La procesión va por los cauces de los chats. Que Salazar se propasara con sus subordinadas y que en el partido miraran para otro lado cuando recibieron las denuncias ha desbordado la capacidad de aguante de algunas militantes. Cunde la indignación con mayor intensidad que la mostrada ante Ábalos y Koldo.

Aparecen más incidentes de feministas ‘fake’ en la familia socialista desde que salió a la luz el vergonzoso capítulo de ‘Tito Berni’. Casos que, como Salazar o el secretario general de Torremolinos, dan al traste con el discurso de la defensa de los derechos de la mujer. «Soy feminista porque soy socialista», decía Ábalos mientras se repartía prostitutas con Koldo como si fueran piezas de ganado.

Los apuros son tan extremos que Pedro Sánchez ha tenido que cambiar de estrategia en menos de una semana. No era suficiente que su portavoz en el Gobierno, Pilar Alegría, hubiera dicho que a Salazar «se le cesó de manera fulminante». Por eso, tras asumir «en primera persona» la responsabilidad de lo ocurrido, se ha visto obligado a ofrecer a uno de sus peones más selectos del sanedrín de la Moncloa en la pira de los eliminados. Un movimiento que llega con cinco meses de retraso y que conlleva su abandono de la ejecutiva del PSOE andaluz para no salpicar a la vicepresidenta y candidata, Maria Jesús Montero.

Dada la tardanza en la reacción, cabe preguntarse: ¿Hubo negligencia o alguien frenó el proceso de las denuncias? ¿Hubo dejación o encubrimiento?

El hecho de que las compañeras de Salazar se sometieran sólo al fuero interno del partido en vez de recurrir a la Fiscalía revela su temor a las represalias. «Da igual el protocolo. Las víctimas necesitan un entorno de confianza para denunciar y está claro que Moncloa no lo era», sentencia Soraya Rodríguez, ex dirigente socialista. Con la cabeza de Salazar y la de su mano derecha la herida sigue sangrando.

El Gobierno confía en que este nuevo escándalo no se vaya a cobrar una factura muy alta en las elecciones. Pero la quiebra de la confianza de las mujeres en un partido que va arrastrando la crisis del «sí es sí», la negligencia de las pulseras antimaltrato y el mercadeo de Ábalos y Koldo puede hacerle un boquete de considerables dimensiones en el electorado femenino. Con la cita tan próxima de las urnas en Extremadura, nadie se atreve a apostar. Hace falta dar explicaciones. Salazar declarará ante el Senado, convocado por el PP. Pero no será suficiente.