Caifás es un nombre que a lo mejor dice poco a las nuevas generaciones. Igual ni Pablo Iglesias tiene mucha idea de quién es. Está en la Biblia. No en los libros de politólogos. A todos los que fuimos mucho, mucho a misa y a los oficios de Jueves y Viernes Santo en la España de los 70, la sola mención de Caifás nos conduce mental y automáticamente al malo, malísimo, al gran cobarde de la Pasión que llevó a Cristo a la cruz. Por eso en los pueblos, antiguamente, llamar a alguien Caifás era lo peor. Traidor, cobarde, conspirador, cínico, soberbio. Parece definitivo que Javier Fernández tiene algo contra Pablo Iglesias.
Caifás, su suegro Anás, los Sumos Sacerdotes, el Sanedrín. Los malvados personajes que, según los libros que nos leían los curas, temieron que el joven predicador galileo amenazara su poder y acabaron conduciendo a Jesús ante Poncio Pilato –el gobernador romano que ejercía la autoridad del Imperio en Judea– para que lo condenara a muerte. La referencia bíblica de Fernández es una cima más de la elevada intensidad dramática y literaria que está alcanzando la prosa socialista en lo tocante a muerte ritual, sufrimiento, técnicas sacrificiales y oficios de tinieblas.
Con permiso de Javier Fernández, Caifás y el relato de su conspiración durante la primera Semana Santa podrían ser aplicados –incluso mejor que a Pablo Iglesias– a otros personajes que han participado en los últimos acontecimientos del PSOE. No hace falta salir del partido para encontrarlos. Por ejemplo. El Evangelio de San Juan relata cómo Caifás dijo lo siguiente cuando entraron en consejo para poner en marcha la crucifixión: «No os dais cuenta de que os conviene que un solo hombre muera en el interés de un pueblo para evitar que perezca toda la nación». En las Sagradas Escrituras abundan las figuras que entregan a la víctima a cambio de algo: el poder, un cargo, un saco de monedas, etc. Cada uno puede poner el nombre que prefiera al lado de estos episodios.