MANUEL MONTERO-EL CORREO
- Nuestra vida intelectual se resentirá de la muerte del historiador, una persona excepcionalmente comprometida con su tiempo
Fernando García de Cortázar fue desde la Transición una de las referencias intelectuales en España, con particular intensidad en el País Vasco. Su aportación historiográfica fue cuantiosa y más que notable. Deja también el recuerdo de su postura política y ética en defensa de la convivencia.
Trabajé con él entre 1977 y 1987, una década en la que dirigió mi tesis doctoral, escribimos juntos cinco libros y varias decenas de artículos. Tengo que agradecerle su apoyo en los difíciles comienzos de mi vida profesional, en la que fue determinante. Por entonces, Fernando García de Cortázar tenía ya bien asentados los criterios que mantuvo siempre y que pueden rastrearse en su obra.
Fue un excelente historiador e hizo hincapié siempre en la necesidad de rehuir la tendencia profesional de escribir solo para especialistas, que en muchos casos se convierte en costumbre. De ahí su insistencia en las obras de divulgación -de alta divulgación-, síntesis de historia científicamente rigurosas pero que pudieran tener una amplia difusión; sin abandonar la investigación, pero que no se quedaran en el consumo exclusivo de los especialistas.
Este planteamiento era inusual hace unas décadas y hoy sigue siendo excepcional. Requiere muchas lecturas e investigaciones no siempre apreciadas por los colegas, a veces con una especialización que, siendo imprescindible, no suele salir de los círculos académicos. No era el caso de Fernando.
El procedimiento necesita, además, sensibilidad y calidad literaria, un gusto por el relato que no se quede en la anécdota ni en el «van y vienen» (la expresión es suya), con el objetivo de desvelar la evolución histórica, interpretarla adecuadamente y transmitirla en un estilo vivo y ameno. Que la historia sea accesible al gran público, no un listado de reyes godos ni una sucesión de estadísticas farragosas.
Puede comprobarse en sus obras, las que se refirieron al País Vasco y, entre otras, la más conocida, la ‘Breve historia de España’ que publicó junto con González Vesga. Su gran éxito, inusual para un libro de historia, sirvió para acercar el pasado a decenas de miles de lectores, para los que dejó de ser una sucesión inhóspita de acontecimientos. Solo por eso merecía el Premio Nacional de Historia que obtuvo en 2008, pero sin duda contaron también las decenas de libros que publicó, más de setenta, pues mantuvo toda su vida esta faceta de la actividad intelectual, en la que resulta fundamental el gusto por la divulgación.
No se quedó en una especie de torre de marfil, un concepto que le horrorizaba. Tampoco en el terreno político, pues fue un historiador comprometido con la realidad inmediata, que buscó mejorar y que lo hizo con algunos costes personales. No fue grato el ambiente que se creó en Bilbao para quienes no eran nacionalistas.
En 1977 participó en la celebración del 40 aniversario del bombardeo de Gernika, la primera que hubo fuera de la clandestinidad. Coordinó la mesa de historiadores y habló de la tragedia del bombardeo, de la gestación del símbolo y de la necesidad de la reconciliación. Explicó la necesidad de enterrar adecuadamente la Guerra Civil, tras «una perspectiva identificación del cadáver», con un adecuado conocimiento de la historia. Para evitar su resurgimiento «en brazos de cualquier ideólogo autoritario». Puede compartirse el deseo, tantos años después.
En la Transición, Fernando García de Cortázar advirtió pronto no solo los peligros del terrorismo, sino también los de la deriva de la sociedad vasca hacia un nacionalismo que se sentía representación única del auténtico Pueblo Vasco. Fue pública y bien conocida su defensa de la democracia y del pluralismo. En su haber están artículos en que los defendió con pasión.
Tuvo también la experiencia del amenazado por ETA, uno de los pocos religiosos que la sufrió. Además, estuvo con las víctimas del terrorismo, apoyándolas con su compañía personal y también impulsando encuentros y publicaciones que restableciesen la justicia e impidiesen el olvido.
Persona de gran cultura -lo que se está convirtiendo en algo infrecuente- y magnífico conversador, era capaz de contar decenas de anécdotas, históricas o personales, que explicaban circunstancias muy diversas. Fue también un excelente conferenciante, que se prodigó en el género, y tuvo mucho de activista cultural, como organizador de conferencias, mesas redondas y encuentros intelectuales.
Fue jesuita. No me siento capacitado para opinar sobre ese aspecto de su personalidad, pero sí para asegurar que antepuso siempre esa vocación a sus actividades profesionales.
Nuestra vida intelectual se resentirá del vacío que deja la desaparición de Fernando García de Cortázar, pero sobre todo perdemos una persona excepcional, comprometida con su tiempo.