- Los programas de Évole carecen de profundidad periodística, pero se adornan con una teatralidad melodramática que no es más que propaganda demagógica.
No suelo ver Lo de Évole porque no me interesan quienes venden propaganda como información. Hoy lo he hecho por deber profesional.
También me suelen aburrir los trampantojos televisivos con los que se predispone al espectador, se le coloca el bocado emocional y se le empuja como un pollino hacia una conclusión predigerida. Me parece televisión barata.
Y a Jordi Évole, al que le reconozco el mérito de haber convencido a tantos de que es periodista, se le nota mucho el truco. El único truco que tiene.
Durante meses le vimos a diario contándonos la evolución del COVID-19. Luego desapareció. El próximo domingo, Fernando Simón. pic.twitter.com/Gh2lyVfMT0
— Lo de Évole (@LoDeEvole) February 9, 2025
Los programas de Évole carecen de profundidad periodística, pero se adornan con una teatralidad melodramática que, supongo, convencerá a quienes les gusten las versiones bossanova de las canciones de Led Zeppelin. A mí no me convence.
Algunos ejemplos.
La estratosféricamente hortera versión de Gary Numan de la Gymnopédie no. 1 de Erik Satie con la que se ha abierto el programa de este domingo, por ejemplo.
O el guante blanco con el que se ha tratado a un Fernando Simón al que en ningún momento se le ha preguntado lo que cualquier periodista informado sobre la gestión en España de la pandemia de Covid-19 le preguntaría.
Por ejemplo, su afirmación del 31 de enero de 2020 de que España «no iba tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado».
O la de que la epidemia «empezaba a remitir», el mismo 31 de enero de 2020.
O la de que la Covid-19 era una enfermedad «no excesivamente transmisible».
O su inacción hasta el 9 de marzo de 2020, veinticuatro horas después de la manifestación feminista del 8-M, cuando el Gobierno descubre, oh sorpresa, que la Covid-19 sí era algo más que una gripe.
O estudios como el de la Universidad John Hopkins en el que se afirma, con buenas palabras, que los confinamientos fueron una herramienta medieval y acientífica que sólo redujo el impacto de la Covid en un ridículo 0,2%.
Los confinamientos también fueron una barbarie jurídica, económica y moral. Pero de eso Fernando Simón no sabe nada. Él es epidemiólogo.
Tampoco Salvador Illa ha sufrido demasiado a lo largo del programa con las preguntas de Évole sobre el caso Koldo.
Évole, eso sí, ha intentado fingir «presión periodística» preguntándole varias veces lo mismo al presidente catalán.
¿Ha hablado usted con Ábalos?
¿Cuándo habló por última vez con Ábalos?
¿Ha hablado con él desde que saltó el escándalo?
Pero eso no es presión. Es preguntar una misma chorrada intrascendente varias veces para esquivar las preguntas verdaderamente incómodas.
Salvador Illa, el ‘caso Koldo’ y su relación con el ministro Ábalos. “Hay que ir hasta el final”.
Cinco años después, el virus se fue. La corrupción, no. pic.twitter.com/MRjufntiNL
— Lo de Évole (@LoDeEvole) February 15, 2025
Évole abre el programa preguntándole a Simón por una enfermedad que él evita mencionar. Un periodista habría cortado esa parte. Pero él la deja, para que todo el mundo sobreentienda que estamos hablando de esa enfermedad.
Sea o no sea esa enfermedad, Évole está dejando que creamos que lo es. Es decir, Évole está utilizando la enfermedad de Simón, con la que el invitado se siente evidentemente incómodo, para incrementar el efecto melodramático de su programa y predisponer al espectador a su favor.
También me suele cargar la incapacidad de Évole para descartar los momentos fallidos de su programa.
Cuando finge detener la grabación para que pueda entrar Salvador Illa, amigo personal de Simón, la escena rebosa artificiosidad.
Évole pretende vender el momento como el gran reencuentro, después de un largo tiempo de separación, de dos grandes amigos que gestionaron juntos la mayor crisis sanitaria de la historia de España.
En realidad, como ellos mismos reconocen frente a la cámara, se habían visto hace sólo unos meses. El reencuentro es una pamema.
Luego, Évole les sugiere que vayan juntos a un concierto de Miguel Bosé. La invitación pretende ser un chiste por las opiniones antivacunas de Bosé. Pero ni Simón ni Illa lo entienden. Y responden con una banalidad intrascendente.
Évole, sin embargo, mantiene la escena en el montaje final, enamorado de su propio chiste y burlándose, por cierto, de un Miguel Bosé que le concedió una entrevista y que ya no puede negársela porque esta ya se ha emitido.
Évole vuelve a traicionar así a un invitado. Pero no a cambio de una gran revelación periodística, algo que un periodista de verdad podría llegar a plantearse en determinadas circunstancias. Lo hace a cambio de un chiste que sólo entiende él.
Pero lo importante es que la entrevista a Fernando Simón no es más que una excusa para el enésimo akelarre contra Isabel Díaz Ayuso a cuenta de las residencias.
Évole entrevista a algunos familiares de los fallecidos, que se lamentan por la no derivación de sus familiares a centros hospitalarios, presuntamente por la existencia de un protocolo de la Comunidad que les negaba la asistencia sanitaria.
En realidad, ese borrador de protocolo no duró vivo más que unas horas. El protocolo oficial, que puede consultarse hoy en internet, no incluye lo que Évole dice que incluye.
Lo cierto es que protocolos hubo en todas las comunidades y que todos incluían factores de triaje, como es habitual en todas las emergencias sanitarias y como ocurrió en todos los países civilizados del planeta. Un protocolo, además, no es de obligado cumplimiento: se valora por los responsables sanitarios en función de las circunstancias.
Un dato más. El triaje se aplicó en toda España a todos los pacientes, ancianos o no, en función de su probabilidad de sobrevivir al virus dada la falta de respiradores suficientes.
El triaje puede ser, en fin, cruel y doloroso para los familiares. Pero es inevitable cuando los servicios sanitarios se saturan. Inevitable y muy feo televisivamente. Pero convertirlo en una presunta decisión eugenésica es demagogia.
También ocultan Fernando Simón y Évole los datos reales del impacto de la pandemia.
Perdonen que me cite a mí mismo, pero estos son datos incluidos en el libro Me gusta la fruta, la biografía política de Isabel Díaz Ayuso, donde dedico un capítulo a la gestión de la pandemia en la Comunidad de Madrid.
«En junio de 2020, superado el momento más letal de la pandemia, la Comunidad de Madrid estaba por debajo de la media española en porcentaje de fallecidos en residencias en relación con el total de muertos de más de sesenta y cinco años.
La comunidad más golpeada era Aragón, una comunidad socialista, con un 90,66 por ciento. Por detrás se situaban La Rioja, también del PSOE (87,08). Luego, Castilla y León, del PP (74,88). Después Navarra, del PSOE (73,05); Cantabria, presidida por Miguel Ángel Revilla, del PRC (71,35); y Extremadura, del PSOE (68,63).
La media española era del 47,68 por ciento. El dato de Madrid, del 45,64 por ciento.
Las cifras son del Ministerio de Sanidad.
A pesar de que la alta densidad poblacional de la Comunidad de Madrid la convertía en víctima propiciatoria del virus, su tasa de mortalidad (1,82 por ciento) también se situó cerca de la media en España (1,75). Por encima de Madrid se encontraban Asturias, Cataluña, Castilla-La Mancha, La Rioja, Castilla y León e incluso el País Vasco».
Desde el punto de vista jurídico, las acusaciones no tienen mayor recorrido y sólo pretenden usar la desgracia de las familias para generar odio a costa de su dolor.
Hoy, son ya veintitrés de veintitrés las causas desestimadas por los tribunales de justicia en relación con la supuesta responsabilidad del Gobierno de la Comunidad de Madrid en las muertes en las residencias de la región.
López solo cuenta lo que le interesa, pero no la verdad de lo que ocurrió en Ribadeo.
Esta fue la respuesta contundente de la presidenta. https://t.co/2E81cZNcYT pic.twitter.com/vTk3r6MH0c
— PP Comunidad de Madrid (@ppmadrid) February 15, 2025
Vuelvo a citarme:
«En la inmensa mayoría de los casos el juez reconoce, no a partir de pálpitos personales, sino de la información proporcionada por los peritos sanitarios, que la derivación a un hospital no habría evitado el fallecimiento del enfermo [esto lo dice un juez, pero la propaganda ha atribuido luego la frase a Ayuso]«.
«En diciembre de 2020, el Tribunal Supremo desestimó medio centenar de querellas presentadas contra el Gobierno central y otras administraciones regionales por su gestión de la pandemia. Los jueces del Supremo recordaron que las responsabilidades penales son imputables a los individuos, no a los órganos colegiados, y que entre la acción presuntamente delictiva de ese individuo y el resultado lesivo debe existir una relación de causalidad concreta, precisa e inequívoca, con lo que es insuficiente la mera suposición de una negligencia e incluso la existencia probada de esa actuación negligente. Y eso, recordaba el Supremo, es aplicable tanto a las muertes en residencias como a la desprotección del personal sanitario y de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado o a la compra de material sanitario inservible».
«Dicho de otra manera. Los razonamientos jurídicos que exculpan al Gobierno de Pedro Sánchez por su gestión de la pandemia y al resto de comunidades españolas por las muertes en las residencias exculpan también a la Comunidad de Madrid por los mismos hechos».
El propio Simón lo reconoce al cabo de sólo un minuto cuando afirma, preguntado por las residencias de otras comunidades, que los servicios estaban saturados y que entiende que no se derivara a pacientes terminales a hospitales colapsados donde no podrían haber sido atendidos. Lo entiende en Aragón, donde murieron muchos más ancianos que en Madrid, pero no lo entiende en la Comunidad.
Esa contradicción se repite luego en varios momentos más de la entrevista. Como cuando Simón le afea a la Comunidad de Madrid haber sido la primera en cerrar escuelas y universidades, pero luego le lanza un «ole sus cojones» a Pedro Sánchez por la decisión de cerrar España entera, cuatro días después, a remolque de Ayuso.
O como cuando insinúa que la Comunidad utilizó políticamente la pandemia, pero luego dice no haber sido consciente de que ningún miembro del Gobierno (ninguno) utilizara la Covid-19 políticamente para hacer propaganda.
Una ceguera muy selectiva, la suya.
Luego, Évole entrevista a una mujer víctima de Covid persistente, que arranca a llorar. Évole dice «comprender perfectamente su emoción».
Y luego incluye las imágenes en el programa. Porque comprende su emoción, pero también comprende que su dolor personal es menos respetable que su valor propagandístico. Esto siempre lo ha entendido muy bien el comunismo.
Cuando acaba el programa, nadie friega el suelo que ha pisado Fernando Simón, como se hizo con Macarena Olona.