EL CONFIDENCIAL 22/09/15
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· Tenía la ocasión de ser un “desertor” del premio, no aceptarlo, renunciar a su dotación y dejar que el Ministerio se lo conceda a otro al que no le produzca tantas desazones intelectuales y sentimentales
En 1993 me llevé un alegrón porque la Academia de Hollywood concedió a Belle Èpoque dirigida por Fernando Trueba el Oscar a la mejor película extranjera. No mantengo relación de parentesco ni profesional con Trueba. Simplemente me alegré porque era español. Siempre me alegro cuando a un compatriota le galardonan en el extranjero por algún merecimiento. Estoy entre ese 76% de ciudadanos que, según estudio del CIS de 2013, elaborado para el Instituto de Estudios Estratégicos (Ministerio de Defensa), se siente muy o bastante orgullosos de ser español, compatible con sentirme también muy orgulloso de ser vasco y, por más señas, de Bilbao.
Pero por lo visto, vamos quedando menos. Ya el estudio citado del CIS detectó en 2013 que los orgullosamente españoles habíamos descendido desde 1997 ocho puntos, mientras los que se sentían poco o nada españoles habían aumentado en ese período de tiempo del 12% al 21%. O sea que convivimos españoles que estamos satisfechos de nuestra españolidad con otros –menos, pero muchos- que no experimentan ese sentimiento de identificación con su país. Pero bien pensado, Fernando Trueba, el director que el sábado recibió en San Sebastián el Premio Nacional de Cinematografía 2015 dotado con 30.000 euros (partida contemplada en los Presupuestos Generales del Estado), no se encuentra en la categoría de indolentes o de inertes sentimentalmente. Está incluido en la de los hostiles.
Dijo el artista que “ni cinco minutos de mi vida me he sentido español” y añadió para que no hubiese duda que “si hubiera una guerra en este país iría con el enemigo” porque a él las palabras que más le gustan son “nada” y “desertor”, y la expresión “nacional» le plantea “un conflicto tremendo”.
En 2013 los orgullosamente españoles habíamos descendido ocho puntos, mientras los que se sentían poco o nada españoles habían aumentado al 21%
El existencialismo convulso de Fernando Trueba –que por fortuna no experimentan los jugadores de la selección española de baloncesto con Reyes y Gasol a la cabeza- es muy contradictorio porque si en una guerra contra España él estaría con el enemigo parece que sí se identifica con los adversarios del país enemigo (o sea, se mostraría empático con quienes nos combaten) y tampoco se cohonesta bien con sus palabras que planteándole tanto conflicto interior el término nacional, acepte el premio ídem de cinematografía, más aún cuando está dotado con 30.000 euros –de naturaleza pública- cantidad en la que yo he aportado un parte alícuota con mis impuestos.
Tenía Trueba la gran ocasión de ser un “desertor” del premio, no aceptarlo, renunciar a su dotación y dejar que el Ministerio de Cultura se lo conceda a otro cineasta al que el galardón no le produzca tantas desazones intelectuales y sentimentales. Y quedarse sin “nada” (con la de “desertor”, la palabra que más le gusta). No lo hizo y lanzó su alegato asiéndose al pergamino e ingresando el cheque o la transferencia del Ministerio y obteniendo –eso si es importante, lo reconozco- un minuto de gloria con sus declaraciones. Porque ¿cómo hubiese trascendido el Premio Nacional de Cinematografía si Trueba no hubiese dicho lo que dijo? Me temo que de ninguna manera.
Ahora bien: de ahora en adelante, Trueba y los otros truebas de la vida deberían ser coherentes y dejar de hablar del cine español. Y mucho menos de cultura española. Fuera con el gentilicio. Nada de identidad cultural que, suponíamos, gente como Trueba alentaban a través de sus creaciones artísticas.
Ahogado el acontecimiento de la entrega de su premio en una agenda tan apretada, había que dar la nota. Y la dio
Lo de Trueba ¿es una anécdota o una categoría? Sería lo segundo si Trueba fuese algo más que el propio Trueba, pero se queda en lo primero cuando es lo que es, la proyección excéntrica de un hombre con ínfulas intelectuales que ensaya evocaciones distorsionadas del pesimismo noventayochista. Dejémoslo ahí, aunque no descuidemos cuándo se lanzó la soflamita del director, en bocadillo entre la victoria española contra Francia en baloncesto (¿preferiría Trueba que hubiesen ganado la selección del país vecino?) y el empujón secesionista de Cataluña. Ahogado el acontecimiento de la entrega de su premio en una agenda tan apretada, había que dar la nota. Y la dio. Así se explica que Nadal, Casillas o Gasol sean referentes en este país y otros sectores volcados al público parezcan eriales.
Yo, que me alegro cuando gana el Barça en competiciones internacionales, incomprendido por ello por parte de mis entornos, lamento haber contribuido con mis impuestos al Premio Nacional de Cinematografía a Fernando Trueba. No sé si técnicamente se lo merecía –seguramente sí-, pero cívicamente estaba lejos de ser acreedor a él. Y chapeau por el ministro de Educación, Cultura y Deportes, Íñigo Méndez de Vigo. Se comportó como lo que dice el BOE que es y, además, como un señor.