Miquel Escudero-El Correo
Llevamos semanas con pesadillas, preguntándonos cómo saldremos de la trampa en que Pedro Sánchez y el PSOE han colocado al sistema democrático español. Han anunciado un nuevo muro de la vergüenza para que no haya alternancia política y que quienes ‘son más’ no permitan gobernar nunca a los que, además de ser menos, son ‘malos’. Es asombroso y grave. El conformismo no sirve en esta hora, pero tampoco vale cualquier cosa, como echarse al monte; siempre se puede ir de Guatemala a Guatepeor.
Es bien sabido que quien pierde las elecciones puede gobernar; así, el alcalde socialista de Barcelona, Jaume Collboni, perdió ante el candidato de Junts, Xavier Trias; pero, para berrinche de este, recibió el decisivo apoyo del PP y pudo coger la vara de mando. Esto es legítimo, son las reglas del juego. No lo es decir que se ha ganado en las urnas cuando se ha perdido. Por supuesto, lo que no tiene nombre es hacer lo contrario de lo que has dicho a tus electores, por activa y por pasiva. Todo tiene un precio, pero no sé el premio que la memoria cívica tiene reservado a los artífices de este monumental desaguisado que rompe la igualdad ante la ley.
Premio Nobel de Física, Richard Feynman fue un tipo divertido y aficionado a los tambores. En sus memorias advertía lo difícil que es innovar cuando el mundo está lleno de «tontos listos que no entienden nada». A los corrientes, decía, se les puede ayudar a dejar de serlo, pero «los tontos pedantes, tíos que son imbéciles y se dedican a disimularlo a base de impresionar a la gente haciéndoles ver lo maravillosos que son a base de palabrería… ¡A esos no puedo aguantarlos!». Bueno es saber esta pauta.