Ignacio Camacho-ABC
- El fraude sanchista es incompatible con el estándar democrático vigente en los principales socios comunitarios
Si es cierto, como dijo ayer Sánchez en el Congreso, que los líderes de la UE se rechiflan de Casado es que éste no está haciendo bien -tampoco en eso- los deberes. Y si no es cierto, al menos le falta eficacia para lograr que de quien se avergüencen en Bruselas sea de un presidente que es un ‘fake’, una mentira con patas capaz de plagiar una tesis, ocultar los muertos del Covid o utilizar la emergencia sanitaria para eludir el control del Parlamento durante seis meses. Un tipo que incumple su palabra en asuntos tan sustanciales como sus alianzas de gobierno o el indulto de un golpe de secesión no puede merecer el crédito de los socios europeos sin riesgo de que, como con seguridad ocurrirá, los engañe también a ellos. Y corresponde a la oposición la tarea de desenmascararlo sin temor a acusaciones de antipatriotismo porque la representación internacional de los ciudadanos españoles carece del estándar mínimo de confianza exigible a un dirigente político. En ese sentido, al PP le debe de estar fallando la interlocución externa para denunciar no ya la impostura de un gobernante sino la influencia del populismo de extrema izquierda en una nación de notable relevancia geoestratégica.
El dolo sanchista no pasaría el más condescendiente control democrático en ninguno de los principales países comunitarios, tan quisquillosos -con razón- ante la deriva iliberal de húngaros o polacos. Cualquier vídeo de tres minutos de esos que circulan por las redes sociales bastaría en Francia, Alemania o Escandinavia para provocar la caída inmediata del autor de semejantes patrañas. El fraude a la opinión pública, el dispendio administrativo o el recurso sistemático a la trampa son causa de expulsión de la vida institucional en las sociedades de ética luterana. Es esos ámbitos no tiene cabida el acomodo clientelista de amigos y familiares en empresas y cargos oficiales, la denegación de información al Congreso o el uso privado de aviones militares. Y no digamos el intento de controlar el poder judicial o la revocación por el Tribunal Constitucional de dos estados excepcionales. Todo eso ha ocurrido y ocurre en España y los legítimos adversarios de Sánchez son también responsables de que los aliados continentales no lo sepan o prefieran no enterarse. Sobre todo porque en algún momento les va a tocar hacerse cargo, en todo o en parte, de las consecuencias del desastre.
Tal vez Europa haga la vista gorda porque conviene a sus intereses. Porque, como sostiene el colega Javier Caraballo, espera de este Gabinete la reconversión y el ajuste que jamás podrá hacer la derecha sin provocar un trauma social contraproducente. Pero más tarde o más temprano se producirá el chasco, acaso cuando ya no haya modo de remediarlo. Y entonces a ver quién se hace cargo del rescate de un Estado políticamente destruido, moralmente desarmado y económicamente exhausto.