Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

  • Europa soluciona un error anterior en un solo fin de semana y a la vez cosecha dos nuevos grandes fracasos

Basta con entrar en la sala en la que se celebran los Consejos de Jefes de Estado y de Gobierno, mirar alrededor y ver la foto de los participantes para comprobar que la gobernanza europea es un freno para el avance en el necesario proceso de integración. Algo reclamado por el informe Letta y exigido por el análisis de Draghi, dos visiones imprescindibles del futuro escritas para sortear riesgos y definir prioridades, y a las que no hace caso nadie.

Solo en un semana Europa ha sido capaz de solucionar un error anterior, pero también de cosechar dos nuevos fiascos, y de los grandes, de los que tienen consecuencias. Ha solucionado el error de comprometer su propio futuro industrial retrasando el veto al motor de combustión. Así, ha alargado la producción de estos automóviles dando marcha atrás a un veto que fue aplaudido por los ecologistas dogmáticos y rechazado por la asustada industria del sector. La situación estaba a punto de provocar un infarto en el corazón económico europeo y sin rebajar las emisiones. Y es que el planteamiento obligaba a plazos demasiados estrictos sin dar tiempo a adaptar antes las infraestructuras necesarias.

Al cambio de paso, ¿le extraña a alguien?, se opuso nuestro Gobierno, cuya sensibilidad industrial es inexistente. ¿Recuerdan que hay un ministro de Industria que se llama Jordi Hereu? Se lo juro, es verdad.

Los fiascos, en cambio, llegaron a pares. El primero fue la incapacidad de doblar el brazo a Bélgica, cuyo primer ministro, el ultranacionalista Van de Wever, se negó a aceptar cualquier solución que supusiera la utilización de los fondos rusos congelados en su país para apoyar a Ucrania. Rusia no encuentra la fórmula para ganar una guerra que provocó ella misma, pero tiene una capacidad ilimitada para asustar la paz. Bélgica teme las posibles represalias, legales o militares, y nadie ha dado con la manera de sortearlas.

En su lugar se creará un fondo con 90.000 millones de deuda semimutualizada y sin devengar intereses –los fondos congelados serán solo la última línea de defensa del crédito–, que contará con la garantía del presupuesto comunitario. Es la segunda vez que se recurre a un método que siempre estuvo anatemizado por Alemania y el resto de los antaño llamados ‘países frugales’ y que la creciente restricción geográfica del concepto ha convertido en posible. La última vez que se recurrió a esta herramienta fue con motivo de la pandemia.

Y para resaltar las diferencias internas, ni Hungría, ni Eslovaquia, ni Chequia, gobernadas por aliados más próximos a las tesis de Moscú que a las angustias de Kiev, se comprometen a sostener el apoyo común.

El segundo fiasco sucedió con motivo del previsto acuerdo con Mercosur que debería firmar este fin de semana la presidenta Von der Leyen y que Italia salvó, al posponerlo a enero. Aquí, una Francia acosada por las huelgas de agricultores, era quién se oponía a la formalización de un acuerdo que ya estaba cerrado. La agricultura europea respira con dificultad bajo la asfixia de los costes crecientes y la regulación exigida por la seguridad de los consumidores. Mientras la inflación sube empujada por el precio de los alimentos, las rentas agrícolas languidecen sin remedio y el despoblamiento interno no encuentra alivio para sus males.

Así llevamos décadas. Desde el Plan Mansholt de 1968 nadie ha encontrado un repuesto. Muchos lo han buscado, pero no es seguro que el propuesto acuerdo con Mercosur avance en la dirección correcta. Tractores bloqueando carreteras y agricultores enfrentados a policías es una imagen fiel de la triste realidad de la Europa de hoy.