ABC 04/11/16
DAVID GISTAU
· Hay que entender que Podemos es una obra de ficción y que sus miembros no son personas, sino personajes
RESULTA injusto plantear a Podemos las mismas exigencias éticas que a un partido convencional. Hay que entender que Podemos es una obra de ficción y que sus miembros no son personas, sino personajes. Cojamos el ejemplo de Ramón Espinar. Un chico que dice de sí mismo que es hijo de uno de los obreros que escaparon a no sé qué matanza –supongo que a manos de fascistas– y que representa a la juventud «sin»: sin futuro, sin piso, sin trabajo, etc. Hay que entender que estas circunstancias existenciales no aluden al Ramón Espinar persona, sino al Ramón Espinar personaje de ficción, que es el que hace vida pública en el gran teatro de Podemos. Si no se entiende esto puede resultarle a uno contradictorio, casi fraudulento, que Ramón Espinar sea en realidad el hijo de un notorio miembro «black» de la casta que no tuvo que escapar de matanza alguna y que dispuso de contactos políticos suficientes como para permitir que su hijo accediera a una VPO sin concurso y especulara con ella. Pero es que todo esto se refiere al Ramón Espinar persona, no al personaje. Vayamos ahora a otro ejemplo. A Richard Gere cuando hizo de vagabundo en una película. Usted sabe que era un papel, una impostura aceptada por el espectador: todo espectador, como todo lector de novelas, paga para ser engañado, si es que paga, que esa es otra. Usted sabe que Richard Gere en realidad no es pobre ni vive en la calle. ¿Se sentiría engañado al enterarse de que Richard Gere vive en Malibú y conduce un deportivo? Pues con los chicos de Podemos ocurre igual, más allá de que ellos estén encasillados en un solo papel y Richard Gere sea versátil.
En Podemos, nada está pensado para ser confrontado con la realidad. Ni sus doctrinas, ni sus fórmulas ni mucho menos sus personas. Todo queda justificado por las licencias que se toman las obras de ficción, cuando no, directamente, por los ejercicios irracionales de fe que son característicos de cualquier discípulo de una secta profética. Hasta la búsqueda frenética de una Némesis, de un malvado exógeno que estos días es el Doctor Cebrián y Su Máquina de Fango, corresponde a un acatamiento de las más sencillas reglas dramáticas que John Ford definió de esta manera: «Una historia es dos personajes y un conflicto». Por eso Rajoy siempre niega a Iglesias ese personaje cuando debaten en el Parlamento. Porque, además, las reglas narrativas de la ficción según Podemos son abrumadoramente maniqueas: frente a ellos, sólo se puede ser un Malo del copón, mientras que la máquina de la autoindulgencia preserva a sus personajes, planos y monolíticos en su pureza, de los desmanes del ser humano, del actor, que es más complejo, más mezquino, y por ello trapichea por veinte mil euros. Esto, un personaje de Podemos no lo haría jamás. Pero ¿y el hombre que sustenta al arquetipo? Ah, ese es víctima de la condición humana. Hasta Chaplin, cuando no era Charlot, tenía tentaciones eróticas de menorero.