IGNACIO CAMACHO-ABC
- Esos montajes con extras del partido arropando a Sánchez son sólo el colofón ridículo de una legislatura de fraudes
Algunas almas maliciosas se ríen de que Sánchez publique vídeos trucados en los que se deja ver relacionándose con ciudadanos de aparente selección aleatoria que resultan ser militantes socialistas o cargos orgánicos. Otros espíritus ingenuos se llaman a escándalo ante el descubrimiento de esos montajes que tratan de presentar a un presidente cercano, solícito en la escucha, natural de trato, accesible en cualquier clase de circunstancias y ámbitos. Bienvenidos todos, suspicaces o cándidos, al descubrimiento del mediterráneo de la ficción política, de la falsa cotidianeidad de los candidatos, de la realidad paralela, de la artificialidad de situaciones y de escenarios, del culto al relato, de la emocionalidad impostada al servicio del espectáculo. Y en especial, bienaventurados los que aún no hayan advertido que todo el mandato sanchista es un ‘fake’, un trampantojo, un amaño, una farsa, un simulacro. Un monumental engaño de Estado.
Estos comparsas del partido, los que hacían bulto en las charlas de La Moncloa, los que jugaban a la petanca, los que tomaban café en un piso de Parla, sólo son al fin y al cabo inocuos extras de una producción barata a la que se ve muy pronto el cartón de una factura técnica rudimentaria. Cómo se debe de estar partiendo de risa Iván Redondo, desdeñado artista de la propaganda. Lo grave es que durante la pandemia el jefe del Gobierno tomó decisiones de riesgo amparado en el supuesto consejo de inexistentes comités de expertos. Que ha pretendido hacer pasar por solventes ciertos proyectos de ley elaborados por iluminadas feministas legas en Derecho. Que ha disfrazado de socios honorables a un grupo de exterroristas sin arrepentir y a una colección de sediciosos irredentos. Que ha enchufado a amigos y colegas en organismos técnicos y se ha cargado el prestigio del CIS, la Renfe o Correos. Que ha investido a sus colaboradores más estrechos con la toga de juristas independientes y serios.
Después de todo eso y mucho más -estadísticas trucadas, explicaciones falaces, informes postizos, mentiras flagrantes- qué más da que se rodee de unos cuantos figurantes para encubrir la evidencia de que no puede salir sin sobresaltos a la calle. Algún cerebrito de La Moncloa, quizá el mismo que de vez en cuando lo baja del Falcon y lo sube al AVE con cámaras delante, habrá pensado que todavía queda en España alguien lo bastante incauto como para tragarse esos torpes lavados de imagen. O que es posible estirar la campaña a base de zafios ejercicios de camuflaje en busca de improbables réditos electorales. Es demasiado tarde: si gana será porque hay gente dispuesta a perdonar por interés propio el cúmulo de falsedades que ya no es capaz de negar nadie. Cuando se empieza falsificando un doctorado sin un reproche social tajante, es lógico pensar que hay carta blanca para convertir toda una legislatura en un fraude.