Anoche se clausuró en Cataluña una campaña electoral que nunca debió empezar. El aplazamiento del Govern, pretextando la pandemia, tuvo el acuerdo de todos, menos del PSC. Las razones eran un pretexto, tanto como las de los socialistas para oponerse. Los golpistas querían desgastar al PSC y los socialistas no querían que se desgastase lo que pomposamente habían llamado ‘el efecto Illa’.
Es sabido que Salvador Illa era un analfabeto total en cuestiones sanitarias, pero cuando el infalible ojo de Sánchez se posó en él no lo quería para gestionar la Sanidad, sino darle un empleo de poco trabajo para que se ocupara de negociar con los separatistas. ¿Quién podría prever la pandemia? Evidentemente nadie.
El candidato Illa ha hecho de la mentira seña de identidad. La última, negarse a que le hicieran un PCR. La resistencia le fue afeada por otros candidatos, aunque ninguno de ellos se plantó: “O sea, ¿que los asistentes han tenido que pasar control menos el candidato socialista, que no quiere? Pues nos vamos”. Abascal reaccionó con un juicio comprensible, aunque tal vez errado: “La negativa a hacerse la PCR es prueba de su soberbia”. Puede que sí, pero no solo. Illa explicó su razón para negarse: “no quiero ningún privilegio para mí como político”.
Lo más probable es que la actitud de Salvador lla ocupe una posición fronteriza entre la chulería que le reprochaba Abascal y la simple estupidez: Hacerse un PCR ¿es un privilegio?¿lo es ponerse una mascarilla?¿Y recluirse en casa a la hora del toque de queda? No hay privilegio en nada de ello, sino medidas para proteger la salud. Imagínense que cuando podamos volver a volar descarten ustedes la toma de temperatura y se nieguen a pasar por el control de seguridad cuando le invite a ello la Guardia Civil: “No, miren, yo no soy partidario de disfrutar privilegios. Es que, aquí donde ve, soy de naturaleza muy sencilla”.
Otra posibilidad es que haya caído en una trampa del subconsciente y en realidad estuviese pensando en la vacuna que se habría puesto fuera de todo protocolo. A mí esto no me parecería nada escandaloso: que los gobernantes tuviesen acceso prioritario a las vacunas. Aunque sean los ministros de Sánchez y no se llegue a colegir qué bien supondría para la salud de los ciudadanos de proteger celosamente la de los ministros. Es siempre la hipocresía, el vicio de la mentira. Lo mismo que los marqueses de Galapagar con su chalé.
Mintió al pretender que no se supo nada hasta que acabó el festejo del 8-M. Mintió al negar la utilidad de las mascarillas para declararlas después obligatorias. Mintió al mantener a Madrid en fase cero, probablemente para hacer méritos como candidato catalán. Mintió al prometer a final del 2020 habría vacuna y que antes del próximo verano estaría vacunado el 70% de los ciudadanos. Mintió al amparar sus decisiones en un comité de expertos que acabó confesando inexistente el 31 de julio. Mintió por boca de ganso (vale decir Simón): “No doy sus nombres para evitarles presiones y que trabajen en libertad”. Se fue del Ministerio a los asuntos sin una explicación parlamentaria. Ha mentido muchas más veces, pero no caben en la columna. El efecto Illa debería haberse desvanecido, pero los catalanes considerados en conjunto son muy raros: han tenido a Torra, no digo más. Y los partidos constitucionalistas andan disputándose sus equilibrios menores y sus sorpassos. Ganará el golpismo, ya verán.