Los nacionalistas son unos excelentes negociadores, aunque no sepan distinguir al buey del toro bravo. Piden -y muy a menudo consiguen- más de lo que aportan. El trato con ellos sale siempre por un pico. De ahí que los socialistas hayan pensado en la posibilidad de que los populares les ayuden a pagar la cuenta. A escote nada es caro.
Small is beautiful, debió de pensar el secretario de Organización del PSOE al tirar de agenda para recibir a los representantes de los partidos con vistas a formar las mesas del Congreso y el Senado. Por eso empezó por los más pequeños, aunque no del todo. Mostró sus preferencias por Duran Lleida y Erkoreka, no por Rosa Díez. Mientras un Blanco correctísimo decía a la ex dirigente socialista vasca que pelillos a la mar y vamos a tener contigo el mismo trato que con todos, el antiguo portavoz, López Garrido, preguntaba en la puerta de lo que había sido su despacho con quién negociaba: «¿Con la innombrable?».
La innombrable, nombrada y fotografiada al día siguiente junto a Blanco en todos los diarios, le expuso una reserva importante para propiciar la elección de Bono con su voto: para un partido que hizo campaña por la regeneración democrática, no era de recibo que el presidente del Ejecutivo nombrara al presidente del Legislativo antes de que terminara la anterior legislatura. La división de poderes, mayormente.
El secretario es de natural optimista y considera que los nacionalistas disimularán sus reparos a la candidatura de Bono, olvidarán la predisposición del candidato a darles con la guía telefónica en la testa y accederán a dejarse pastorear por el cabestro. Blanco, en justa correspondencia, entonará el dame pan y llámame manso. Al fin y al cabo, tal como dejó sentado Miguel Hernández: «Nunca medraron los bueyes en los páramos de España», lo cual, si bien se mira, es una contraindicación para hacerles presidentes del Congreso. Es preciso destacar que Bono tuvo una de las réplicas más brillantes que uno le recuerda. Reprimió su histrionismo para manifestarse sobrio, preciso, elegante: «No voy a decir ni mu».
El caso es que los nacionalistas son unos excelentes negociadores, aunque no sepan distinguir al buey del toro bravo. Piden -y muy a menudo consiguen- más de lo que aportan. El trato con ellos sale siempre por un pico. De ahí que los socialistas hayan pensado en la posibilidad de que los populares les ayuden a pagar la cuenta. A escote nada es caro.
Blanco quería «saber si [el PP] viene con entendimiento o pretende iniciar la legislatura con dificultades», una advertencia análoga a la que Erkoreka le hacía a él: «Si no hay acuerdo, el PNV adoptará una estrategia de confrontación». Así debió de plantearle el tema a un Zaplana que está despidiéndose del cargo, pero no parece que vaya a dejar como legado un acuerdo con los socialistas.
La cuestión que no pudo ser estaba en la pretensión de que el PP cediera alguno de sus puestos en la Mesa a favor de los nacionalistas. El PSOE se va a servir de éstos para quitarle la Presidencia del Senado al PP, que tiene la mayoría relativa, y alguien tiene que ayudar a pagarles la recompensa.
José Blanco hace un uso extraordinario de las analogías. Preparando el terreno para la negociación de la investidura, ya ha reclamado a Rajoy que se abstenga, en consonancia con lo que él iba a pedirle a Zapatero si ganaba. Olvidó el resto de la entrevista: «Primero llamaré al PSOE». Iba a ser su primera llamada y la petición iba junto a un pacto sobre cuatro asuntos de Estado: acordar el modelo de España, la lucha contra el terrorismo, recuperar el Pacto de Toledo y consenso en política exterior. Es lo que tienen los creyentes, que se saben las oraciones del derecho y del revés. Eso permite a Blanco comenzar el Credo por «Poncio Pilatos» y seguirlo por «creador del cielo y de la tierra». O viceversa, amén, Jesús.
Santiago González, EL MUNDO, 28/3/2008