Tonia Etxarri-El Correo
Derrotado el Gobierno, sólo queda saber qué fecha va a elegir Pedro Sánchez para convocar elecciones generales. Con una primavera trufada de urnas (municipales, forales, autonómicas y europeas) y con el juicio del ‘procés’ en plena ebullición.
Tumbados los Presupuestos con los votos del PP, Ciudadanos, ERC, PDeCAT, Foro Asturias, UPN, EH Bildu, Coalición Canaria y dos diputados de Compromís, hasta su socio natural de Podemos está pidiendo elecciones. El presidente provisional que prometió hace casi nueve meses que convocaría comicios «cuanto antes» ve agotado su tiempo. Pero ayer permaneció silente. Haciendo la ‘cobra’ a los periodistas que le abordaban en el Congreso con la pregunta del millón. ¿Para cuándo las elecciones generales? Sánchez recordaba en cierto modo a su antecesor Mariano Rajoy en sus últimas horas en la sesión de la moción de censura que terminó por desalojarle de La Moncloa. Silente, ausente, hermético, escurridizo con los medios.
El PNV, el socio más fiel que le ha quedado a Sánchez, cree que se puede gobernar con los Presupuestos prorrogados. Lo dice Andoni Ortuzar entre otras cosas porque el lehendakari Urkullu ya lo hizo en su primera legislatura. Y ahora no le ha quedado más remedio que volver a hacerlo. Pero, sobre todo, el PNV apostaba por alargar esta legislatura, consciente de que las próximas votaciones no van a dar un Gobierno tan dispuesto como el del necesitado Sánchez a atender las exigencias de los nacionalistas.
La de ayer no fue una moción de censura, como dijo Pablo Casado. Porque los partidos, con el rechazo de los Presupuestos, no le obligan a dimitir. Tampoco fue un ‘impeachment’ al estilo de los gobiernos presidencialistas. Pero quedó patente la pérdida de confianza de la mayoría de la Cámara.
Nada más conocer la convocatoria de la manifestación de la oposición en Madrid, Sanchez reculó en las negociaciones con la Generalitat. Estaban enfrascados en la figura del relator/mediador para «conflictos» en la mesa de partidos paralela al Parlamento cuando mandó parar. Por eso los secesionistas catalanes, tan pendientes de sus compañeros que están siendo juzgados por el Tribunal Supremo, le han dejado caer en el Congreso. Sus condiciones no tenían nada que ver con los Presupuestos: negociar el derecho de autodeterminación, vulnerando la Constitución, y que Pedro Sánchez interfiriera en la acción de la Justicia, con gestos más contundentes de los exhibidos hasta ahora, vulnerando la separación de poderes. Una vuelta de tuerca más que Sánchez no se podía permitir. Máxime después de haber palpado la opinión de la calle, menos complaciente que la de los sondeos del CIS de Tezanos.
Ahora que los secesionistas catalanes (la mano de Puigdemont) le abandonan, desde su entorno insinúan que ésta es la prueba de que no había ningún pacto. Lo hubo. Claro que lo hubo. El que le ha permitido estar casi nueve meses entre La Moncloa y el Falcon. Y, a cambio, muchos gestos. Algunos, como el pronunciamiento sobre el delito de rebelión en sede parlamentaria, de difícil explicación. En estos meses el Gobierno de Sánchez no ha generado mayor estabilidad política. No ha podido liderar un ejecutivo estable con tan solo 84 escaños en el Congreso. Ni coherente, con los socios independentistas y populistas que le han sostenido. A partir de hoy entraremos en campaña. Sánchez se presentará ‘empotrado’ entre la derecha y los secesionistas que le han abandonado. Como si perteneciera al centro. Un espacio que el Partido ‘Sanchista’ abandonó hace tiempo.