Uno de los aspectos más sorprendentes de la política española se podía ver el fin de semana pasado en el País vasco: inaugurábamos una campaña electoral que se anuncia como muy reñida, con un virtual empate en la encuesta entre el PNV que pierde cuatro puntos respecto a las elecciones de 2020 y EH Bildu que gana casi cinco respecto a las mismas. Pero no estábamos para tonterías. El pueblo llano tenía solo atención para una cosa: la final de la Copa del Rey entre el Athletic y el Mallorca.
Todo el mundo compareció con lo mejor que tenía en existencias. O no. El chulo de la Moncloa estrenó la campaña en Vitoria el sábado para apoyar a su improbable candidato, Eneko Andueza, pero no le pareció un asunto a tratar lo del nacionalismo y sus dos principales fuerzas representativas. En su intervención no le cupo una sola referencia para el PNV o Bildu y prefirió dedicarse en cuerpo y alma (si es que él supiera qué es tal cosa y donde se localiza) a atacar al PP y a Vox, “la derecha reaccionaria”.
La encuesta anuncia la desaparición del único escaño de Vox en el Parlamento vasco. El felón podría apuntárselo como mérito, ha sido por mí, pero tengo un recuerdo persistente de las elecciones de 2020, en que lo sacó. Me dispuse a seguir la noche electoral a través de ETB2, donde los analistas de la cosa iban comentando la evolución de los resultados. Ganaba de largo el PNV, seguido a una distancia razonable por EH Bildu, que en aquel momento del escrutinio contaba 23 escaños. (Al final de quedó en 21). Entonces saltó la novedad: la candidata de Vox por Álava, Amaia Martínez, se anunció como nueva diputada, lo que disparó hasta la locura la neura de uno de los analistas, a quien le pareció una afrenta tan insoportable como se lo hubiese parecido a Pedro Sánchez. Y mostraba su cabreo agitando frente a la cámara su mano mutilada por una carta-bomba que le enviaron los terroristas. No hace falta que les haga un croquis.
Pero el sábado, ya digo, solo teníamos atención para el partido de Sevilla. Ha sido muy ponderado el llamamiento del presidente del Athletic, Jon Uriarte, “a no pitar el himno previo por una cuestión de respeto”. El presidente es hijo de Pedro Luis Uriarte, consejero de Economía y Finanzas del Gobierno vasco en los primeros años 80, un buen gobernante. Pero me llama la atención que en tan corta alocución, diez palabras, haya reivindicado dos veces su extranjería. El himno previo y el respeto a los que no son como nosotros.
El lehendakari Urkullu apoyó la nota de la Junta Directiva del Athletic, amparándose en la consideración general de que a él no le gusta que se piten los himnos, aunque matizó: “el respeto institucional no tiene por qué ocultar lo que puedan ser los sentimientos de pertenencia». Esto lo ponía en claro el alcalde de Bilbao: “que cada uno haga lo que crea”. A mí, sesenta años de mi vida como simpatizante del Athletic, me bastó esto para darme de baja en mi vieja querencia y desear que ganara la final el Real Mallorca. Ah, la memoria, recuerdo alguna de esas finales en las que los leones recibían la Copa del Generalísimo de manos del dictador, saludando obsecuentes al donante. No sé si me entienden, pero me temo que este año no voy a participar en la gabarra.