Pese a la presión de algunos de sus socios Zapatero ha cumplido con el mandato constitucional: ha rechazado una negociación imposible por indigna y ha empeñado su palabra en que tal desafuero no se producirá mientras él esté en el Gobierno. Otra cuestión es el rédito que intente obtener el lendakari de la deferencia institucional y pólítica con la que el Gobierno le ha tratado hasta ahora.
En política, las formas son tan importantes como el fondo. Por ello, hay que cuidar que una escenificación excesiva no acabe por desdibujar la percepción de las cuestiones básicas. Es, ciertamente, el único reproche que se le puede hacer al presidente del Gobierno con respecto a la reunión que mantuvo ayer en Moncloa con Ibarreche. Porque la firmeza y claridad con las que el jefe del Ejecutivo rechazó las propuestas inviables de un «plan» que supone la ruptura de la unidad constitucional de España, pudieron quedar obscurecidas ante la opinión pública por la actitud de un presidente autonómico que en todo momento procuró trasmitir la sensación de que se había producido una reunión entre iguales. Era evidente, por otra parte, y así se había advertido desde el PP, que la loable cortesía política desplegada por Zapatero, no iba a ser correspondida por un interlocutor que, como arrebatado por una fe mesiánica, no solo niega los principios sobre los que se asienta el Estado español, y que son además el origen de la legitimidad del actual autogobierno del País Vasco, sino que pretende arrebatar el derecho de soberanía que nuestra Carta Magna otorga en exclusiva a todo el pueblo español. Resonarán durante mucho tiempo en los pasillos de la sede de la Presidencia del Gobierno las palabras del lendakari: la voluntad de los vascos está por encima de lo que digan el PP y el PSOE, despreciando paladinamente la voz y la voluntad, democráticamente expresadas, de la inmensa mayoría de los ciudadanos.
Sin embargo, sería injusto que la crítica a la forma ocultara el merecido elogio a la actuación del Gobierno. Pese a la presión de algunos de sus socios, como ERC, Rodríguez Zapatero ha cumplido, como no podía ser de otra forma, con el mandato constitucional. No sólo ha rechazado una negociación imposible por indigna, sino que ha empeñado su palabra de que tal desafuero no se producirá mientras él esté en el Gobierno.
Otra cuestión es el rédito que intenten obtener el lendakari y su partido, el PNV, de la deferencia institucional y pólítica con la que el Gobierno ha tratado hasta ahora su incalificable pretensión. Aunque es indudable que esa deferencia no iba destinada al lendakari, en cuanto a miembro caracterizado del nacionalismo independentista, sino al conjunto de la sociedad vasca, hubiera sido mucho más eficaz responder a su propuesta con un simple, pero firme y educado, «no».
Lo importante es que el lendakari Ibarreche ha recibido una respuesta clara y contundente. Debería ser capaz de transmitirla con todas sus implicaciones a los ciudadanos vascos, pero es de temer que intente convertir la próxima cita con las urnas de su comunidad en un plebiscito; lo que sería adulterar el verdadero sentido del proceso democrático. Las elecciones autonómicas no pueden modificar la Constitución. Zapatero se lo ha intentado explicar durante más de tres horas pero, por lo visto y oído al lendakari tras la reunión, no parece haber entendido nada.
Hoy se reunirán en Moncloa los máximos representantes de los dos principales partidos políticos españoles. Es de desear que el sentido de Estado que ha evidenciado Zapatero se refuerce con la aceptación sin reservas de la mano tendida del presidente del Partido Popular para afrontar, juntos, el desafío a la nación española.
LA RAZÓN, 14/1/2005