Ignacio Camacho-ABC
En ese «reality» de afinidades, los socialistas han descubierto que Torra o los chicos de Bildu son gente amable
Se equivocan quienes sostienen que la política se ha vuelto un ámbito hostil, avinagrado, insociable. Ayer se citó muy cordialmente Adriana Lastra con los portavoces de Bildu y las CUP, entre otros grupos parlamentarios más o menos montaraces. «Para conocerse», decía la número dos del PSOE. Eso en Madrid se suele hacer en el Toni 2, un veterano local de copas de la calle Almirante por el que es fácil ver a algunos diputados catalanes, pero esta vez quedaron en el Congreso para darle al contacto tintes más formales. Se trataba, al parecer, de una aproximación para tantearse, explorar afinidades y de paso ahorrarle unas fotos embarazosas a Sánchez, que por su parte se pasó la jornada colgado del teléfono de la mañana a la tarde, camuflando su llamada a Torra por el procedimiento de utilizar a los demás presidentes autonómicos como carabinas virtuales. El día resultó una especie de «First Dates» político, una prospección en busca de nuevas amistades, una sesión como ésas que la tele ha puesto de moda en ciertos realities donde juntan a dos desconocidos en un restaurante. Nada serio, sólo ver si hay química, charlar de cómo ve cada uno la vida, la familia, los gustos y otras banalidades. Navegación de cabotaje; luego ya si eso habrá tiempo de volver a encontrarse con intenciones de una relación más cercana o hasta quién sabe si más estable.
Quizás en esas charlas hayan descubierto mutuamente virtudes que permanecían ocultas tras los prejuicios. Que Torra, por ejemplo, no es el atroz Le Pen que el presidente creyó ver en aquellos panfletos impregnados de truculento supremacismo. O que los herederos del proyecto de ETA y los incendiarios de Barcelona son en el fondo buenos chicos. Los socialistas han intuido que bajo la capa del nacionalismo irredento hay en toda esta gente un sustrato de buen sentido porque son todos de izquierdas y por tanto defienden un modelo de sociedad progresista y redistributivo. Sólo hay que tener paciencia y voluntad para dialogar sin postulados rígidos, aparcar los litigios y buscar puntos de coincidencia por encima de los conflictos, que es como ahora se llama a las sediciones en el nuevo lenguaje del compromiso. La cosa, tras el primer escrutinio, parece marchar por buen camino. Si no surge el amor, habrá al menos un espacio de intereses compartidos.
Por ahora lo que importa es el feeling, las buenas sensaciones que deja el coqueteo, esa sintonía, esa vibración prometedora, ese dulce cortejo. El resto del romance conviene que discurra en un ambiente más secreto, en una intimidad más propicia a los escarceos. El tiempo de las negociaciones retransmitidas en directo, aquella adanista reivindicación del primer Podemos, ha quedado lejos; la política y el sexo requieren ambientes discretos. Tanto que el encuentro fundamental, el decisivo apareamiento, tendrá que celebrarse en la soledad del vis a vis con un preso.