Gabriel Albiac-El Debate
  • ¿Hay algo peor que un fiscal general que viola los derechos ciudadanos? Sí, lo hay: este atroz duelo entre fiscales a garrotazos. Y la salpicadura de esa sangre lo contamina todo. Nos envilece a todos

¿Hay algo peor que un fiscal general que filtra información confidencial para aniquilar al cónyuge de un adversario político? Parece difícil. Pero lo hay: este juego de cuchilladas en el vértice de la magistratura, a cuyo despliegue asistimos asqueados en la turbia estrategia de las falanges de García Ortiz ante el Supremo.

Puede que el arquetipo más fiel –y más horrible– de la España moderna lo haya cristalizado el genio feroz de Goya. Dar de bruces ante él, marca uno de las experiencias supremas del Museo del Prado. Se llama Duelo a garrotazos. Lo recuerdo. Tal como lo contemplamos en el museo. Nadie que lo haya visto allí, podrá fácilmente borrarlo de su memoria. Dos hombres. Clavados en el suelo hasta las rodillas. A poco menos de un metro de distancia. Cada uno esgrime un garrote. Ninguno de ambos puede retroceder: su anclaje en tierra se lo impide. Queda sólo golpear hasta que el otro muera. O morir bajo los golpes del otro. 1823: eso era España. Eso es.

Lo extraordinario es lo que hoy sabemos de aquello que hace del cuadro metáfora. La inmovilización de los duelistas en el suelo, que dota a su crueldad de un halo mitológico, no existía en el original que pintó Francisco de Goya sobre uno de los muros de su ‘Quinta del Sordo’. Eso que hoy nos desasosiega no es más que un accidente de traslación. Cuando Salvador Martínez Cubells transfiere, en 1874, el revoco goyesco a lienzo, se producen destrozos en las Pinturas Negras. El más grave afecta al Duelo. La parte inferior se rompe. Y el restaurador no se juzga cualificado para restablecer la transparencia de las piernas entre la alta hierba o el trigal en el que se libró el combate. En lugar de ello, traza una desvaída superficie ocre, perdidas en la cual, las piernas queden ocultas. En anticipo maravilloso del Duchamp que en 1933 se negará a reparar la resquebrajadura de su Gran Vidrio, porque, «por su forma y su orientación», tal rotura pasaba a ser elemento esencial de la obra y «prueba de que en el arte la intervención del azar objetivo es capital», Martínez Cubells trueca en mitología lo que fue un accidente de manipulación. No, no fue Goya el que forjó esa feroz metáfora: la inmovilidad como específico modo de la crueldad española. Fue el azar. Más infalible que la decisiones voluntarias: porque en lo imprevisto ponen nuestros ojos lo que de verdad nos horroriza: lo impensable.

Lo impensable. Media fiscalía tratando de despedazar a la otra media. Bajo la mirada atenta del Brujo mayor, desdoblado en, al tiempo, ejecutor y ejecutado, la corte de los vice-brujos despliega sus estrategias. Con la devastadora fidelidad propia a una secta: sin línea de repliegue. Asistir a ese espectáculo nos deja atónitos. Porque sabemos que no es una u otra ala sectaria la que saldrá reventada del combate. Que es la fiscalía misma la que ha perdido cualquier credibilidad, si no cualquier decencia. Y que el precio de esta carnicería no lo van a pagar los magistrados. Lo paga la plenitud constitucional de una tierra, la nuestra, condenada a saber que su Estado es hoy sólo la cueva en donde libran cuchilladas sombríos delincuentes. Porque, en rigor lógico, una de las dos alas que mutuamente se contradicen está mintiendo. Y eso, en un magistrado, es el más alarmante de los delitos.

¿Hay algo peor que un fiscal general que viola los derechos ciudadanos? Sí, lo hay: este atroz duelo entre fiscales a garrotazos. Y la salpicadura de esa sangre lo contamina todo. Nos envilece a todos.