ABC-JON JUARISTI

 Fue inevitable: como hablaban en alemán, los tomaron por yihadistas

EN la foto, es verdad, se parecen a los de la Manada, pero son predicadores, no predadores. Pueden sonar parecido, e incluso mucha gente no verá la diferencia, pero no son lo mismo. Nueve predicadores evangélicos alemanes en bermudas, camisetas, pesqueros y chanclas, como cualquier guiri en este verano antiguo. Resulta que los nueve predicadores se metieron en el metro de Valencia, que iba petado de peña disoluta, y empezaron a exhortarla al arrepentimiento. Como lo hacían en alemán, los tomaron por yihadistas. Alguien gritó: «¡Vamos a morir todos!», y se montó el gran pollo. Total, que los nueve predicadores han pasado una semana en la trena, y, aunque ya están en la calle tras abonar una fianza de tres mil euros por cabeza, no se les permite salir de España. Es cierto que si salen va a ser tan difícil traerlos de vuelta como a Puigdemont, con lo que nos quieren los jueces en Alemania. Los nuestros deben andar rogando a Santa Rita que lo hagan cuanto antes, para no pasar por el bochorno internacional de un numerito que inevitablemente resucitaría el espantajo de la España Negra. El secretario de la federación española de Iglesias Evangélicas, que se apellida como el presidente de la Conferencia Episcopal, mira tú que es casualidad, ha visto en la detención de los predicadores y su procesamiento una prueba de la fobia antiprotestante de la judicatura. Exagera, creo yo, pero va a encontrar muchos medios –evangélicos y no– de todo el mundo dispuestos a comprarle la explicación. Esto, por si no hubiera suficiente marejada. Se recordará, por supuesto, a Atilano Coco, pastor evangélico de Salamanca y amigo muy querido de Unamuno, al que los franquistas fusilaron en octubre de 1936, último mártir de la Inquisición Española para cientos de millones de evangélicos.

Hay todavía quien sostiene que, por lo menos, los predicadores han actuado con torpeza. No, la torpeza cae del lado de quien ha visto en su conducta indicios de delito. Los predicadores no han hecho nada diferente de los plastas y acordeonistas que amenizan los trayectos en cualquier línea de metro (recordemos que Toni Cantó, cuando todavía iba de candidato de UPyD, usó una técnica parecida para pedir el voto en los transportes públicos de Madrid). Si acaso, los predicadores han recurrido a algo más espectacular, el flashmob. La palabra significa «masa relámpago», y designa a un fenómeno parecido a las cristalizaciones de masa a que se refería Canetti: formación o precipitación espontánea de un grupo diferenciado dentro de una masa mayor. La diferencia está en que el flashmob no es espontáneo: se trata de la emergencia gradual de un grupo que, aparentemente, improvisa un espectáculo musical o coreográfico en un espacio público lleno de gente. Aparentemente, digo, porque, de improvisado, nada. Ha sido minuciosamente ensayado.

La evangelización flashmob no es nueva. Yo la he visto un par de veces en el Metro de Madrid (además de un número mucho mayor de intervenciones individuales, más o menos elocuentes, de predicadores y, sobre todo, predicadoras). Supongo que forman parte del entrenamiento de los nuevos efectivos del gremio. Personalmente, no me molesta que me recuerden que soy un pecador de la pradera. Agradecería, sin embargo, un toque músico-vocal, con salmos como los que entonaban al entrar en batalla los soldados de Cromwell. Quienes se sintieran ofendidos podrían replicar con otros flashmobs en los que se cantara a grito pelado aquello de «¡Fuera, fuera protestantes,/ fuera de nuestra ciudad,/ que queremos ser amantes/ de la Santa Trinidad!». En fin, que archiven el caso, por favor. Ya basta de hacer el ridículo.