JON JUARISTI-ABC
O de cómo montar huelgas generales a base de gorgoritos líricos
JUEVES, 8 de marzo, Día Mundial de la Mujer. Salgo de mi trabajo (en la Universidad de Alcalá) y encuentro la Plaza de Cervantes ocupada por una muchedumbre sindical con banderas rojas y carteles morados. Hay gentes de ambos sexos, pero sólo las mujeres presentes corean consignas. Insisten especialmente en una: «No queremos flores; queremos derechos».
Quizá por deformación profesional (soy filólogo), me estrello contra la forma del mensaje. Contra su forma poética, quiero decir, que me estorba el acceso directo a su significado. Dos oraciones transitivas yuxtapuestas («no queremos flores» y «queremos derechos»), que comparten el mismo verbo («queremos»), aunque con distinto objeto («flores» y «derechos»). La primera oración es negativa y la segunda afirmativa, luego el paralelismo entre ambas no es completo. Sin embargo, el hecho de que cada una de ellas conste de seis sílabas las convierte en un pequeño poema sin rima. A partir de aquí el análisis se complica. Para empezar, ¿cuál es el sujeto de «queremos»?
¿Podría ser la muchedumbre sindical de ambos sexos que llena la plaza? ¿O sólo las mujeres que corean la consigna? ¿O todas las mujeres, cuyo día se celebra hoy en el mundo? ¿O sólo las mujeres españolas? ¿O sólo, de entre ellas, las mujeres trabajadoras españolas sindicalizadas que celebran el Día Mundial de la Mujer con una huelga general? ¿O sólo las mujeres españolas, trabajadoras o no, que secundan la huelga de las mujeres trabajadoras que hoy no trabajan?
Por el contexto, me inclino a suponer que el sujeto es «las mujeres», puesto que son mujeres las que corean la consigna, pero intuyo que el único sujeto empírico perceptible (es decir, las mujeres que llenan la plaza y corean la consigna) se negaría a aceptar que ellas sean el único sujeto de «queremos», verbo que creen proferir en representación de un conjunto mucho mayor. Ahora bien, ¿cuál es ese conjunto? Mucho me temo que sólo hay una forma de definirlo: el de las mujeres que no quieren flores y quieren derechos.
Pero, y me remito a mi experiencia personal, hay mujeres que quieren derechos, incluso mujeres que luchan por sus derechos, y a las que las flores no les disgustan, mujeres que quieren derechos y flores. Conozco a muchas. Obviamente, sé que «las flores» en la consigna mencionada pueden ser otra cosa. «Engañifas», por ejemplo, o «señuelos», o «piropos», o «galantería», cosas que, por cierto, no son lo mismo. En castellano «echar flores» a alguien tiene, como sentido figurado bien establecido, el de «elogiarlo» o «elogiarla». Pero elogiar no es necesariamente engañar, salvo en casos como el de la fábula de la zorra y el cuervo. Y «flores» no se opone a «derechos», a no ser en la consigna de marras, que deriva directamente de la bronca del movimiento #me too con las defensoras francesas del cortejo legítimo en general (no sólo del cortejo fúnebre). Y dicha bronca no parece que tenga que ver con brechas salariales ni derechos laborales o civiles. A menos que se demuestre lo contrario, lo que hasta ahora no ha sucedido.
En fin, la vacuidad de consignas como la comentada es una prueba de la ausencia de motivación sindical de la huelga general del jueves y del oportunismo suicida de una socialdemocracia moribunda incapaz de marcar distancias con la chusma populista, aquí y en Venezuela. En una Europa donde el Día Mundial de la Mujer se ha celebrado con manifestaciones festivas y reivindicativas pero sin huelgas generales, la excepción española demuestra una vez más que no sólo los separatistas catalanes se las pintan para hacer el ridículo. También el PSOE y los sindicatos mayoritarios pretenden ponernos al nivel de una república bananera.