Jon Juaristi-ABC

  • Ábalos ha comprado un incunable para su ministerio. ¿Por qué?

En julio de 2019, el alcalde laborista de Londres, Sadiq Khan, prohibió la construcción, en el centro financiero de la ciudad, de un edificio de 305 metros de altura en forma de capullo de tulipán proyectado por Norman Foster. Fernando Savater alabó entonces la integridad del alcalde, que no se dejó mover por las acusaciones que se le hicieron de despreciar la cultura y obrar contra los intereses turísticos del país. Tal cómo va a quedar el turismo después de la pandemia, no parece que Sadiq Khan anduviera muy desacertado al vetar capullos.

Foster dejó su huella en Bilbao, que le debe el Metro construido entre 1988 y 1995. Eso de deberle es un decir, porque los bilbaínos se lo pagaron con su proverbial largueza. Ahora Foster va a colocarle una chapela de metacrilato o algo parecido al Museo de Bellas Artes de Bilbao (cuando le prohibieron el tulipán, Foster dobló las dimensiones de la chapela, de algo hay que vivir…). Pero es que en Bilbao no se miran el bolsillo cuando de cultura se trata. Recuérdese el Guggenheim. Oyen la palabra cultura, y echan mano de la chequera municipal.

Bilbao no sólo compra cultura cara, también la vende al exterior. Una librería anticuaria de allí ha colocado al ministro Ábalos un incunable por 55.000 euros, con destino al patrimonio bibliográfico y cartográfico del Instituto Geográfico Nacional, una de las direcciones generales del Ministerio de Fomento (ahora llamado Transportes).

Hablemos del incunable, el conocido como la Crónica de Nuremberg, impreso en 1493 en esta ciudad por Anton Koberger en dos versiones, una latina y otra alemana. El diario «El Mundo» lo llama la joya de los incunables, y es innegable que se trata de un libro hermoso, aunque no el más hermoso de los impresos en el siglo XV. Y si por joya se entiende raro, no lo es en absoluto. Se imprimieron 2.500 ejemplares (aunque es posible que fueran bastantes más). Hay muchos por todo el mundo. La Academia de Bellas Artes de San Fernando posee uno, hay otro en la Abadía de Sacromonte en Granada, y probablemente algunos más en manos españolas privadas.

Desde el ministerio se argumenta que el precio no es excesivo. A mí me lo parece, pero la cuestión no es esa, sino: ¿para qué se ha comprado? ¿Para la exhibición del mapa tolemaico que contiene, que por supuesto no es de Tolomeo, única ilustración de muy relativo interés geográfico? Según «El Mundo», se ha comprado «para deleite del Instituto Geográfico Nacional». Y es que no se me ocurre otro motivo. Si se trata de dar a conocer al mundo la maravilla del mapa, hay primorosas ediciones facsímiles valencianas -¡valencianas, Ábalos!- que se venden por internet a mil euros. Una, en tamaño reducido, de Taschen, puede adquirirse en librerías por catorce de vellón. ¿De qué va esta bilbainada a nuestras expensas, con la que está cayendo, Ábalos?