ABC – 11/10/15 – JON JUARISTI
· Blindar el modelo fiscal vasco se ha convertido en rito obligado de vísperas electorales.
AndoniI Ortúzar, presidente del PNV, ha reaccionado a las sugerencias socialistas de modificación del Cupo con una frase redonda y memorable: «Los vascos no somos privilegiados, los vascos somos valientes». Discrepo. Los vascos son privilegiados, aunque lo privilegiado no quite lo valiente. Desde aquel siglo XVI en que se inventó la identidad vasca, esta ha consistido en una variante privilegiada de la identidad española, también nacida por entonces.
Los Conciertos Económicos, que Ortúzar considera cosa del nacionalismo vasco y que «ni Franco se atrevió a quitar» –son palabras del mismo burukide–, fueron en realidad una invención de los canovistas en 1878, cuando todavía no se había inventado el PNV. Esto de los Conciertos Económicos es un avatar moderno de la foralidad, es decir, del privilegio vasco. Franco suprimió el régimen de Conciertos en Vizcaya y Guipúzcoa, las «provincias traidoras» que se resistieron a la sublevación militar contra la II República, pero lo mantuvo para Álava y Navarra, como es sabido. En el País Vasco las cosas son así desde el siglo XIX: cada vez que hay bronca, la población y el territorio se dividen en proporciones razonables, digamos que al cincuenta por ciento, entre josefinos y fernandinos, carlistas e isabelinos, alfonsinos y jaimistas, leales y facciosos, franquistas y antifranquistas, demócratas y totalitarios.
O sea, más o menos como en toda España. Pero el País Vasco, como su nombre indica, es una región privilegiada, un fractal de lujo, donde estas divisiones se resuelven tras cada guerra o guerrita civil mediante la restauración inmediata del privilegio. Y así, las provincias castigadas con la supresión de los Conciertos fueron las mejor tratadas económicamente por el régimen del 18 de julio. En otras palabras, Franco restauró una foralidad tácita, porque Franco era un nacionalista español y todos los nacionalistas españoles han sabido siempre que los vascos deben permanecer hasta el fin de los tiempos como una variedad privilegiada de lo español.
Franco siguió el ejemplo de Cánovas, que abolió los fueros vascongados porque tenía que fingir que daba un escarmiento a las provincias carlistas, pero los restauró subrepticiamente como Conciertos, que era lo que la economía vasca de entonces necesitaba. Murió en un balneario guipuzcoano. Franco quitó los Conciertos a Vizcaya y Guipúzcoa (conciertos que la II República había suprimido en la práctica desde el verano de 1934) y los restauró como proteccionismo desmadrado a la industria pesada más obsoleta de Europa. Veraneó en Donostia hasta que ETA empezó a poner bombas.
Cada gobierno de la monarquía constitucional, sea del signo que sea, acostumbra blindar el «modelo vasco» en vísperas de las elecciones legislativas, y no lo hace sólo por oportunismo. Hay bastante de rito nacionalista propiciatorio en tal costumbre. De rito nacionalista español, quiero decir. Desde el siglo XVI los nacionalistas españoles han venido sosteniendo sin desmayo que España es la nación más antigua de Europa. La prueba de ello es la existencia de los vascos, que ya eran españoles en el Paleolítico, y tan valientes, como dice Ortúzar, que no los sometieron cartagineses, romanos, godos, moros ni galácticos.
El yo ideal del nacionalista español todavía es el de los ocho apellidos vascos (inalcanzable ya hasta para los abertzales). Pues bien, si se sigue dando por válida esta especie; si se sigue encomendando a los vascos, como ya se hacía bajo los Austrias, representar a la España eterna e indeleble, qué menos que hacerles una rebaja sustanciosa por valientes y hasta por guapos y chicarrones del norte, digo yo.
ABC 11/10/15 – JON JUARISTI