Santiago González-El Mundo
La presidenta del Parlament no participó en la manifestación del sábado en Barcelona. Ekaizer, otro argentino en nuestra vida política, dijo en un tuit, que después borró, que su ausencia se debía a una prohibición del juez Llarena. ¿Cómo podría un tribunal, por muy supremo que fuera, prohibir a ningún ciudadano participar en una manifestación legal?
Parece que se abstuvo por consejo de su abogado. Pero el tuit evanescente ya había germinado en la cabecita de Puigdemont y en eldiario.es y en el Ere de Ara, ¡coño, qué aliteración! Y es así, queridos y queridas, como se propagan los bulos.
Lo que le ha pasado a esta sectaria es que se ha cumplido la condición necesaria y casi suficiente para el impero de la ley, ya explicada aquí: que los golpistas tengan más miedo al Estado que a la chusma que encabezan y a la vez les empuja.
Es un mérito indudable de la juez Lamela. Su decisión de encarcelar a los Jordis y a los ocho ex consejeros (los odiosos 8 les llamaría Tarantino) que no se dieron a la fuga ha sido un toque de alarma. Por eso, cuando esta golpista acudió a declarar ante el Supremo, con una petición de prisión incondicional de la Fiscalía, se tentó la ropa, que el miedo guarda la viña y ayuda a mantener la legalidad, y hasta la línea si me apuran.
Acató el 155 y la Constitución entera, no fue a la manifestación y no participará en ninguna lista de ERC el 21-D, una de las dos posibilidades que le ofrecía el juez Llaneras: «renunciar a la actividad política futura». La otra era ejercerla «renunciando a cualquier actuación fuera del marco constitucional».
Carme Forcadell, la ausente, o tal vez la ausenta, la mestressa del Parlament, ha vivido la experiencia contraria a la de Puigdemont el pasado 26 de octubre, el día en el que cambió tres veces de opinión: empezó anunciando la República catalana para pasar a la convocatoria de elecciones, incluso con fecha: el 20 de diciembre próximo. La respuesta inmediata de las turbas al grito de botifler lo acojonó, porque tenía más miedo a la CUP que al artículo 155.
Cayetana Álvarez de Toledo publicaba el sábado en estas páginas una más que razonable tribuna, en la que definía el apaciguamiento como abandono y citaba con los honores que merecen, al ministro de Asuntos Exteriores AlfonsoDastis y al de Interior, Juan Ignacio Zoido. Parece constituirse en tradición presidencial encargar los asuntos de Cataluña a los ministros de Asuntos Exteriores, primero García-Margallo y ahora este. No ha caído Mariano Rajoy en que todo separatista sueña con cascos azules en misión de paz entre ellos y España. El propio ministro de AAEE es un reconocimiento de su extranjería. Y luego, es normal que ellos se dejen llevar por los resabios del oficio.
Uno valoró muy positivamente el 155. Para no haber experiencia se aplicó con tiento y éxito. Pero es como si el Gobierno no estuviera dispuesto a mantener la misma posición durante mucho tiempo, especialmente si era acertada. Y entonces interviene Zoido para poner a los Mossos de perfil, cuando no a reprimir con puñetazo a un ciudadano cabreado por el sabotaje de los niños que les impiden llegar a su trabajo (hay vídeo).
El sondeo del CIS dice que el Partido Popular perdería cinco puntos respecto a las últimas elecciones, que irían casi en su totalidad a Ciudadanos. Alguien debería recapacitar un poco.