IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Sánchez quiere blanquear a sus socios por insistencia, por rutina. La misma técnica con la que normalizó la mentira

Sin el respaldo de los partidos delincuentes (es decir, aquellos cuyos dirigentes y cuadros cometieron, participaron o patrocinaron delitos de diversa gravedad y grado), la coalición de Gobierno no alcanzaría los 160 escaños. Puede decirse, por tanto, que el sanchismo se sostiene en buena medida sobre un síndrome de hibristofilia política, dado que sus principales grupos de apoyo se caracterizan por el rasgo común de tener problemas con la justicia. De ahí se deriva en primer lugar la ofensiva contra los jueces, el famoso ‘lawfare’, y en segundo el empeño por borrar del Código Penal ciertas conductas tipificadas como delictivas, proceso culminado por el otorgamiento de una impunidad global contenida en la ley de amnistía. Pero además, el Ejecutivo necesita envolver su evidente amistad con estas fuerzas capitaneadas por malhechores en una mínima cobertura narrativa. El relato, nombre posmoderno de la agitación propagandística.

Y en esa fase estamos. El laboratorio de Moncloa ha decidido lanzarse a tumba abierta, hacer virtud del vicio –en sentido literal– y acumular al comienzo del mandato el mayor número posible de malos tragos, en la confianza o esperanza de que el electorado acabe digiriéndolos u olvidándolos. Casi todos los gobiernos prefieren adoptar cuanto antes las medidas de impacto antipático, sólo que esta vez no se trata de subidas de impuestos, recortes de prestaciones o despidos de funcionarios sino de blanquear a socios de muy oscuro pasado: golpistas institucionales, malversadores, prófugos, exterroristas sin arrepentir de un largo currículum de asesinatos. Lo mejor de casa cada reunido en una selecta minoría con alto valor de cambio en el mercado (negro) de los acuerdos parlamentarios. Se trata pues de normalizar algo que el propio Ejecutivo sabe objeto de amplio rechazo: la participación en las decisiones de Estado de un conjunto de formaciones empeñadas en desmantelarlo.

La frase «os vais a hartar de fotos» –se entiende que con Puigdemont, Junqueras y cabecillas de Bildu– es un arrogante resumen, a modo de anticipo, de la intención de acelerar el ritmo de integración en el bloque ‘progresista’ de este racimo de radicales de signo variopinto. Se trata de formar callo en la opinión pública a base de reiteración, aplicando el refrán de que más vale una vez colorado que ciento amarillo. Sólo que van a ser muchas veces, acumuladas al principio para que el fastidio pierda dramatismo y acabe desembocando en desinterés inofensivo. La misma técnica que con las mentiras e incumplimientos, neutralizados por rutina hasta convertir la indignación en hastío y éste en resignación, costumbre o escepticismo. Es menester admitir que hasta ahora el truco, pese a su elementalidad, ha funcionado con eficacia en los momentos más críticos. A Sánchez no se le puede minusvalorar su habilidad o su suerte a la hora de saltar al vacío.