EL MUNDO – 14/06/16
· El templo que frecuentaba el asesino de Orlando es el mismo del que salió el primer kamikaze estadounidense que murió en Siria Shafeeq Rahman, el imán, condena la matanza y achaca la radicalización «a un lavado de cerebro en internet».
Abdul (nombre ficticio) se despertó el domingo a las cuatro de la mañana. Es Ramadán, y era hora de hacer la primera comida del día y, después, de ir al Centro Islámico de Fort Pierce (Florida, EEUU). Encendió la televisión y vio que se había producido una matanza en un club donde se celebraba el Día del Orgullo Gay en la ciudad de Orlando, a dos horas de distancia en coche. «Espero que no haya sido un musulmán», pensó. Las imágenes le llevaron a otro día estival, hace casi 15 años, cuando él decidió no cobrar a nadie las carreras en su taxi en Nueva York porque la ciudad había sido víctima del mayor atentado de la Historia.
«Es curioso. Mi compañera de trabajo, que es hispana, me ha comentado que, cuando vio la matanza del Pulse, pensó: ‘Espero que no lo haya cometido un latino’». Musulmanes y latinos: los dos grupos a los que el candidato a la Presidencia por el Partido Republicano, Donald Trump, no quiere que pertenezca ninguno de los jueces de los 50 procesos legales que tiene abiertos por sus actividades como empresario.
Después se fue al Centro Islámico de Fort Pierce, una de las dos mezquitas a las que acuden las 50 ó 60 familias de musulmanes de la ciudad, con 45.000 habitantes y fundada en 1838, como su nombre indica, para la guerra, en este caso de Estados Unidos –que acababa de comprar Florida a España– contra los indios semínolas, que no son en realidad una comunidad indígena, sino una mezcla de nativos y de esclavos negros cimarrones, o sea, huidos. «Solo le dije a un amigo, a un buen amigo, lo de Orlando, y que esperaba que no hubiera sido un musulmán», recordaba ayer el hombre, con una incipiente calvicie y una barba perfectamente recortada detrás del mostrador de la gasolinera de BP en la que trabaja. Después de rezar, Abdul (que no desea dar su verdadero nombre) volvió a su casa y se fue a dormir.
Y fue a las 11 de la mañana cuando su hijo mayor empezó a gritar desde el segundo piso. «Me desperté oyendo: ‘¡Papá, papá, ha sido Omar!’. Y pensé: ‘Oh, dios mío’». El mismo hijo que había tenido una discusión en la mezquita hace «tres o cuatro años», con el mismo Omar Mateen que acababa de asesinar a sangre fría a 49 personas en la discoteca Pulse, en Orlando, en el mayor atentado sufrido por EEUU desde el 11-S. Un enfrentamiento en el que, según el hombre, Omar se comportó de forma abusiva, física y verbalmente, hasta que su hijo, aconsejado por él, dejó las cosas correr su curso «para evitar males mayores».
En el Centro Islámico –un edificio cuya arquitectura recuerda a una iglesia, situado al lado de una carretera, en una ciudad en la que no hay calles dignas de tal nombre– la prensa esperaba ayer pacientemente a que el portavoz de la mezquita, Adel Nafiz, hablara. Esperaba y esperaba. Y Nafiz no aparecía.
Shafeeq Rahman, el imán del Centro Islámico, había condenado el atentado el mismo domingo. A Mateen «le lavaron el cerebro en internet», dijo Rahman que, al igual que muchos musulmanes en EEUU, es médico de profesión, y tiene una pequeña clínica cerca de la mezquita. Ayer, el FBI confirmó que probablemente el terrorista era un lobo solitario que se había radicalizado él solo. Según muchos, Rahman está involucrado en mantener un diálogo interreligioso con las comunidades cristianas y judías de la zona y nunca habría apoyado ninguna posición que justificara la violencia.
Ésa era la teoría de su compañero de rezos en la mezquita: «Era un tipo raro, que no hablaba con nadie. Estaba completamente obsesionado con el culturismo, y, aunque de joven tenía alguna relación con personas de su edad, a medida que fue haciéndose mayor se aisló más y más».
Algunos hechos, sin embargo, podrían poner en cuestión esa teoría. El más obvio: al Centro Islámico también iba a rezar Moner Mohamed Abu Salha, el primer ciudadano estadounidense que viajó a Siria a cometer un atentado suicida. Fue en 2014. Y el hosco e insociable Mateen tenía algún tipo de relación con él, porque, a raíz del atentado de Salha, fue objeto de una investigación por el FBI. Una investigación que no impidió que el asesino del Pulse pudiera hacerse, de forma perfectamente legal, con un rifle de asalto AR-15 con el que mató a 49 personas.
Pero hay más puntos que cuestionan la versión oficial de que Mateen se radicalizó él solo. Según algunos musulmanes, la vestimenta y la barba sin recortar de Rahman coinciden con el aspecto general de los deobandis, el grupo ultra radical paquistaní que, con fondos de Arabia Saudí, dio lugar a los talibán en la década de los 90. Los recuerdos de otras personas que habían conocido a Mateen –que se había divorciado y vuelto a casar y tenía un niño de tres años que la acompañaba siempre a la oración del Centro Islámico– tampoco coincidían con esa presunta auto-radicalización.
Ése era el testimonio de John Engels, un ex miembro de los Rangers –una de las unidades de las Fuerzas Especiales del Ejército estadounidense– cuya esposa acudió al Instituto West Centennial del condado de Santa Lucía, en el que está Fort Pierce, donde iba un año por delante del asesino de Orlando.
«Mi mujer y sus amigos recuerdan que el 11-S echaron a Mateen Del autobús del colegio porque empezó a imitar a un avión, extendiendo sus brazos como si fueran alas y diciendo que esto es lo que se merecía Estados Unidos», explicaba ayer Engels a EL MUNDO. «Eso no es algo que un niño de 14 ó 15 años haga solo. Alguien se lo ha tenido que meter en la cabeza. Están diciendo que sufrió acoso escolar por otros compañeros, pero no es cierto: se metían con él porque siempre estaba buscando problemas y atacando a Estados Unidos. No terminó secundaria y acabo viviendo aquí, en este sitio», concluía el ex militar mientras señalaba al complejo de viviendas de nivel socioeconómico bajo, en un barrio sobre todo de hispanos y afroamericanos en el que vivía quien ya es el mayor terrorista de EEUU desde que Timothy McVeigh asesinó a 150 personas en Oklahoma en 1995.
EL MUNDO – 14/06/16