JON JUARISTI – ABC – 01/11/15
· Europa se apresta a sacrificar sus libertades en aras de un buenismo insensato.
En noviembre de 1992, el filósofo griego (nacionalizado francés) Cornelius Castoriadis avanzaba un pronóstico preocupante acerca de una masiva migración hacia Europa occidental que por entonces apenas comenzaba a hacerse sentir. Aludía, en primer lugar, a las pateras que arribaban a las costas andaluzas, observando que sus ocupantes no eran marroquíes, o no sólo marroquíes. «Son gente –afirmaba Castoriadis– procedente de todos los rincones de África… que padece sufrimientos inimaginables para poder llegar a Tánger y pagar a los pasadores».
A continuación se refería a la llegada –por entonces abundante– de europeos orientales, cuyo flujo iría descendiendo e incluso revirtiéndose a medida que las economías de sus países de origen se saneaban (gracias, en buena parte a las divisas que los inmigrantes enviaban a sus familias) y a la relativa nivelación entre las dos Europas que ha producido la crisis global. Castoriadis fue singularmente lúcido al detectar algo que pasaba desapercibido en aquellos días y de lo que casi nadie hablaba: una incipiente migración que empezaba a llegar desde Oriente Medio, tras la primera guerra del Golfo. «Ya hay iraquíes fugitivos que atraviesan Turquía y entran en Grecia de manera clandestina», afirmaba. Aquella tercera vía es, por supuesto, la que, en el año que está a punto de terminar, ha sorprendido y desconcertado a los países de la UE como si se tratara de algo nuevo y súbito, cuando, según Castoriadis (que falleció en 1997), llevaría abierta un cuarto de siglo.
Castoriadis, antiguo partisano comunista que recaló en las corrientes libertarias del mayo francés, creía que las migraciones de poblaciones musulmanas sólo resultarían asimilables si los acogidos en la UE aceptaran «no ser musulmanes» en una serie de puntos. Tal asimilación era, a su juicio, «indispensable e inevitable». Además, añadía, «tiene lugar en los hechos». Creo que hoy no sería tan optimista. En cualquier caso, a su juicio, no sería posible ni deseable oponerse a la gran migración que entonces apuntaba. Hacerlo supondría «que Europa se transformara en una fortaleza dirigida por un régimen policial».
Ahí es donde Castoriadis se equivocaba. Europa va derivando hacia un régimen autoritario a causa precisamente de su empeño en no convertirse en una fortaleza. Lo paradójico de la situación presente radica en que Europa no es una democracia, puesto que toda democracia necesita una lengua y una historia común –es decir, una nación– y Europa tiene muchas lenguas, muchas historias y muchas referencias culturales distintas.
Pues bien, la UE, que no es una nación, y sus instituciones comunes, que no son nacionales ni democráticas, han optado, con ocasión de la crisis migratoria, por imponer a los Estados miembros unas condiciones que, cuando menos, menoscaban las soberanías nacionales en aras de un ideal delicuescente de inclusión sin asimilación ni integración, para hacerse todavía una Europa más plurilingüe, más multicultural, más multiconfesional, y, en consecuencia, menos libre y menos fuerte, porque no tiene fronteras propias, pero debilita o desmorona las únicas que tiene, es decir, las de sus Estados nacionales, y comienza así a destruir –ella, que no es una democracia– las democracias históricas que hasta ahora albergaba, producto cada una de los esfuerzos de una nación concreta a la que ya no se le reconoce el derecho de acoger o rechazar, no ya a los otros europeos de la UE con los que democráticamente se comprometió a compartir casa, mesa y mantel, sino a las multitudes alógenas que entran reclamando arrolladoramente los mismos derechos de los anfitriones o más, sin habérselos ganado y a voz en grito.
JON JUARISTI – ABC – 01/11/15