Fernando Vallespín-El País

Ahora toca hacer balance y reformar; humildad, no orgullo; concordia, no disenso; apoyo mutuo, no insolidaridad

Lo sabemos bien, la limpieza de una ciudad no depende únicamente de cómo de buenos sean sus dirigentes. Si sus vecinos no cooperan e insisten en ensuciarla no es mucho lo que aquellos puedan hacer. Con la covid ocurre algo parecido, aunque en este caso, al menos en nuestro país, hemos fallado las dos partes, ciudadanos y políticos. Tenemos los peores números entre el grupo de los países desarrollados. Y esto no solo sale a la luz viendo los datos, lo dicen también los propios ciudadanos. En una encuesta de Gallup publicada por The Guardian entre habitantes de 14 países, aparecíamos solo por detrás del Reino Unido y Estados Unidos como los que peor enjuician la gestión de la crisis. Por tanto, el balance que podemos hacer no es muy edificante. Basta de excusas, lo estamos haciendo rematadamente mal. La cuestión es ¿por qué? ¿Qué es lo que ha fallado? Y, ¿cómo podemos salir de esta?

Mi tesis es que todos somos responsables, con las excepciones de rigor, como los trabajadores sanitarios, que lo han dado todo. Y algunos son también más responsables que otros. Por ejemplo, los políticos y nuestro propio orden institucional. La famosa cogobernanza ha resultado al final que consistía en eso de ahora me pongo yo y, ¡buena suerte! luego os toca a vosotras, comunidades autónomas. ¿No estabais tan deseosas de tomar el mando? Cuando un bronceado presidente del Gobierno apareció el otro día ofreciéndose a facilitar la gestión jurídica y recurrir al Ejército implícitamente venía a escenificar que con eso ya estaba cumpliendo, que la responsabilidad era de ellas. Nosotros ya hicimos lo que nos tocaba. Vosotras os tragáis el marrón. Y aquellas, tan deseosas de ejercerlo durante el confinamiento, se muestran ahora críticas hacia la ausencia de liderazgo central. Cada cual actúa escurriendo el bulto, el culpable siempre es otro.

Sin embargo, no hay nada peor para una democracia que emborronar el rendimiento de cuentas, que el ciudadano no sepa evaluar la responsabilidad de cada cual. Y que no se lidere, que no haya nadie realmente al mando. Los políticos se sienten seguros porque confían en sus relatos y en mantener prietas las filas de los suyos. Pero esta crisis ya no va de unos u otros, sino de todos; está en juego el sistema social y económico en su conjunto. Por eso mismo es tan importante que rompamos con su juego de la culpa y el buscar chivos expiatorios. Afrontemos la realidad, responsables somos (casi) todos. También los medios, o los ciudadanos, que hemos estado jugando colectivamente al free-rider (el gorrón): todos nos beneficiamos de que se cumplan las directrices de comportamiento, pero yo voy a mi aire. El sector turístico no se lo han cargado los de fuera, hemos sido nosotros mismos. Y dejemos de pensar que Europa ya nos arreglará los problemas, como si fuéramos menores de edad.

Esta certeza de fracaso colectivo debería ser el revulsivo para motivarnos a actuar concertadamente, conscientes de nuestras debilidades —la mayor de todas son nuestros antagonismos— y de nuestras fortalezas, que las tenemos. Ahora toca hacer balance y reformar; humildad, no orgullo; concordia, no disenso; apoyo mutuo, no insolidaridad. La primera ocasión la tenemos a la vuelta de la esquina, con los Presupuestos. Ahí veremos cómo se retrata cada cual. Tomaremos nota.