Javier Caraballo-El Confidencial
- El Gobierno de Pedro Sánchez ha eliminado de su vocabulario la palabra ‘fracaso’ para referirse a lo ocurrido en Afganistán y pueden estar durante horas hablando de lo que ha pasado y no pronunciarla jamás
Repite conmigo, Afganistán ha sido un fracaso. Es absurdo seguir insistiendo en lo bien organizada que ha estado la derrota, en la espléndida coordinación para la huida, en la colaboración ejemplar del desastre. El Gobierno de Pedro Sánchez ha eliminado de su vocabulario la palabra ‘fracaso’ para referirse a lo ocurrido en Afganistán y pueden estar durante horas hablando de lo que ha pasado y no pronunciarla jamás, como ha hecho en el Congreso el flamante ministro de Exteriores, José Manuel Albares, en su primera comparecencia oficial. Hablan de la guerra de Afganistán, de la derrota tras 20 años, en los mismos términos, con las mismas expresiones, que se utilizan tras un terremoto devastador en cualquier país del mundo; de hecho, si se extrajeran las frases del discurso descontextualizadas, sería imposible diferenciarlas.
Pero Afganistán no es Haití, ni el triste final, la trágica retirada de las fuerzas aliadas, puede reducirse a la evacuación de los miles de personas que estaban allí cuando el régimen talibán depuso al Gobierno afgano. Nadie discute la complejidad y el mérito extraordinario que ha tenido la operación de salvamento de los colaboradores españoles en Afganistán, como no se cuestiona la solidaridad para que puedan vivir a partir de ahora en España. Pero nada de eso puede servir para desviar la atención de lo fundamental, la trascendencia histórica de este momento: la certeza de que el fracaso de Afganistán puede haber certificado la defunción del orden internacional vigente desde la Segunda Guerra Mundial y la urgencia de que Europa se replantee su papel en el mundo. No hay motivos para esa ridícula euforia que ha llevado al Gobierno de Pedro Sánchez a interpretar, como ya se ha señalado aquí, que la salida de Afganistán es una buena oportunidad para la propaganda, porque además de ser grotesco supone persistir en el gravísimo error de los últimos 20 años.
Una de las expresiones más repetidas de esa propaganda, en la que, para más inri, están utilizando el mismo lema de la pandemia —‘No vamos a dejar a nadie atrás’—, es que España ha sido el espejo en el que se han mirado todas las demás potencias. El ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, se ha imbuido tanto de esa euforia que, en su comparecencia del Congreso, llegó incluso a hablar de “España como sinónimo de esperanza” para muchos afganos y “ejemplo de los valores europeos de solidaridad, de compromiso y de igualdad”. Utilizar estas expresiones cuando las potencias occidentales, entre ellas España, acaban de abandonar precipitadamente Afganistán, dejando a millones de personas bajo el siniestro régimen de los talibanes, es lo que nos ofrece una idea clara de la desorientación que nos gobierna. Y, en todo caso, si “España es un ejemplo del alma europea”, como ha dicho la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, quizá sea bueno profundizar mucho más en qué consiste ese espíritu europeo más allá de las cuatro frases hechas que se utilizan.
Seamos sinceros al mirarnos: ¿el alma europea es también la equidistante e indolente de otros momentos de la historia? ¿La que no quiso implicarse en la Guerra Civil de España para frenar a Franco? Nadie discutirá que fueron la debilidad y la condescendencia europea las que hicieron fuerte la Alemania de Hitler. Pues también eso forma parte del alma europea y es, quizá, lo que más debe preocuparnos ahora. Sin embargo, no parece que esa inquietud esté en el ánimo de la Unión Europea en este momento, empezando por el Gobierno de España. “Si Europa quiere conseguir un liderazgo a nivel mundial, tiene que centrarse en dos asuntos: la lucha contra el cambio climático y la revolución digital, es decir, el ‘pacto verde’ y la agenda digital”, dijo ayer el ministro de Exteriores, José Manuel Albares, siguiendo a pies juntillas el argumentario oficial. De un mayor gasto militar en Europa, o en España, ni una palabra.
La página de Afganistán se quiere pasar cuanto antes y cerrarla con este epílogo de ‘trabajo bien hecho’ a pesar del trágico resultado final, que se pretende soslayar. Seguramente por las mentiras que se esconden y por el fraude inmenso que se oculta. El mismo ministro Albares ha desvelado que, hasta bien entrado el mes de agosto, tanto la OTAN como Estados Unidos y la ONU, así como “todos los análisis de Inteligencia de los países implicados”, sostenían que el riesgo de un poder talibán era una hipótesis lejana, que no se produciría hasta pasados varios años o, en el peor de los casos, en un plazo mínimo de seis meses. ¿Seis meses? Ni 10 días resistió el Ejército afgano que, según nos dijeron, contaba con tres soldados bien armados y apoyo aéreo por cada talibán subido en una camioneta con su fusil al hombro. En fin, que no se puede decir, sin más, que han fallado estrepitosamente todos los servicios de Inteligencia del mundo sin acompañar esa afirmación de una reflexión profunda sobre el deterioro que supone para las fuerzas aliadas, entre las que nos encontramos.
Merecemos explicaciones y, por ese motivo, es fundamental exigirle al Gobierno de España, como una de las potencias que han estado implicadas en esta guerra, que comience el análisis de lo ocurrido por el reconocimiento mismo del desastre: repite conmigo, Afganistán ha sido un fracaso. Nos merecemos esclarecimiento y seriedad, no consignas y propaganda. Si las instituciones que sustentaban el orden internacional se han podrido, si los servicios de Inteligencia de las potencias occidentales presentan esta escalofriante inoperancia, la respuesta no puede salir del catálogo habitual. A principios de junio, la OTAN anunció que su próxima cumbre, en 2022, se celebrará en Madrid y que no será una cita más, sino que pretenden debatir y aprobar “el nuevo concepto estratégico para afrontar los desafíos de la seguridad mundial”. Qué gran oportunidad para que el Gobierno de España impulse un debate, abierto y descarnado, sobre el deterioro de las instituciones internacionales y la urgencia de una catarsis que nos saque del engaño. Qué gran oportunidad que será desperdiciada…