ALBERTO AYALA, EL CORREO 24/01/13
· El pronunciamiento del Parlament ahonda la grieta en la sociedad catalana y coloca al PSC al borde de la ruptura.
El nacionalismo catalán pasó ayer definitivamente de las palabras a los hechos para hacer realidad el órdago soberanista anunciado por el president de la Generalitat, Artur Mas. Desde la consideración de que ‘Cataluña tiene carácter de sujeto político y jurídico soberano’, el Parlament acordó iniciar el proceso para hacer efectivo el derecho a decidir a través de una consulta. Lo hizo con los votos de CiU, ERC, ICV y de uno de los tres diputados de las CUP –organización con vínculos con la izquierda abertzale tradicional–, pese a que el Gobierno español ya ha avisado que no autorizará el referendo.
El Principado se embarca así en una aventura con evidentes similitudes con la que Euskadi se vio obligada a vivir hace no demasiados años de la mano del entonces lehendakari Ibarretxe. El viaje terminó con el portazo del Congreso. No así sus consecuencias. El ‘plan Ibarretxe’ dejó como herencia una sociedad vasca y una clase política crispadas y profundamente divididas. No solo. El sueño independentista propició una brecha significativa en el seno del propio PNV, que vio cómo el electorado no solo no premiaba su apuesta secesionista, sino que le costaba varios escaños.
La decisión de nacionalistas y ecosocialistas de poner en marcha el proceso para convocar una consulta sin amparo legal, en la que los ciudadanos deberían pronunciarse a favor o en contra de la independencia sin conocer ni su costo ni sus consecuencias –como la inmediata salida de la UE o la pérdida de la moneda común, el euro– constituye toda una frivolidad política. Y si la experiencia vasca dejó en su día notorias secuelas, la catalana transita por idéntica senda.
Tres frentes
El pronunciamiento del Parlament agranda la fractura en el seno de la sociedad catalana, además de introducir un factor de inestabilidad muy peligroso para el propio futuro de la comunidad. Desde un punto de vista estrictamente político, deja seriamente tocados a los dos grandes partidos del Principado, la federación Convergència y Unió y el Partido de los Socialistas de Cataluña.
La trifulca pública entre las formaciones de Mas y Durán, por el nulo fervor separatista de Unió, tiene fundamentos para ser algo más que una disputa pasajera. A medida que el órdago soberanista consuma etapas, lo previsible es que se acreciente la incomodidad del socio menor de la coalición. Las diferencias podrían ser suficientes para pensar en una ruptura, pero la dificultad que tendría Unió para encontrar su propio hueco en el mapa político catalán sin CDC ayudará más que probablemente a que se busquen aproximaciones donde los argumentos inviten al disenso.
La decisión de cinco de los veinte parlamentarios del PSC, todos alineados en el sector catalanista, de romper ayer la disciplina y negarse a votar contra la consulta coloca a este partido al borde de la fractura. El PSC surgió en 1978 de la unión de dos formaciones catalanistas de izquierdas y la federación del PSOE. Treinta y cinco años después, la convivencia interna parece cada vez más complicada y nadie puede descartar ya el riesgo de una escisión.
Sin duda dos excelentes noticias para Rajoy en plena tormenta Bárcenas. En especial, la gresca interna en las filas socialistas. Todo un lastre de calado para las aspiraciones de Rubalcaba y el PSOE de recuperar el poder empujado más por el desgaste que sufre el PP que por méritos propios.
ALBERTO AYALA, EL CORREO 24/01/13