· Malí es un país inmenso y paupérrimo al que se debe como viejo conquistador y, en 1960, descolonizador.
Ha ganado una completa aprobación la tesis de que Francia está sola en su esfuerzo en curso en Malí. El presidente Hollande, se recordará, anunció un poco súbitamente el viernes 11 de enero su orden de enviar rápidamente tropas al norte del Malí porque se registraba un avance de los rebeldes islamo-terroristas en el norte y en cuestión de días podrían entrar en Bamako. Lo primero, el avance inesperado hacia el sur de las columnas yihadistas, era innegable y había sido detectado por los satélites militares en órbita. Lo segundo, incluso contando con la fácil conquista de la pequeña ciudad de Konna, es más discutible y de imposible confirmación.
Realmente el presidente no necesitaba indicar la presunta amenaza sobre la capital porque, entonces como ahora, su decisión fue percibida como cabal, juiciosa, al servicio de la lucha antiterrorista y no, como ocurrió a menudo en el pasado, de intereses materiales franceses. No había y no ha habido –fuera de los exabruptos interesados de las webs proterroristas– acusación alguna en ese sentido. Francia, de hecho, cumplía una especie de papel de guardián regional porque considera su deber mantener la institucionalidad de su antigua colonia, Malí, un país inmenso y paupérrimo al que se debe como viejo conquistador y, en 1960, descolonizador.
Los grandes maestros del arabismo político francés –Jacques Berque, Louis Massignon, Vincent Monteil, éste último especializado en el islam africano– probablemente no habrían emitido reservas de fondo, por una vez, sobre la conducta de su Gobierno, obligado por razones de conciencia a hacer lo que hace. De hecho, uno tras otro, casi todos los Gobiernos han expresado su apoyo y su comprensión y la prensa europea ha defendido en general la actitud francesa, matizada con aproximaciones sobre la duración de la misión, verosímilmente no muy larga y destinada a desalojar a los invasores (así se les puede llamar porque muchos de los combatientes de Al-Qaida en el magreb islámico, fuerza central de la rebelión, son extranjeros) del norte ocupado.
Ese objetivo parece al alcance de la expedición francesa, incluso sin los pequeños y no muy útiles contingentes africanos que empiezan a llegar a Bamako. Y lo es porque los yihadistas son forasteros no muy bienvenidos en Kindal, Gao o Tombuctú, donde un ‘islam noir’ –como decía Monteil– se ha acomodado a la perfección a lo largo de los siglos a la contextura vital creada por el desierto, el ancestral tráfico caravanero y un cierto sincretismo religioso que funcionaba a la perfección. Las ciudades fueron tomadas por los radicales solo porque el débil ejército maliense no pudo evitarlo. Pero eso no es una genuina victoria política, sino un hecho circunstancial que podrá ser, por fortuna, reparado. Hollande no se ha equivocado mucho y merece comprensión.
ENRIQUE VÁZQUEZ, EL CORREO 19/01/13