Isabel San Sebastián-ABC

  • La patria de la Ilustración ha sacado de la ecuación a la izquierda, porque la democracia no es hija de la guillotina, sino de la libertad

La primera vuelta de las elecciones celebradas en Francia deja muchos titulares, entre los cuales yo destaco este: Se acabó el socialismo en el país vecino. Los restos maltrechos del partido que encumbró a Mitterrand y Hollande han sido definitivamente sepultados por la alcaldesa de París, Anne Hidalgo. Es sabido que la victoria tiene muchas madres mientras la derrota es huérfana, lo que deja en la más absoluta orfandad a la perdedora indiscutible de estos comicios, de origen español y candidata de la formación que en España encabeza Pedro Sánchez.

La patria de la Ilustración ha decidido que en la segunda y definitiva convocatoria a las urnas los ciudadanos escojan entre centro-derecha y extrema derecha. La partera de la Revolución ha sacado de la ecuación a la izquierda, dado que Mélenchon, veterano representante de una supuesta Francia Insumisa que vive del presupuesto público desde 1983, ha quedado relegado a una tercera posición desde la cual solo puede respaldar a Macron o Le Pen, sin opciones de obtener nada a cambio. El sistema electoral galo es más sensato que el nuestro. Aquí la ley otorga una ventaja escandalosa a los separatistas que solo concurren en sus circunscripciones, lo que los convierte en árbitros indeseables de las grandes decisiones que nos afectan a todos. Allí se han cuidado mucho de cerrar esa puerta a grupúsculos susceptibles de amenaza a la nación. No en vano la Ilustración precedió a la Revolución. Afortunadamente para todos, su huella ha prevalecido en el Occidente democrático, aunque sufra periódicamente embestidas de sujetos como Pablo Iglesias, nostálgicos de la guillotina. Su descalabro ante Ayuso demostró recientemente que la democracia no es hija de ese brutal instrumento, tal como sostiene el líder de los extremistas que Sánchez metió en el Gobierno, sino del raciocinio, las ideas, el pluralismo y la libertad.

Dentro de quince días los franceses tendrán que decantarse por un jefe de Estado europeísta, moderado, alineado con las grandes potencias del mundo libre, o una encarnación del populismo nacionalista xenófobo llamada Marine Le Pen. Las soluciones simples a problemas complejos siempre encuentran respaldo en una parte del electorado, especialmente cuando arrecian las crisis y aumenta la desesperación. El tiempo se encarga después de demostrar que predicar resulta mucho más fácil que dar trigo, aunque para entonces ya es tarde. Aquí el populismo triunfador en las últimas generales fue Podemos, alter ego ‘siniestro’ de Agrupación Nacional, aupado al Ejecutivo por el sectarismo sanchista. Transcurridos dos años y medio, la inflación raya el diez por ciento, todos somos más pobres y sostener al elefante administrativo creado por esa coalición ‘progresista’ nos sale un treinta por ciento más caro. No solo no han resuelto ningún problema, sino que han generado muchos. Pero ellos han progresado. De eso no cabe duda.