EL CORREO 10/03/14
· Iurgi Mendinueta está considerado un experto en la localización de los arsenales de una banda que tiene inventariado y etiquetado el material que esconde
El Tribunal Correccional de París juzga hoy a Iurgi Mendinueta Mintegi, considerado el hombre clave en el camuflaje y la localización de los zulos de ETA, el secreto mejor guardado de una organización pendiente de desarmarse. Le acompañará en el banquillo de los acusados Joanes Larretxea Mendiola, junto a quien fue detenido el otoño de 2009 en el sudeste de Francia al lado de un escondite en el que se descubrió la pistola empleada para asesinar a dos guardias civiles en Las Landas. El caso refleja que la logística militar tiene inventariado y etiquetado el material de los arsenales, en los que probablemente figuren las dos armas usadas para matar al brigadier Jean-Serge Nérin hace cuatro años, último crimen etarra, entre otros atentados sin esclarecer.
La captura de los donostiarras Mendinueta y Larretxea, de 32 y 30 años, respectivamente, partió de una información transmitida el 22 de setiembre de 2009 por los servicios secretos a la policía judicial de París. Indicaba la existencia de un zulo de ETA en un bosque de Rivières, localidad del departamento de Gard en la que un mes antes ya había sido desmantelado otro escondite. Fue uno de los catorce depósitos soterrados descubiertos aquel agosto en el sur de Francia con un contenido global de 900 kilos de explosivos, una veintena de armas cortas, 11.000 cartuchos, 200 detonadores, 7 bombas-lapa y 550 metros de cordón detonante.
A primera hora del 11 de octubre de 2009 el dispositivo policial de vigilancia montado en las inmediaciones del zulo observó la llegada de dos individuos a bordo de un Peugeot 307. Los agentes tuvieron que cruzar un vehículo en la calzada y efectuar un disparo de advertencia para frustrar el intento de huida de Mendinueta al volante y de Larretxea en el asiento del copiloto. Ambos iban armados y llevaban en el coche palas, picos, azadas, rollos de cinta adhesiva, bolsas de basura y otras de cierre hermético además de material informático con el contenido cifrado. Tal vez contenga sin desencriptar el gran secreto de los depósitos clandestinos.
El escondrijo se encontraba junto a un sendero cerca de un claro del bosque al que se llegaba tras recorrer 150 metros de una pista forestal. Una botella de cristal vacía marcaba perpendicularmente una piedra de 50 kilos bajo la que, tras retirar una capa de 20 centímetros de tierra, se encontró un bidón de cien litros tapado y recubierto con una lona. En el interior, repartidos en varias fiambreras y bolsas de plástico, se encontraron cuatro armas de fuego, rollos de cordón detonante, temporizadores, medio kilo de pentrita, una troqueladora manual y una veintena de juegos de placas de matrícula.
El material se encontraba perfectamente embalado y etiquetado: las armas embadurnadas de grasa y envueltas en varias capas de película aislante; las matrículas con anotaciones precisas sobre el modelo, color y número de puertas de los vehículos a las que correspondían. Las tres pistolas y el revólver intervenidos llevaban rótulos indicativos de su modelo y calibre e, incluso, en el caso de una CZ checa su número de serie, un dato crucial para la identificación del armamento, ausente en el inventario presentado en Bilbao por la Comisión Internacional de Verificación.
Un peritaje balístico, fechado en agosto de 2012, estableció que la pistola semiautomática de marca Smith & Wesson modelo MP9 hallada en el zulo había sido el 1 de diciembre de 2007 el arma del doble crimen de Capbreton. Las únicas huellas detectadas en la cinta aislante de los embalajes de las armas y la pentrita pertenecían a Mendinueta y Larretxea.
Huellas dactilares
La misma circunstancia se produjo meses después en un zulo próximo a la frontera con Suiza donde fueron identificadas diez huellas dactilares de Mendinueta y doce de Larretxea. El hallazgo tuvo lugar de forma casual el 15 de enero de 2011 cuando a unos excursionistas les llamó la atención un trozo de toldo que asomaba entre piedras recientemente desplazadas en el cruce de un camino vecinal con una ruta de senderismo en Dramelay (Jura).
Al pie del muro de una borda en ruinas se había excavado una zanja para esconder dos tubos y un tonel de PVC herméticamente cerrados y cubiertos con bolsas de basura y piedras. Dentro había dos fusiles de origen suizo, modelo Schmith-Rubin K31, del calibre 7,5 mmGP11, con sus correspondientes miras telescópicas, un bípode, un millar de municiones, un kilo de pólvora y un cargador vacío de Kalachnikov AK47. Mendinueta y Larretxea también son juzgados por la gestión y uso de este escondite, a pesar de que ya llevaban quince meses en la cárcel cuando fue descubierto.
Los servicios antiterroristas franceses ven en este riesgo de imputaciones sobrevenidas una de las explicaciones a la resistencia de ETA a un desarme sin pasar por terceros mediante la comunicación a las autoridades de la geolocalización de sus zulos. Piensan que los etarras son conscientes de que, si se contentan con facilitar las coordenadas GPS de los arsenales, la policía buscará huellas genéticas y digitales para identificar a sus usuarios, lo que derivará en nuevas imputaciones y órdenes de busca y captura por tenencia o depósito de armas y explosivos.