- En nuestro sistema parlamentario no caen los gobiernos como en el país vecino, pero sólo es una falsa apariencia de estabilidad porque oculta un Ejecutivo paralizado que bracea para sobrevivir
Francia está en un callejón sin salida. El país que hace 66 años consiguió enderezar una inestabilidad política endémica ha vuelto a lo peor de su pasado. Ejemplo de aquella inestabilidad fueron los 24 gobiernos que la IV República tuvo en solo doce años, entre 1946 y 1958, cuando De Gaulle fue nombrado primer ministro.
El general acabó con la debilidad de la IV República, elaboró una constitución presidencialista, implantó un nuevo sistema electoral y propició la creación de dos grandes partidos que se alternaron en el poder durante casi sesenta años. La V República dio al país una estabilidad que no había conocido en siglo y medio, y Francia se consolidó como una potencia económica y militar que, junto con Alemania, ha sido el pilar de la fortaleza de Europa.
Pero cuando esa estabilidad parecía definitivamente afianzada, la sombra de los gobiernos débiles y efímeros, provocada por la fragmentación partidista, ha vuelto a planear sobre Francia. La historia nos enseña que toda crisis económica genera una crisis social, y toda crisis social acaba provocando una crisis política. Francia no ha escapado de este remolino destructor. La crisis económica de 2008 creó un enorme malestar social que se llevó por delante los dos pilares de aquella estabilidad —el partido socialista y el conservador que creó De Gaulle— y lleva dando la cara en las elecciones desde 2017: el centroderecha, que se ha fragmentado en tres partidos, está desunido y enfrentado, y la izquierda vive una situación similar.
El resultado es una Francia ingobernable, que en 2024 ha tenido cuatro primeros ministros nombrados por el presidente de la República, dos de ellos destituidos y uno tumbado en el Parlamento por una moción de censura de la izquierda y la abstención del partido más importante de la derecha, con el consiguiente desgaste del jefe del Estado. Y veremos qué pasa con François Bayrou, nuevo primer ministro.
¿Puede funcionar un país con cuatro gobiernos en un año? La repuesta es ‘no’. Y si ese país es Francia, el ‘no’ es aún más rotundo, porque la crisis económica que atenaza al país vecino es muy grave.
El crecimiento de su PIB se ha hundido en cuatro años del 6,1% en 2021 al 0,7% en este año, según adelanta la OCDE. El déficit presupuestario de 2024 está en el 6% del PIB, el doble del 3% que exige la Unión Europea. Y la prima de riesgo —que está a la par de la de Grecia y ha llegado a superarla— es de 84 puntos, lo que indica una pérdida de confianza de los prestamistas internacionales. Ante este panorama, el gobierno saliente propuso al Parlamento un recorte del gasto público de 40.000 millones, que fue rechazado. Estos y otros datos hacen que se vaya abriendo paso la imagen de Francia como el nuevo «enfermo de Europa».
El problema de fondo es que nadie ve la salida de la actual parálisis gubernamental y está tomando cuerpo la idea de que Francia podría estar a las puertas de una crisis de régimen, con un presidente de la República atado de pies y manos por un parlamento hostil.
Cuando De Gaulle impuso el sistema electoral mayoritario con doble vuelta pareció haber resuelto para siempre el problema de la fragmentación de los grupos parlamentarios y la debilidad de los gobiernos efímeros. Pero en política nada es para siempre. En España estamos viviendo un problema parecido. Con el sistema electoral proporcional muy atenuado por la ley D’Hondt hemos tenido 38 años de bipartidismo imperfecto, que ha dado a nuestro país una estabilidad gubernamental que no tuvimos en cien años de régimen liberal y democrático. Pero esa estabilidad saltó por los aires en 2015 por motivos muy parecidos a los de Francia. Derecha e izquierda están fragmentadas y tuvimos cuatro elecciones generales en cuatro años, entre 2015 y 2919. Desde hace seis tenemos el gobierno más débil de la democracia, incapaz de aprobar Presupuestos —los de 2025 ni los ha presentado— y que en 2024 ha perdido 75 votaciones en el Congreso.
En España, a diferencia de Francia, existe la moción de censura constructiva que permite la continuidad en el poder del presidente del gobierno si no se presenta un candidato alternativo que obtenga la mayoría. Este sistema da una falsa apariencia de estabilidad porque oculta un gobierno paralizado que bracea para sobrevivir. El gobierno no cae como en el país vecino, pero se hunde en la incapacidad de gobernar atado por quienes solo le aflojan la cincha cuando les interesa.
Aquí no hay crisis de régimen porque el jefe del Estado está fuera de la lucha política; no nombra al presidente del gobierno, sólo lo propone al Congreso, que es el que lo designa. Aunque esta salvaguarda constitucional, que evita el desgaste de la figura del Rey, provoque la frustración personal de más de uno.
- Emilio Contreras es periodista