Un hombre joven, liberal y europeísta dirigió anoche al mundo «el saludo de la Francia fraternal». Emmanuel Macron, nuevo presidente, ganó a Marine Le Pen –64,88% frente a 35,12%, al cierre de esta edición– y proclamó que su responsabilidad es «apaciguar los miedos». Macron se erigió en símbolo del cambio político y generacional y asumió la tarea de reconciliar un país pendiente de unas legislativas que decidirán si Macron tiene o no la mayoría parlamentaria para imponer su programa.
Fue una gran victoria. Emmanuel Macron, de 39 años, sin otra experiencia que dos años como ministro, al frente de un movimiento fundado hace sólo un año, acabó tras una carrera fulgurante con el viejo sistema político y asestó, en la votación definitiva, un duro golpe al Frente Nacional y a su líder, Marine Le Pen. Como figura nueva y carismática, por encima de compromisos partidistas, Macron dio nueva vida al espíritu de monarquía republicana que caracteriza la Quinta República fundada por Charles de Gaulle.
También fue una victoria comprometida. Con muchos votos prestados para que actuara como dique frente a la ultraderecha, con una abstención altísima (25%, la más alta desde el año 1969) a la que se sumó un 12% de papeletas blancas o nulas, contestado con virulencia desde ambos extremos del mapa ideológico, Macron asumirá dentro de una semana una Presidencia enfrentada a fuertes turbulencias.
Tras una primera comparecencia televisada, muy rígida, en la que prometió defender «Francia, sus intereses vitales y su imagen», junto a una bandera tricolor y una bandera europea, Macron se dirigió a la explanada del Louvre, donde le esperaban miles de entusiastas. Hizo una larga marcha a pie hasta el escenario mientras sonaba el Himno a la Alegría de la novena sinfonía de Beethoven, el himno de la Unión Europea, para subrayar la solemnidad del momento y su compromiso europeísta.
«Hemos logrado algo sin precedentes y sin comparación», proclamó, ya sobre el estrado. Dijo saber que muchos le habían votado no para apoyarle, sino para defender la República: «Lo agradezco, me prestaré al diálogo, pero han de saber que defenderé mis principios». También expresó su respeto a los votantes de Marine Le Pen, que habían «manifestado su cólera y su inquietud», y anunció que dedicaría su mandato a acabar con las circunstancias que fomentaban el voto extremista.
Habló de la necesidad de «moralizar la vida pública», acabar con la corrupción y mejorar la calidad de la democracia, y admitió que debería enfrentarse a obstáculos gigantescos. «Nuestra tarea es inmensa, exigirá el coraje de la verdad y la construcción de una mayoría fuerte, porque dentro de unas semanas volveré a tener necesidad de vosotros», declaró, en referencia a las próximas elecciones parlamentarias. Su gran compromiso, dijo, consistía en apaciguar los miedos, reconciliar a los franceses y derrotar al inmovilismo.
En el otro campo, el vencido, el ánimo era muy distinto. Marine Le Pen intentó encajar la derrota y asumir la iniciativa. Aceptó el resultado, felicitó por teléfono al ganador y anunció la creación inmediata de una nueva fuerza política, aún sin nombre, capaz de desprenderse de la rancia herencia racista y violenta del Frente Nacional fundado por su padre. Se felicitó por el «esfuerzo valiente y fundacional» que había supuesto la recién concluida campaña y se presentó como jefa de la oposición. «Quienes han recomendado el voto a Macron carecen de legitimidad para oponerse a él», dijo, «estamos los patriotas de un lado y los mundialistas del otro».
Pero las cosas no se presentaban fáciles para Le Pen, que esperaba alcanzar al menos el 40% de los votos y a la que propios y extraños hacían responsable de la hemorragia de votos en los últimos días: su nivel en el debate televisado frente a Macron fue penoso. Su padre, Jean-Marie Le Pen, dijo que no iba a permitir la desaparición del Frente Nacional. Su sobrina y gran rival, la diputada tradicionalista Marion Maréchal-Le Pen, declaró que había que «aprender las lecciones» de la derrota y no disimuló su enfado por la derrota de Marine Le Pen. Maréchal-Le Pen tampoco podía levantar mucho la cabeza: en su propia circunscripción de Carpentras, Macron ganó de forma contundente. Resultaba previsible, en cualquier caso, un áspero debate interno en la ultraderecha.
Emmanuel Macron fue inteligente al prever que las fuerzas políticas clásicas, gaullismo y socialismo, habían perdido fuerza. Fue audaz al lanzarse a la carrera sin contar con un partido implantado en cada circunscripción. Tuvo suerte al enfrentarse a un candidato socialista débil, Benoît Hamon, y a un candidato gaullista pésimo, François Fillon. Su llegada a la presidencia demuestra que el europeísmo y el rechazo a la demagogia pueden ganar batallas. Esto, sin embargo, aún no ha terminado. Estas elecciones presidenciales tienen en realidad tres vueltas, y la tercera, las legislativas de junio, puede convertir a Macron en un gran líder para Francia, la Unión Europea y el mundo, o reducirle a la condición de jefe del Estado testimonial, aquello que en la Cuarta República se definía como «inaugurador de crisantemos».
Emmanuel Macron necesita una mayoría parlamentaria que le permita aplicar un programa tan ambicioso como rechazado por la mitad de los franceses. Ante unos ciudadanos que exigen reformas, pero sólo las aceptan cuando no afectan los intereses propios, el nuevo presidente y su bisoño movimiento, rebautizado como ¡La República en Marcha!, necesitan obtener mayorías en la Asamblea Nacional y en el Senado.
En una pelea escaño a escaño, en la que gaullistas y socialistas, bien implantados en el terreno, cuentan con ventaja gracias al sistema mayoritario, Emmanuel Macron se enfrenta a obstáculos muy considerables.
Los gaullistas, que pidieron el voto para Macron, decían pestes de él minutos después de conocerse el resultado. Jean-Luc Mélenchon, líder carismático y puntualmente mesiánico de la izquierdista Francia Insumisa, efectuó un insólito mensaje televisado para declarar la guerra a «un presidente minoritario» y pedir a los suyos que en las legislativas se convirtieran en «la Resistencia» frente a Macron. Las urnas no apaciguaron la crispación.