La elección, dos meses después de las elecciones legislativas, de Michel Barnier, un conservador, como primer ministro de la República Francesa ha sublevado al Nuevo Frente Popular, la coalición de partidos de extrema izquierda populista que obtuvo más diputados en las urnas, 193 de 577, lejos sin embargo de la mayoría absoluta de 289.
El dilema de Emmanuel Macron no era fácil de resolver. Porque el Nuevo Frente Popular ganó las elecciones, entre otras razones, sólo porque la alianza con el bloque presidencial, formado por varios partidos de centroderecha, arrinconó a Reagrupamiento Nacional, el partido de Marine Le Pen y Jordan Bardella, y lo dejó en 126 escaños.
El Nuevo Frente Popular, formado entre otros por La Francia Insumisa, Los Ecologistas, el Partido Comunista y el Partido Socialista, se siente ahora traicionado por Macron, al que le corresponde la facultad de nombrar al primer ministro como presidente de la República y que ha optado por una figura reconocida de la derecha en vez de por Lucie Castets, el nombre deseado por la coalición populista.
Lo cierto es que el Nuevo Frente Popular ganó las elecciones sólo gracias a su alianza con el bloque presidencial y a la suma de los diputados conseguidos por todos sus partidos. Pero el partido individual más votado fue Reagrupamiento Nacional, con 126 escaños, a los que deben sumarse luego los 17 disidentes de la derecha clásica que encabezó su anterior presidente, Eric Ciotti. Los Republicanos, el partido del propio Michel Barnier, consiguieron sobrevivir a la escisión y conservan 47 escaños.
El Nuevo Frente Popular, por tanto, no tiene fuerza ni escaños suficientes para imponer un primer ministro ni para censurarlo, algo para lo que necesitaría los votos del partido de Marine Le Pen y Jordan Bardella.
Macron ha hecho así un ‘Sánchez a la inversa’. Es decir, construir una mayoría inestable contra el partido que ganó las elecciones, rompiendo la tradición que dice que el primer ministro pertenece, en condiciones de normalidad, al partido que gana las elecciones.
La decisión le permite ganar tiempo a Macron, aunque resulta difícil aventurar cuánto durará su tranquilidad. Jean-Luc Mélenchon ya ha acusado a Macron de «robar» las elecciones. Olivier Faure, líder de un Partido Socialista hoy prácticamente marginal en Francia, ha dicho que el país entra «en una crisis del régimen».
La gobernabilidad descansa ahora en manos de Reagrupamiento Nacional. Marine Le Pen se ha mostrado prudente, aunque ha agradecido a Macron haber escogido a un candidato «respetuoso» con el resto de partidos de la Asamblea Nacional. Una de sus condiciones para no hacer caer al primer ministro a la primera ocasión era que este no tratara a Reagrupamiento Nacional como un partido apestado, sino, en el peor de los casos, con la misma consideración que se le tiene al Nuevo Frente Popular, su espejo en la izquierda.
Este sábado, Francia vivirá la primera manifestación contra Barnier. Será el disparo de salida de una legislatura extraordinariamente complicada por la división de Francia en tres bloques con una representatividad muy similar: el de la extrema izquierda, el de la extrema derecha, y el del centroderecha liberal.
Con la convocatoria anticipada de las legislativas, apremiado por un gobierno en minoría y por los malos resultados en las europeas, Macron pretendió dar un golpe de efecto similar al de Sánchez en 2023. Y el resultado obtenido ha sido, precisamente, el mismo que obtuvo Sánchez en España. La paradoja es inescapable.