PEDRO CHACÓN-EL CORREO

  • Los equivalentes tradicionales a PSOE y PP quedan casi marginados en Francia

Los resultados de la primera vuelta de las presidenciales francesas arrojan un resultado que, por varias razones muy serias, nadie se atreve a dar por hecho de cara a la segunda. Ni siquiera los centros de poder europeo se atreven a pronosticar la victoria de Macron. Las presidenciales francesas son peculiares y nada comparables al resto de elecciones en países europeos. Allí el presidente de la República acumula un poder político sin parangón en las monarquías parlamentarias, ni en el resto de repúblicas donde sus respectivos presidentes (caso de Alemania, Italia o Portugal) casi nadie recuerda por su nombre. Son similares a las de Estados Unidos, solo que en Francia con muchos más candidatos (hasta doce ha habido esta vez) y a dos vueltas.

Esta elección presidencial también tiene un rasgo diferente de las legislativas al uso, de las que salen los presidentes del Gobierno en las monarquías parlamentarias, como Gran Bretaña o España. En Francia es donde más se realza el papel de la persona que se somete a este tipo de comicios, por encima del partido. Macron llevó esta característica a su extremo, generando de la nada un partido a su alrededor (En Marcha incluso se denominó con las iniciales de su nombre). Esta peculiaridad ha contribuido también a reforzar, en la actual coyuntura política europea, el papel de las personalidades políticas por encima de los partidos, dándole a la política un sesgo fluido, en sentido populista, demasiado dependiente del carisma del líder, para bien (por su capacidad para vehiculizar las necesidades de sus votantes) pero también para mal (porque adquiere una capacidad insólita para dinamitar el escenario político, convirtiéndolo en algo impredecible o demasiado incontrolable).

Estas presidenciales han calcado, por lo que respecta a los dos candidatos para la segunda vuelta, el resultado de 2017, pero con unas diferencias en la actual coyuntura que las hacen mucho más inciertas en su resultado final. En esta ocasión, todos los candidatos se han retratado en función de la guerra de Ucrania, lo cual ha favorecido sobre todo a Macron y ha hundido sobre todo a Zemmour (demasiado ambiguo en su valoración de Putin). En cambio, Marine Le Pen, con un discurso volcado en las consecuencias económicas de la crisis, ha compensado con los muchos votos que ha recibido de la derecha clásica de Valérie Pécresse los que se le han ido a su rival de ultraderecha Zemmour.

El fin del bipartidismo tradicional en Francia en estas elecciones presidenciales no por anunciado es menos significativo. Los equivalentes a PP y PSOE en el país vecino han quedado ahora en los puestos 5º (menos del 5% de votos) y 10º (menos del 2%) respectivamente. Es decir, en plena marginalidad o a su borde mismo, sin capacidad de influir en el destino de Francia, superados, en el caso de la socialista Anne Hidalgo, por candidatos de hasta cuatro pequeños partidos (el ecologista, el comunista, un anti-OTAN y el más pequeño de la extrema derecha). En cambio, la ultraderecha antieuropeísta, conformada por tres partidos, el triunfante de Le Pen (Agrupación Nacional), el de Zemmour (Reconquista, atención al nombre) y el de Dupont-Aignan (La Francia en pie), ha conseguido un tercio de los votos totales, consolidando su ascendiente sobre un país clave para la construcción europea.

Junto a esto, la presencia de un partido como La Francia Insumisa, que solo se diferencia de nuestro Unidas Podemos en su beligerante nacionalismo francés, le ha dado más de 7 millones de votos a su candidato Mélenchon, que se ha quedado a poco más de un punto de entrar en la segunda vuelta. Estos votantes son los que van a decidir en gran parte el resultado final entre Macron y Le Pen. Y todo esto en un país que, como el resto de los europeos, acaba de salir de una pandemia desgarradora, con toda la necesidad de desahogo y de cabreo contenido de la ciudadanía.

Mélenchon ya ha advertido a sus partidarios de no votar a Le Pen. Pero no ha dicho nada de un Macron que representa el globalismo de las élites y que abandona a su suerte las identidades nacionales y a los inadaptados al sistema. En cambio, Marine Le Pen propone soluciones drásticas y también insumisas, a su modo, en construcción europea y en políticas inmigratorias y es antiOTAN respecto de Rusia. Definitivamente el futuro de Francia y, con él, el de Europa estará en manos de unos votantes muy cabreados. Ese es el riesgo por el que va a tener que pasar la segunda vuelta del día 24. Y con el pronóstico para toda Europa de que un poder como el de Francia, para dentro de cinco años, en caso de que Macron cumpla sus dos mandatos preceptivos, quedará definitivamente en manos de partidos antieuropeístas y antisistema.