KEPA AULESTIA-EL CORREO

  • La victoria de Macron no disipa la preocupación sobre la gobernabilidad del país

El alivio generado por la victoria de Emmanuel Macron sobre Marine Le Pen en la mayoría de los franceses y de los europeos no ha conseguido disipar la preocupación sobre la gobernabilidad del país vecino y la orientación de su política institucional en el marco de la UE. Preocupación focalizada en lo inmediato, en las elecciones parlamentarias de junio, que podrían dar lugar a una Asamblea Nacional mayoritariamente distante del proyecto europeo desde ambos extremos del arco partidario, y en la que En Marche -el partido del presidente- y sus aliados podrían acabar en minoría. La sola eventualidad de que Macron no tenga más remedio que nombrar un Gobierno poco de su gusto como resultado de las legislativas conduciría a un período de inestabilidad que cuando menos neutralizaría el papel de Francia en tanto que socio comprometido con la Unión. Preocupación que adquiere una dimensión aún mayor ante la perspectiva de que dentro de cinco años Macron no podrá postularse para continuar en el Elíseo, y Francia está siendo incapaz de ofrecer otra alternativa tan o más europeísta.

Junto a las consecuencias de las presidenciales francesas sobre la Europa institucional revisten especial importancia las tendencias mostradas por el comportamiento electoral, comunes a otros países de la Unión y a las democracias liberales en su conjunto. La debacle del sistema financiero a partir de 2007 afloró una crisis de representación que puso en cuestión la prevalencia de las formaciones y corrientes tradicionales en su cíclica alternancia para dar paso a un panorama partidario fragmentado. La pandemia forzó las cuadernas de las democracias parlamentarias, obligadas a aplicar restricciones de excepción aún por debajo de las indicaciones científicas. Y cuando la emergencia sanitaria parecía remitir, la inflación derivada de la dependencia energética y la guerra de Putin acabaron por desequilibrarlo todo. El voluntarismo del presidencial Macron conversando con el autócrata ruso no pudo descabalgar a Le Pen en la primera vuelta, y tampoco evitó el éxito de ésta en la segunda aunque se mostrase magnánima -casi angelical- hacia el invasor de Ucrania. El domingo logró un 41% del voto combinando su mensaje identitario -Francia contra Macron- con la vindicación del poder adquisitivo.

El problema de las democracias europeas es que su sistema de bienestar corre más riesgos de ponerse a prueba -como se ha demostrado ante tres crisis consecutivas- que las oportunidades que se le ofrecen para mejorar y ampliar su cartera de servicios de manera efectiva. Es el capitalismo que otro presidente francés, Nicolás Sarkozy, demandó «refundar» en 2008. Ahora a Sarkozy le toca salvar a Macron en las legislativas de junio. Siempre que el presidente electo vea en el centro-derecha la solución para gobernar una Francia en clave europeísta para eludir la cohabitación con Jean-Luc Mélenchon e incluso con Marine Le Pen.

El declive de las clases medias, refugiadas en el empleo público y en la jubilación, y la opción de tantos jóvenes por Le Pen, la abstención y el voto nulo o en blanco constituyen señales de alarma sistémica. La tensión entre las conurbaciones y el mundo rural se ha manifestado en Francia a pesar de la PAC, aunque también gracias a ella. La acracia gala se hizo notar en la noche electoral protestando contra el presidente electo como en ninguna otra democracia europea. En la primera vuelta Le Pen obtuvo el 23,3% de los votos, y Mélenchon el 20,3%. La socialdemocracia francesa parece irrecuperable, cuando la dialéctica entre la insumisión de izquierdas y la de derechas retroalimenta aspiraciones en el aire. En Francia se ha demostrado que los polos extremos se juntan, también a la hora de comprender a Putin.